LOS SOPONCIOS DE MI MADRE

LOS SOPONCIOS DE MI MADRE


       Cuando era niño, todos los sábados acompañaba a mi mamá al mercado sobre ruedas. Yo tenía que cargar, con la mano derecha, la bolsa donde iba depositando los víveres que ella compraba, mientras que mi mano izquierda se perdía entre los grandes dedos de su mano derecha. Ella, era una mujer robusta, con fuerte carácter y muchas mañas. Si en el camino se me ocurría pedirle que me comprara una soda, llevaba su mano libre a la frente y exclamaba; “¡que me da, chamaco, que me da…!”, y soltando mi mano para usar la suya como abanico, corría a recargase en el primer poste que encontraba. Poco tardé en aprender que lo que a mi madre le daba era “el soponcio”. En aquel entonces, yo no entendía qué era eso, pero me di cuenta de que, cuando le estaba dando y soltaba mi mano, era mi oportunidad de liberarla del sudor de la suya, por lo menos durante unos cuantos minutos, que tardaba en pasarle el famoso soponcio. Entonces, descubrí  cuál era el momento preciso, para pedirle que me comprara una soda: justo unos pasos antes de llegar al poste telefónico en el cual solía recargarse, esperando que se recuperara. Este poste, al ser de madera, se encontraba ya inclinado, por tener que soportar el voluptuoso cuerpo de mi frondosa madre. Lo que más odiaba, era el tener que escuchar, camino a casa, la canción de “Sábado Distrito Federal”, de Chava Flores, que mi madre ponía en el tocacintas de su viejo Volks Wagen, y que traía grabada en un destartalado, por tanto uso, antiguo casete RCA.

El tiempo pasó y un día me liberé, por fin, de ser el fiel acompañante de mi madre, y cargador asignado de la bolsa de víveres. Con el pretexto de que cada día me dejaban más tareas en la escuela,  y no tenía tiempo libre ni para salir un rato a jugar con mis amigos, pude lograr mi libertad.

Años después, ingresé a la facultad de ingeniería y, al graduarme empecé a laborar en una empresa telefónica, en la cual, através de los años, fui escalando hasta obtener el puesto de supervisor de zona.

Mi trabajo consistía en atender las solicitudes, de aquellos clientes especiales que representaban un problema potencial para la empresa.

Visitaba casas de las zonas más exclusivas de la ciudad, y me enteraba de todos los chismes y aventuras de los dueños.

En una ocasión, la señora de la casa me pidió que le prestara mi sudadera con el logotipo de la empresa a la cual representaba, pues su esposo acababa de regresar, de improvisto, de un viaje de negocios, y su amante se encontraba en la alcoba principal, por lo cual, la única forma de salvarlo era que portara mi sudadera, argumentando que era un técnico, y se encontraba reparando la línea del internet. Como agradecimiento, recibí un par de billetes de alta denominación.

En otra ocasión, fue el señor de la casa quien estuvo a punto de ser descubierto, en el cuarto de servicio, con la mucama, pero gracias a mi intervención, distrayendo a la señora, él tuvo oportunidad de escabullirse por la ventana que daba al jardín.

Las remuneraciones que recibía por estos “trabajos”, pasaron a representar una cantidad mayor a mi salario, puesto que mis “servicios especiales” eran muy requeridos. Me asignaron una secretaria para agendar mis visitas, y la lista de espera era muy larga. Todos los clientes exigían que fuera yo, en persona, quien les atendiera, aunque para ello tuvieran que esperar varios días. Mis jefes estaban muy contentos con mi trabajo, y no se imaginaban a qué se debía mi éxito.

Como era de esperarse, mi situación económica cambió mucho. Me mudé, con mi esposa y mis dos hijos, a una zona residencial exclusiva, mejorando mi nivel de vida.

Adquirí un Mercedes Benz AMG GT convertible, y le compré a mi esposa una Sub Land Rover del año. Jugaba golf con mis jefes y no escatimaba en gastos. Era la envidia de mis hermanos, amigos,  y compañeros de trabajo.

Un día, surgió un problema que requería de un especialista para su atención. Sin pensarlo mucho, me lo asignaron a mí. Al llegar al sitio, me encontré con que se trataba de un viejo poste telefónico de madera, que estaba muy inclinado, y temían que, de un momento a otro, colapsara. Lo analicé con detalle, buscando el lugar idóneo para atar una cuerda que lo sujetara, mientras le fabricaban un nuevo anclaje, Entonces noté que tenía varias marcas, como si alguien lo hubiera arañado múltiples veces. En ese momento llegaron a mi memoria los recuerdos de cuando mi madre,  fallecida hacía ya muchos años, se afianzaba a un poste telefónico, para evitar que le diera lo que solo ella sabía que le iba a dar.

Me encontraba ensimismado en mis recuerdos, cuando sonó mi celular, anunciando la recepción de un nuevo mensaje, retornándome a la realidad. Viendo la pantalla, alcancé a leerlo:

“URGE SU PRESENCIA EN NUESTRAS OFICINAS BANCARIAS PARA RENEGOCIAR LA HIPOTECA DE SU CASA”

Antes de que la nostalgia me invadiera, me apresuré a dejar instrucciones sobre lo que se tenía que hacer,  y abordé mi auto camino a casa. Al encenderlo,  se prendió la radio, escuchándose la canción “Sábado Distrito Federal”.

Entonces, por primera vez, me dio el soponcio.

—FIN—


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