Computadora con Virus

Computadora con Virus

PeruanoViejo

30/07/2022

Mi primer día como practicante fue terrible, en un verano apabullante de calor. Al llegar, más de una hora en cola al sol, junto a la puerta de ingreso de la fábrica. Finalmente, un malgeniado y acalorado vigilante nos hizo ingresar. Éramos poco más de 20 jóvenes que empezábamos prácticas profesionales ese año. En Recursos Humanos se dieron su lugar, nos tuvieron apiñados en una salita de espera un par de horas, antes que alguien se digne llevarnos y entregarnos a las áreas donde debíamos “trabajar”. Supongo que una entrega de Rappi es ahora más amable.

Finalmente, dos horas más, sentado en recepción de la Gerencia de Marketing y Ventas, hasta que el Gerente del Área me reciba. Una secretaria premium, de caderas enormes y cabello rubio ondulado (con su dinero), seca y distante, iba y venía. Era motivador verla caminar, con un contornear de caderas perturbador para alguien de poco más de 20 años. Conocí al gerente antes de verlo. Sus gritos eran aterradores. Persona que entraba, persona que gritaba.

Al ingresar a la oficina del gerente, antes que me siente, me dijo tres palabras sin mirarme “trabajará con Morales”, movió los dedos como ahuyentando una mosca y salí a buscar a Morales. No me gritó y no lo volví a ver, pero si a oír. Algunos días, cuando el nivel de su enojo estaba por encima de su propio estándar, sus aullidos llegaban hasta la periférica oficina que compartía con Morales.

Encontré a Morales. Le comuniqué que era el nuevo practicante. Amablemente me pidió que me siente. En pocas palabras me describió mis labores. Algo demasiado simple. Sumar los despachos de cemento del día anterior (reporte de balanza) y compararlos con el reporte que él preparaba (reporte de ventas).

Él hacia ese trabajo. Pero en verano le asignaban un practicante y le dejaba el reporte de balanza. El día que llegué ya estaba hecho. Me lo mostró. Entendí mi labor. Luego conversamos, mientras atendía clientes. Morales era solterón. Vivía solo en una casa en el malecón. Tenía 63 años y trabajaba en la misma empresa, en el mismo puesto, 45 años, desde los 18. Podía haberse jubilado anticipadamente, pero me dijo que “que iba a hacer sin trabajar”. Salimos de la fábrica juntos. Me jaló en su auto a la ciudad. Me invitó un par de cervezas en un bar junto al muelle y nos despedimos.

Al siguiente día, me enrede con los tickets de balanza y la calculadora mecánica donde debía sumarlos. Llegó la hora de almuerzo y no terminaba. Morales me dijo para ir al comedor. Estaba azorado, pero él tranquilo. Almorzamos y volvimos. Poco antes de terminar el día, concluí el reporte. Mientras tanto Morales preparaba las facturas por cada venta, atendía y se reía con los clientes y transportistas. Muchos de ellos, clientes por 20 o más años, todos ellos amigos de Morales.

En una semana ya era un experto en el uso de la calculadora mecánica y en poco más de una hora terminaba el reporte. Me sentía orgulloso de mi mismo. Hasta que alguien que dijo que Morales, cuando estaba solo, lo preparaba en 15 minutos, mientras emitía facturas y se reía con los clientes.

En esos días, el tema de conversación en la fábrica era la instalación de una súper computadora AS/400. Las oficinas estaban llenas de expertos. Llegaron donde Morales y yo trabábamos. Instalaron dos terminales. Morales y yo nos mirábamos asustados. Por 45 años Morales había preparado facturas a mano, tendría que hacerlas ahora en la computadora. Yo había usado una Commodore 64 en el colegio y en la Universidad aún no había visto una. Trataba de tranquilizar a Morales, pero igual yo estaba nervioso.

Nos capacitaron. Me pareció muy sencillo. Morales a regañadientes intentó aprender a emitir facturas con el nuevo sistema. Preparé una hoja simple en Lotus 123 que me permitía terminar mi reporte de tickets de balanza en poco más de 10 minutos. El resto del día ayudaba a Morales a usar su terminal y emitir las facturas. Nunca terminaba de entender. Su buen ánimo decayó e incluso lo vi adelgazar.

Fueron pasando los días y Morales seguía sin dominar su aplicativo. A mí me resultaba muy sencillo. Se acercaba mi partida y Morales me confesaba su angustia. Compartimos algunas noches de cervezas y unas pocas mañanas lo acompañé a nadar en el mar al amanecer, su gran hobbie. Por unas semanas fui el hijo o el nieto que nunca tuvo.

Una noche de jueves llegó un amigo de la universidad a la ciudad. Pasaría el fin de semana surfeando. Nos fuimos a beber y exageré las copas. Volví borracho a mi habitación y me quedé dormido. Desperté a las 9am del viernes. Me duché rápidamente. Tomé un taxi y fui a la fábrica. Al llegar a la oficina vi un alboroto.

Morales había llegado, como siempre, por 45 años, temprano. Encendió su terminal y le mostraba cosas raras. Cómo yo no estaba, había pedido apoyo a alguien del área de sistemas. Le dijo que era un “virus” y que no use la computadora.

Asustado, Morales había ido al área de seguridad industrial. Uno de sus amigos le había entregado, sin preguntar, dos rollos de cinta de seguridad. Morales cercó su oficina y toda la gerencia de marketing y ventas con la cinta, colocando carteles avisando del peligro: “Computadora con Virus, no acercarse”.

Esa tarde, un funcionario de recursos humanos jubiló a Morales. Al verlo sentado en su escritorio, sin hablar, no pude contener una lágrima. La sequé y tratando de sonreír le dije que empezaba lo mejor de la vida, vivir sin trabajar. Fui a cenar con él. Solos. Sus amigos organizaban un almuerzo de despedida para el sábado.

La mañana de sábado, luego de 45 años de nado matinal, antes de ir a trabajar en su último día, Morales se ahogó.

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