Como todos, sentía la emoción de estar graduándome como Ingeniera Civil de la mejor universidad del país, y con una maestría en Geotecnia; para aquellos que no son ingenieros, se refiere al estudio de cimentaciones de edificios, represas, estabilidad de taludes, túneles; un sinfín de grandes obras todas emocionantes.

Había estado vinculada a la Universidad trabajando en el laboratorio de suelos  y dictando esa materia a los estudiantes de sexto o séptimo semestre; esto mientras finalizaba mi maestría. La universidad era ese universo (valga la redundancia) que me ofrecía el seguir estudiando e investigando sobre ese tema que me apasionaba; solamente debía cursar una maestría en el exterior y regresar a ser profesor titular. Todo era claro, había solicitado la aceptación en una Universidad de Estados Unidos; recibí la carta de aceptación, nivel de inglés solicitado 550. Presenté el examen (había estudiado ya varios cursos) pero no obtuve el puntaje; no importa estudiar más, presentar nuevamente el examen, no obtuve el puntaje; no importa estudiar más… no obtuve el puntaje. Si, hace más de 30 años, aún recuerdo que salí a caminar por el parque y mi tristeza se filtraba por mis ojos, lloré mucho. Es una de esas vueltas en el camino de la vida, en donde queda la pregunta de hacia dónde iba esa vía que ya no recorrería. Terminé mi vinculación con la universidad, y me dediqué a buscar trabajo.

Me veo buscando en el directorio telefónico (recuerden que la maravilla del GOOGLE, es algo que en ese tiempo estaba lejos de llegar a cambiar nuestras vidas) firmas de consultoría en Ingeniería Civil. Imprimir hojas de vida, y llevarlas a esa lista de empresas que había seleccionado. En ese tiempo había una buena oferta de trabajo y no fue difícil recibir llamadas de aquellas empresas. Recuerdo la emoción de las entrevistas, me contaban los proyectos que estaban desarrollando, proyectos hidroeléctricos, vías, acueductos, riego, etc. Si era lo que yo quería, trabajar en geotecnia (mi pasión). Elegí trabajar en HIDROTEC LTDA empresa de consultoría; pero no fue solo un trabajo, es un camino recorrido que realmente marcó mi vida.

Durante 14 años estuve vinculada a esa empresa, y muchos de mis compañeros de trabajo permanecieron más de ese tiempo. Era otra época, de una parte las empresas querían contar con un personal permanente, y de otra, los trabajadores buscábamos eso: permanecer, pertenecer.

Recuerdo la casa donde quedaba la oficina. Era una casa enorme, antigua, con pisos de madera, y muchos espacios donde se ubicaban las oficinas de los gerentes, de los ingenieros y auxiliares, la sala de dibujo, el espacio de las secretarias, el patio con las mesas de ping pong y juego de rana, la cafetería, la casa donde vivían Balbi y Viviana (las señoras de los tintos), el parqueadero enorme. Todos los espacios con historias de fantasmas, de trabajo y de amores.

Podría escribir una novela de todas aquellas historias, pero esto es solo un relato donde reflejo aquellos momentos que impactaron mi vida, por simples que parezcan.

El primer trabajo en el que estuve vinculada era de esos proyectos ambientales que integraban muchas disciplinas, mi jefe era un agrónomo; no podía entender en ese momento porque tenía que revisar tipos de cultivos, acidez de la tierra, ocupación de los terrenos, comunidad y otros temas que lejos estaban de mis obras monumentales; pero de las mayores sorpresas fue el estudio de lluvias y caudales, que si bien es parte de mi carrera, en ese momento no era de mi interés. Recuerdo los arrumes de registros sobre mi escritorio, ahora con la tecnología esto es diferente, pero en ese tiempo requería digitación, cuadros manuales, análisis con calculadora para lograr estimar lo requerido (usando buenos factores de seguridad). Esto podría haber sido frustrante, pero no fue así, fue enriquecedor. Mi profesión me permitía aprender y creo que mi personalidad me hacía disfrutar todo. No se si eso es bueno o malo, simplemente es la vida que va marcando caminos. Si, desde ese momento quedó atrás mis sueños de las megas obras, pero fue reemplazado por otras actividades enriquecedoras, y debo escribirlo por un grupo de trabajo, no de trabajo si no de vida, que aún tiene espacio en mi corazón.

Unos años después, pasé al área comercial, presentar propuestas para conseguir nuevos contratos; con este cambio me alejé aún más de esas materias de la universidad; y llegó a mi vida profesional otros retos, otras áreas del conocimiento, otro disfrute del trabajo, de los éxitos, de los fracasos. Por alguna razón de estos momentos de trabajo y tensión, se forjaron amistades únicas para toda la vida.

Pero las crisis de las empresas son una realidad, en todo tiempo y lugar. De tener buenos contratos y oportunidades, que se reflejaban en grupos de colaboradores estables, los trabajos se volvieron de cortas duraciones y poco personal (pues la tecnología debía reducir los tiempos y nóminas), sumado a los incumplimientos en los pagos de los contratantes estatales y a una falta de previsión de estos riesgos, la situación no era sostenible. Los pagos de los salarios se demoraban, y el futuro era incierto. Fue una época difícil, la empresa no podía liquidar nuestros contratos, algunos empleados esperaron a que la empresa entrara en proceso de liquidación y les plantearan un acuerdo de pago, otros demandaron y otros simplemente renunciamos porque se nos presentó otra oportunidad.

Recuerdo el momento de mi renuncia; hablar con mi jefe y dueño de la empresa fue muy difícil, me había brindado tanto apoyo, confianza y amistad, lo más valioso que podemos tener en esa etapa de la vida laboral.

Han venido nuevas empresas, nuevos trabajos, nuevos retos, nuevos grupos, nuevos amigos, pero esos 14 años en esa primera empresa sin duda marcaron mi vida; y este corto relato es una forma de perpetrar eso de pertenecer y sentirse como lo decimos en Colombia con la camiseta puesta.

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