Presente. 

Adrián persigue al hombre de la sudadera roja. Lo pierde por un minuto. Llega al parque. Lo identifica en el otro extremo. Toma una piedra del jardín un poco más grande que su mano. Se extraña cuando el hombre ya no huye. Le da un golpe certero en la cabeza. Cruje el cráneo. El individuo cae en seco. El suelo se tiñe de rojo. Dos hombres llegan tarde a defenderlo. Uno lo sujeta. Otro le quita el guijarro. Adrián se zafa. Corre con todas sus fuerzas. La piedra lo persigue en el aire. Impacta. Más sangre en el suelo.

Pasado.

Benjamín llegó a tiempo a su trabajo. Tenía la marca perfecta en su premio de puntualidad, el empleado modelo, siempre cumplió y superó las metas fijadas por el jefe. Las miradas mortales de sus compañeros no le importaban; solitario y sin amigos podía concentrarse mejor. La rutina era la clave que lo hacía infalible. En un despacho de cobranza la actividad no exige demasiado; él tenía una voz intimidante e inquisitiva, cuando olía el miedo, con el tono adecuado el tema estaba resuelto.

En la escuela lo marginaron por ser el niño nerd. Tuvo que elegir entre destacar de sus compañeros o su vida social. Prefirió lo primero, Benjamín pensó que su inteligencia le abriría puertas en el futuro. Así fue, consiguió un empleo decente bien remunerado como ingeniero industrial. Lo que no pudo fue recuperar su vida social, la que nunca tuvo. Su nulo carisma le hizo tener problemas en ese primer trabajo. Lo despidieron por no colaborar en equipo. Así fue como terminó en el aburrido despacho de abogados, labores sencillas con un buen sueldo, sentía que no le pagaban lo suficiente, nunca lo sería.

Presente rebobinado.

Adrián se pasa el alto. Apenas esquiva a un peatón. Sigue el auto que robaron a su hija. Huele el café derramado en su camisa. El ladrón gira en una calle en sentido contrario. Casi choca con otro vehículo. Detiene el auto a media vía. Baja y sale corriendo. Adrián se orilla en la esquina. Va detrás del ladrón de sudadera roja. Se dirige en dirección de un parque.

Pasado.

Benjamín se sentía explotado por Adrián, su jefe. Sabía que como empleado le generaba buenas ganancias con las carteras vencidas recuperadas. Nunca recibió reconocimiento, ni un bono o aumento. Entendió que a los que son más efectivos en sus puestos lo que les incrementan es la carga de trabajo. Al patrón, le iba bien, la empresa recibía buenos ingresos, un bufete encargado de la cobranza a deudores morosos. Tenía un auto de lujo, una gran casa y viajaba con frecuencia. Sin embargo, siempre se le veía molesto. Benjamín no entendía, ¿cómo una persona que tiene todo lo que él soñaría, no fuera feliz? Hasta que se enteró de que la razón era que el jefe envidiaba a Antonio, su mejor amigo de la infancia, no importaba cuánto esfuerzo pusiera, Adrián, no lo superaría. Su deducción era que eso lo amargó año tras año.

Presente rebobinado.

Adrián limpia en vano café derramado en su camisa. Está furioso. Acaba de discutir con su mejor empleado. Los compañeros se encuentran sorprendidos por lo sucedido. Adrián recibe una llamada. Su hija avisa que está en el estacionamiento de la empresa. Escucha golpes. Un grito de auxilio en el teléfono. Cara de susto. Corre a buscarla.

Pasado

Benjamín fue a servirse su café de las once, todos sabían que esa hora estaba reservada; celoso de su tiempo, con la cara de pocos amigos, nadie quería cruzarse con él. A paso firme se dirigió a la puerta de la cocineta para hacer su café cuando el patrón salió con su taza servida, el choque salpicó a ambos.

—¡Imbécil! —gritó sin vacilar Benjamín.

—¿Cómo me dijiste? ¡Retráctate de inmediato!

—Dije ¡Imbécil! ¡Eso es lo que eres! Un pendejo que no reconoce el buen trabajo y dedicación. Que ni siquiera sabe lo que tiene. ¡Y aparte amargado! Ya me cansé de que me explotes y te beneficies de mi esfuerzo, de que se mofen a mis espaldas. ¡Váyanse todos al carajo!

El empleado dio la vuelta y se marchó. Su corazón palpitaba como tambor de guerra. Salió de la oficina. Se subió a su coche. En eso llegó la hija del dueño. Ella no lo conocía, nunca se cruzaron. Benjamín la reconoció por las fotos de la oficina del jefe. Agarró una sudadera roja, bajó del vehículo, se subió la capucha mientras caminaba hacia ella. La sorprendió en su propio auto; hablaba por el celular con su padre avisando de su llegada, Adrián escuchó el forcejeo y la llamada de auxilio de su hija.

Presente rebobinado

Benjamín sujeta con ira a la dama. Ella se resiste. Él le tira un puñetazo en la cara. La mujer grita con todas sus fuerzas. Su padre escucha por el teléfono. Un golpe en el estómago la calla. La saca de los cabellos. Ve el celular con llamada activa de Adrián. Benjamín toma el auto de la hija. Su jefe no distingue a su empleado rebelde, solo identifica a un individuo de sudadera roja llevándose el vehículo de su niña. Benjamín enciende el auto. Pisa al fondo el acelerador. Siente la sangre inflando sus venas. Adrián sube a su camioneta. La adrenalina recorre su cuerpo. Va tras el ladrón. Persecución por varias cuadras. Benjamín para en seco el coche, lo abandona a media vía. Se va por las estrechas calles de una colonia marginal. Adrián lo persigue. Escapa de su vista. Camina apresurado aguzando los ojos para encontrarlo.

Presente pasado.

Benjamín dejó atrás a su jefe, se topó con un vagabundo en la esquina del parque. Se quita la sudadera.

—Tenga buen hombre, esta sudadera se le verá bien… pero póngase la capucha, ¿ves? Te da estilo.

Dos personas del otro lado vieron cómo entregó el presente al pordiosero. Benjamín desapareció al doblar la esquina. Adrián apareció por la otra orilla donde empieza el parque. Identificó la sudadera roja.

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