Me voy a dormir nerviosa, no sé si podré descansar pensando en la entrevista de mañana. La oferta es la de técnico en un laboratorio farmacéutico. El trabajo es en la actualidad un bien escaso y perecedero, pero tengo la esperanza de conseguirlo.
En la sala de espera escudriño a mis adversarios. Somos cinco: cuatro humanos y un robot biónico. Juraría que sus ojos, imperturbables, me han lanzado una mirada de superioridad no exenta de ironía. Enseguida descarto tal pensamiento, sencillamente es imposible, las emociones son inherentes solo en nosotros los mortales. ¡Maldito!, creo que es mi principal contrincante.
Los test de aptitud y las pruebas de conocimiento se suceden sin descanso. Tras toda una mañana de combate, tres de mis oponentes son invitados amablemente a abandonar. Así pues, el robot es el último escollo para llegar a mi meta.
Nos hacen pasar a un despacho enorme. La persona que lo regenta está hablando por teléfono. Nos hace un gesto para que tomemos asiento. Tras acabar su conversación se dirige a nosotros.
—Bien, androide XP 2115 y señorita García, les comunico que son los finalistas. Con sinceridad, creo que los dos están preparados para entrar a formar parte de la compañía, pero desgraciadamente solo hay un puesto vacante, y para decantar la balanza la última prueba es el novedoso careo “tú no…”, supongo que lo conocerán, es simple. Cada aspirante le dice al otro por qué no debe ser el elegido. Si lo tienen claro, empecemos.
No sé si es positivo iniciar la confrontación o esperar, pero mis titubeos acaban pronto. El biónico se lanza a la yugular con una retahíla de exabruptos no carentes de realidad que me dejan noqueada.
—Por tu condición de humana no puedes trabajar veinticuatro horas al día; tu trabajo no es constante, tiene altibajos motivados por la concentración arcaica de tu especie.
Una tras otra me lanza verdades obvias que no puedo rebatir, pero la que me hace sangrar es el remate final.
—Y luego está el peaje biológico, eres una mujer joven que seguro engendrarás hijos y dejarás a la empresa un tiempo sin tus servicios. —Quiero replicarle que soy estéril, pero un orgullo, tal vez dañino, me hace enmudecer.
Contraataco débilmente, sin convicción.
—Tú, como máquina que eres, puedes ser hackeado. El coste de tu mantenimiento es prohibitivo. Y lo más importante, careces de empatía, por lo que la relación con el resto del equipo puede ser problemática. —No se me ocurre nada más y empiezo a tartamudear.
El metálico gana la última prueba, me tiende su fría mano, pero la rechazo y, llorando, salgo del laboratorio.
Ansío llegar a mi hogar. Mi compañero me espera con una expresión cariñosa, no tengo que explicarle mi derrota, conoce mis rasgos faciales y emocionales mejor que yo; me abraza.
No quiero pensar y el sexo es una buena opción. Cojo la consola y empiezo a programar a mi compañero. Elijo un miembro tamaño medio con textura natural, opto por un tono de voz susurrante envuelto en poesía. Mis gemidos de placer son la constatación de que realmente me hace olvidar la frustración.
Observo a mi compañero y cada día que pasa se va convirtiendo en una obviedad: se adueñarán del mundo. Miro su rostro y, por primera vez en todo el día, me permito una sonrisa.
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