El teléfono del demonio no deja de sonar.

-¿Tiempo de espera al local?

Me aparto del mármol y observo el pilón de tickets acumulados al final del renglón.

– Treinta y cinco minutos.

Demasiados, que desastre. Nos faltan manos, nos falta gente. Detrás de mí, cuatro pedidos esperan en las fundas a qué algún repartidor llegue y los entregue. Meto la mano en el cubo de la mozzarela, mis dedos acarician el frío metal. Está vacío. Lo desencajo con la velocidad que mi cuerpo permite.

-¡Mozzarela por favor! ¡Para ayer!

Vuelvo al mármol, esparzo jamón en dos medianas que pronto serán dos infantiles. De fondo se oyen más sirenas. La tercera ambulancia. Si que está caliente la noche. ¿Caliente? ¡Mierda, el horno! Por el opaco cristal se intuyen ya los bordes medio carbonizados de las pizzas de la primera línea.

-¡Ricardo, las pizzas!

Con las gotas de sudor escurriéndose por la frente, Ricardo alcanza la pala y empieza a sacar las pizzas con la torpeza del que lleva 2 semanas sufriendo.

-¡Salen pizzas!.- grita

Termino las pizzas que quedaban por maquetar mientras Ricardo empieza a meter las que ya están terminadas.

Ya son 6 los pedidos que esperan. ¿Dónde cojones están los repartidores?

– Joder, han cortado la carretera de Vallromanes a Vilanova. Me han hecho dar toda la vuelta para volver.- Oriol deja la funda en el armario y refunfuña mientras mira la dirección de los pedidos. Coge uno y se va con las prisas de quien sabe que ya llega tarde.

El mármol está vacío de nuevo. Mientras mi compañero esparce la harina por la superficie, vuelo hasta la zona de masas. Acumulo nueve medianas en la mano derecha y las ordeno de nuevo en mi mármol.

-¿Todo tomate?

Ricardo me mira con el cuenco y la cuchara preparados para pintar. Repaso rápido los pedidos. Tomate, tomate tomate…

-Si, todo tomate. Voy detrás de ti. Sega, 4 familiares y dos medianas para la siguiente horneada.

Desde la zona de masas se escucha un «oído» envuelto en harina y prisas. Cojo la carne picada y la esparzo en las pizzas que Ricardo va pintando.

El jefe refunfuña mientras coloca los flyers en los pedidos que esperan.

-¿Dónde cojones está Clara? Hace ya una hora que se ha ido y aún no ha vuelto.

Su mujer, desde la barra contesta.

-Se ha llevado dos Vallromanes, pero hace ya bastante rato.

-¿La llamo?- contesta la otra recepcionista.

-Si por favor.- responde el jefe.

Otra sirena pasa a toda prisa por delante de la pizzería. Estos son los bomberos. Joder.

-No contesta, lo tiene apagado. – dice la telefonista ya dentro de la cocina.

-Sigue intentado.- le digo

Entra Alfredo, otro repartidor, con dos fundas.

-Ha habido un accidente en la carretera de Vallromanes. Está el tráfico cortado. Por suerte he podido meterme por la urbanización.

Ni puta gracia, esto no me hace ni puta gracia. La telefonista me mira, sus ojos reflejan sospecha mientras esperan oír señal en el teléfono. Nada, está apagado.

-La policía! – grita ella

El jefe y las dos telefonistas salen corriendo. Me asomo desde la cocina. Los agentes llevan las gorras en las manos y se acercan cabizbajos. Pronuncian unas palabras que no puedo escuchar. Las dos chicas se vuelven. Primero una y después la otra. Ambas con las manos en la cara, rebosando lágrimas que golpean el suelo. Mierda, no me jodas. El teléfono suena, nadie lo coge. Ellas se dirigen llorando al lavabo. El jefe tiene las manos en la cabeza. El teléfono sigue sonando. El local entero queda en un tenso silencio, los clientes callan, en la cocina callan. El teléfono insiste. Lo cojo. Con lo poco que me queda de voz dejo escapar la frase de siempre.

-Pizzaapunt Vilanova, bona nit.

El cliente está enfadado. Hace hora y media que ha pedido y aún no tiene las pizzas. El jefe se da media vuelta. Me dice que no con la cabeza. No oigo nada más. Contesto sin saber que digo. El mostrador, la cocina, todo sigue en silencio.

-¡Salen pizzas!

D.E.P Clara

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