Mi Chamba.

Porfirio Gómora Arrati

Salí de la escuela primaria a los 15 años, mis compañeros entraron a la secundaria y para mí no hubo escuela – ¡Ya estás grande!- me dijo el director, me regrese triste. Mi hermano y yo vivíamos en un cuarto construido en su terreno. Cansado estaba de pagar renta y que lo echaran a la calle. Él se iba a trabajar temprano a una fábrica de bicicletas, yo me quedaba en el cuarto y hacía de comer para ambos. Al año, un día mi hermano me dijo -¡mañana te vas a trabajar, hable con el maístro de un taller! –

Al día siguiente me levante temprano y salimos caminando hacia la parada del autobús, ahí estaba un señor delgado, de tés morena fumándose un cigarro. Lo saludo mi hermano y respondió buenos días, me vio y dijo -¡este es el chamaco que traes para trabajar!- es mi carnal, respondió mi hermano.

– ¡ahí se lo encargo maistro!-

-¡Vayámonos ya viene el autobús!- dijo el maistro, los tres subimos, el camión venía lleno y nos fuimos parados agarrándonos del pasamanos. El maistro y yo nos bajamos antes, en la colonia Jardín Balbuena, atravesamos la avenida Zaragoza y caminamos unas cuadradas para llegar al taller donde iba a chambear. Había muchos coches y hombres reparándolos, uno estaba martillando una salpicadera de un coche rojo. Otro sentado en el suelo con un taladro perforando la masa de la rueda de un camión. Entramos al taller llegamos al fondo, allá en un rincón había una mesa de madera vieja con unos radiadores encima, el maistro reparaba estas piezas de los autos. Se fue al baño, se quitó su ropa limpia y se puso la sucia para trabajar – ¡Ten esta lija y lija le aquí al radiador que quede bien limpio lo voy soldar! – Prendió el soplete de gasolina, le bombeo y se fue a platicar con otro maistro. Al poco rato regreso – ¿ya está limpia la lámina del radiador, chamaco? – Pregunto, -¡sí, ya está! – respondí

Agarro el soplete le bombeo otra vez, la lumbre fue más fuerte, le echo un líquido a lo que lije y lo calentó con la flama fuerte, puso una barra de estaño y se derritió tapando el agujero del radiador. Era la hora de comer y los maístro mandaron a sus ayudantes a traer la comida, cuando regresaron

-¡échate un taco, mira como estas re flaco! – me dijo un maistro. Luego empecé a ver lo que hacían los demás y otro maístro me pregunto -¿quieres trabajar?-

-¡Ahí en la mesa hay lija, toma una, un trapo y llena un bote con agua y lija la salpicadera del coche rojo, chamaco! –

A las seis de la tarde salí y regrese a mi casa. Ese fue mi primer día de trabajo. Al día siguiente llegue al taller, el maístro de los radiadores no se presentó, así que tuve que ayudar a lijar puertas y salpicaderas de autos. Después, me entere que el maistro con el que trabajaba, unos días llegaba y otros no se aparecía. Estuve trabajando un par de meses y finalmente me salí de ese taller, busque otro lugar para trabajar. Lo encontré más lejos de la casa, ahí aprendí más el oficio, un maístro era hojalatero y el otro el pintor de autos, con el que solo estuve unos meses, aún tengo una foto de ese trabajo. Con mi sueldo de la semana le ayudaba a pagar el terreno a mi hermano. Volví a buscar otro taller, lo encontré por el centro de la ciudad, en la calle de Atenas, ahí le hacían a la mecánica y la pintura de carros. A dos cuadras vendían tacos de guisado y refrescos. Era mi comida todos los días. Después entro a trabajar un yucateco, con el lijábamos un carro por día. Su mama vendía comida yucateca. Entonces iba a saborear los platillos yucatecos. Todas las tardes que salía del trabajo caminaba hacia la estación del metro Cuauhtémoc, fue cuando vi una escuela secundaria, me anime y pregunte, había que pagar $150 pesos al mes, le dije a mi hermano que quería seguir estudiando y debía pagar la escuela, y no me alcanzaba para ayudarle con la mensualidad del terreno, él me dijo está bien, sigue tu sueño. Así, lo hice y me inscribí a la secundaria, al maistro pintor le pedí permiso para salir una hora antes e ir a clases, el accedió. Al terminar la secundaria. El papa de mi amigo de la primaria me dijo que me daba trabajo en el taller de talabartería, ahí aprendí a trabajar el cuero, hacíamos fundas para pistola de la policía bancaria, mochilas, carteras, bolsas para dama, portafolios, cinturones y algunas piezas para las de los electricistas. A tres cuadras estaba la preparatoria y me inscribí. Un día llego un japonés al taller con un llavero de pistola revolver, quería una funda con el cinturón de los charros. Se lo hice, se fue contento a su país con esa artesanía. Yo me sentí feliz que mi trabajo se fuera al extranjero. Tres años después termine la prepa, en ese tiempo se inició una nueva universidad en la ciudad de México, la UAM. Hice el examen y lo aprobé, con lo que ganaba de mi chamba no me era posible cubrir los gastos de la universidad. Sin embargo, la institución tenía un convenio con el banco mexicano para financiar a los estudiantes de escasos recursos, que al finalizar la carrera y con un trabajo deberíamos regresar el subsidio, conseguí ese fondo para estudiar mi carrera. Un maestro de la clase me recomendó y logre un trabajo en la misma institución. Asi, en la mañana tomaba mis clases y en la tarde mi trabajo en el laboratorio, fue como me titule. Al final pague el financiamiento al banco.

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