Era su primer día. Una chica joven y soñadora entró por aquellas puertas. Se puso su primer uniforme e intentó calmar sus nervios sin mucho éxito. Caras nuevas alrededor, caos en su interior. Entonces todo empezó, y miró hacia el interior de aquella primera habitación. Aquellos ojos tristes jamás se le olvidarán. Es curioso cómo la vida se desvanece en una cama de hospital, pensó. Decidió entrar y saludar. Aquella persona estaba allí pero no estaba, aún así lo intentó. Entonces llevó su mano a su rostro y le mostró cariño con una caricia. No recibió ninguna contestación, pero antes de salir de aquella habitación se giró y pudo ver una sonrisa. Desde aquel momento se hizo la magia, sabía que iba a amar aquello para siempre. Desde entonces cada día, cuando llega al trabajo entra en las habitaciones sonriendo y mostrando su cariño. Reparte bienestar en cada palabra y gesto de amor. A veces es duro. Hay días que entra en habitaciones dónde solía estar alguien y que ya no está. Los echa de menos en silencio, llora en su casa cuando nadie la ve, a veces incluso en algún pasillo. Con suerte, a veces los acompaña en su últimos alientos, les coge la mano y junto a sus compañeras cuentan anécdotas vividas con esa persona. Ya las noches sin dormir no le molestan, pasea por los pasillos por si alguien la necesita. Siempre hay alguien que no puede dormir y sólo quiere hablar. Ella se convierte en su confidente. A ella le gusta su trabajo y no quiere parar.
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