El placer de lo que no se tiene

El placer de lo que no se tiene

Me levanto a las cuatro de la mañana, un poco antes de que suene la alarma; últimamente no la necesito. Me siento en la cama y me quedo mirando al vacío. Se te hará tarde, Juan, me digo. Entonces me levanto y voy al baño. El agua está helada pero mi abuela siempre dice que si me baño con agua caliente, seguramente tendré arrugas antes de lo esperado, así que la disfruto con resignación. El desayuno es el mismo de siempre: tostadas con mantequilla y un jugo de naranja. Quisiera que fuera natural pero cuando llego en la noche lo único que quiero hacer es acostarme a dormir. Salgo sin cepillarme los dientes; al fin y al cabo, Marcela nunca se fija en mí.

Tomo el metro hasta el edificio de veintiún pisos en la calle comercial de la ciudad. Hogar, dulce hogar. En el ascensor me arreglo la corbata y me como una menta para disimular el sabor amargo de la boca. Buenos días, digo a todos, en especial a Marcela. Ella no se inmuta. Me siento en mi cubículo, a su lado. Enciendo el ordenador y comienzo aquel informe de ventas que dejé inconcluso la tarde anterior. Muchos dicen que es tedioso, pero yo lo disfruto. Veo aquellos números en la pantalla e imagino que se añaden a mi cuenta bancaria. Mi jefe se extraña cuando pasa por mi lado y ve que tengo una sonrisa de oreja a oreja a medida que lleno los datos. Muy bien, Juan. Me gusta su trabajo, me dice, y sigue caminando con parsimonia a lo largo del pasillo.

Es hora del almuerzo y le pregunto a Marcela si quiere ir a comer conmigo al restaurante de la esquina. Ya tengo planes, me responde. Está bien, en otra ocasión será, le digo para atenuar el rechazo. Nunca aprendo. A las dos estoy de vuelta en la oficina; muchos aún no regresan. Comienzo a llamar algunos clientes frecuentes. ¿Está satisfecha con nuestros servicios?, pregunto casi siempre. Por supuesto. Es usted muy amable, señor, es la respuesta más común. Que tenga buena tarde, les digo a manera de despedida. Igualmente, concluyen.

Más tarde, mi jefe dice: «Como saben, hoy anunciamos al trabajador del mes, el cual será promovido a jefe de área. Sin más preámbulos, un aplauso para… ¡Juan!» Y todos comienzan a aplaudir. Ahora soy jefe de Marcela. La observo con curiosidad; me dirige una mirada coqueta seguida de una sonrisa y me sonrojo enseguida. Minutos después se encuentra a mi lado felicitándome por ser un trabajador ejemplar. Debí haberme cepillado. Espero que nuestra amistad no cambie ahora que eres mi jefe, me dice tocando mi corbata con sus manos. Y le respondo: «Claro que no, Marcelita. Claro que no.»

Las vacaciones se acercan: ahora sí puedo pensar en viajes. Adoro mi trabajo, pero ¡vamos! ¿Quién no disfruta de unas vacaciones bien merecidas? Compraré un colchón nuevo. Tal vez es eso lo que no me deja dormir bien. Sacaré una motocicleta a crédito y así no tendré que aguantar la mezcla de olores que me causa náuseas en el transporte público. Por fin tendré la vida que merezco. Por fin tendré a Marcelita. ¡Ah! Qué bello es trabaj…

—Bueno, don Juan. Ya tuvo suficiente tiempo para pensar la respuesta. Y bien… ¿Por qué le gustaría trabajar en nuestra empresa?


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