Marina se acerca al guardarropa con una señora que mira un poco asustada una pequeña herida que se acaba de hacer con el programa de la función de esta tarde. Claudia, la jefa de sala, la recibe allí y se ofrece a curar su herida. No es su trabajo, pero lo hace encantada con un pequeño botiquín que hay para los trabajadores en el guardarropa. La herida está curada en menos de cinco minutos y la mujer regresa feliz a su butaca.

A pocos metros, en la puerta del teatro, las máquinas de venta automática y de acceso no funcionan debido a un fallo informático. Luis y Ana cortan con su mejor cara y a toda prisa las entradas de un público que llega ilusionado, con muchas ganas de ver el estreno de esta tarde. Unos metros más adelante, Marina y Antonio acomodan como pueden a todo el público. Se espera lleno y tendrán que multiplicarse un día más para atender a casi 900 espectadores.

Detrás del escenario, Pedro y Lola, tras unas cuantas horas de más, tienen a punto todos los preparativos de iluminación, sonido y montaje. Quedan menos de diez minutos para el inicio. Claudia, la jefa de sala, se asoma a la calle y comprueba con ligera preocupación que hay bastante fila tanto en la taquilla como en el acceso al teatro. Lucía, la única taquillera hoy, acelera todo lo que puede su ritmo de venta, pero con mucho cuidado, como cada día, para no equivocarse. Todo el personal del teatro está a tope esta tarde. Lo dan todo por su trabajo, y eso que a día 20 todavía no han cobrado el mes anterior.

Pasan los minutos y, como por arte de magia, la sala está llena de un público que ha ocupado ya ordenadamente sus butacas. Solo quedan algunos rezagados que corren ya desde la entrada principal hacia las puertas de acceso a la sala. Desciende la intensidad de las luces. Se cierran las puertas de la sala y Marina se sienta en una silla dentro de la sala, junto al acceso a uno de los laterales. Le ha tocado a ella hacer la vigilancia de la primera parte.

De pronto siente una ligera vibración y ve algo parecido a un haz de luz que sobrevuela todo el patio de butacas por encima del público. A su paso surge una casi imperceptible nube de polvo y, tras disiparse, el público se mantiene inmóvil, como es habitual cuando va a empezar una obra. O quizá hoy está demasiado inmóvil… Sube un poco la intensidad de la luz de la sala y Marina no puede creer lo que ve: huesos. Todo el público se ha convertido en esqueletos que permanecen sentados, la mayoría con su cabeza inclinada, su mandíbula abierta y su mirada vacía y perdida.

La sala también ha envejecido de golpe. El suelo, las paredes y el techo muestran grietas y manchas. ¿Qué está pasando? Marina está asustadísima. No puede moverse. En el escenario aparece una persona: ¡Es Claudia, su jefa! Tras ella van sus compañeros Luis, Ana, Antonio, Pedro, Lola y Lucía. Se paran en medio del escenario y miran a Marina.

– Ven con nosotros – le reclama Claudia, – ¡vamos, levanta!, ¡despierta!

Marina abre los ojos. Claudia sonríe y llama su atención desde la puerta de acceso al lateral en el que está vigilando la sala. Le indica con la mano el tiempo que dura la primera parte y sale cerrando la puerta. Marina vuelve a mirar al público asustada. Todos están en sus butacas, vivos y expectantes. Está muy cansada tras su enorme jornada de trabajo: por la mañana cubre un puesto de administración en una oficina y por la tarde tiene que complementarlo con el teatro para poder llegar a fin de mes.

Ya hay más luz en la sala. Marina abre los ojos como platos: la obra va a comenzar.

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