Pérdidas en el trabajo

Pérdidas en el trabajo

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10/06/2019

Ella tenía 53 años cuando abandonó nuestra casa, se cansó de años de maltrato y humillación, si hablamos de trabajo, esa palabra estaría tatuada en su frente y llevada en su, hasta ese entonces, corazón. Se fue sin maletas, sabía que pese a ser la casa, herencia de su padre, todo lo que estaba ahí, hace años ya le había sido arrebatado.

Recuerdo una mañana ser llevada por mi madre mas allá de Abancay, recuerdo haber caminado mucho, recuerdo las manos temblorosas con las que me sostenía, recuerdo haber sentido su dolor; no entendía los motivos, solo la seguí, y ahí estaba ella, ahí estaba mi tierna abuela, ese ángel, cuya actitud mi abuelo siempre confundió con sumisión.

Al verla sentí mi corazón quebrarse, estaba sola junto a una carreta, era gracioso porque nunca supe cómo la consiguió, solo sabía que mi abuelo pudo haber destrozado su cuerpo, pero nunca pudo destrozar su alma llena de esperanza, ella tenía 53 años, pero 38 de ellos los llevó con sangre y resignación.

Ella vendía jugo de naranja cerca de un puente, una labor mal vista en ese tiempo, pero que la llevaba con una sonrisa sincera y dulce bondad en cada gota de jugo que sus manos trigueñas color de la tierra de nuestro amado Cuzco, Dios le dio.

Recuerdo una noche despertar en una habitación estrecha, recuerdo que el material era de madera, y qué decir del techo, las gotas del cielo reposaban en baldes pequeños junto a una fría cama, la cual ya estaba mojada, recuerdo oír a mi madre y abuela, hablaban en voz baja, pues a la dueña de la casa no le gustaba la bulla, recuerdo el rostro de mi abuela, sus ojos hinchados, su piel morada e hinchada, sus lágrimas, lágrimas de impotencia, recuerdo la cara de mi madre, esa cara que nunca mostraba debilidad, pero que muchas veces lloraba cubierta con una sábana. Yo tenía 4 años, y a esa edad ya conocía el maltrato, la brutalidad, el dolor, y estar al límite de perder la esperanza.

Ellas hablaban bajo, pero eso no evitaba que escuchara la razón del dolor de mi abuela. Julio, el padre de mi madre, había encontrado su lugar de trabajo, había roto la carreta, y arrastrado a mi abuela, tomando de sus cabellos ondeados, hasta la avenida, recuerdo haberme preguntado ¿por qué nadie la ayudó?, ¿por qué hay almas tristes? ¿por qué existe el dolor?.

En el verano de ese año, ella tomó sus cosas y se aventuró a una feria que recorría todo el Norte, supe de boca de mi abuela que hasta llegó al Ecuador, traía fajos de billetes cada vez que nos visitaba, eso a mi no me importaba, yo solo quería que ya no sintiera dolor, vendía ropa, me acuerdo, vendía ropa, joyería de fantasía, peluches, colchas, frazadas, ropa de baño, hasta helados aprendió a vender mi abuela; ella se había enamorado, eso fue lo que me contó, y al contarme de ese amor, yo me enamoré también; se había enamorado de unas playas cristalinas, en su Paita querida, eso albergó su noble corazón.

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En su sexta visita, perdí los rastros de mi abuela, la mujer que nos visitaba traía rencor, ese rencor yo lo comprendía, pero jamás quise que su valentía y ganas de salir adelante fueran guiados por el sentimiento más cruel de la Tierra, el rencor.

El dinero regía su vida, y los hijos que evitaron, por años, confrontar a su agresor, se acercaban más a ella, todos la querían y, ¿por qué no la quisieron cuando estaba partida? ¿por qué no cuidaron su ingenuidad?, yo tenía ya 6 años, y a esa edad yo ya sabía de dolor.

Para evitar los gastos en los viajes a Lima, mi abuela pidió a mi madre mandarle mercadería, y como no tenía con quién dejarme, me llevaba junto a ella por los fríos caminos del Centro de Lima, caminábamos cuadras y cuadras, y pese a salir de día, la noche terminaba nuestras fatigas en la terminal de ómnibus donde dejábamos sacos gigantes y pesados, los cuales aprendí a cargar pese a tener 6 años.

Lo que quiero contar en todo esto, es que mi abuela fue un ejemplo de mujer, traída a Lima por su abusivo marido, que desde los quince aprendió a trabajar para alimentar a sus hijos, que hacía todo lo posible para darles una vida de calidad, una vida con amor, ella sufría, pero era feliz con la felicidad de otros, que lo poco que tenía lo compartía, y en un momento, por tanta crueldad, tuvo que dejar su casa, sus hijos, dejarme, y partir, partir sin rumbo fijo, solo sabiendo que el trabajo dignifica a la persona, y que con trabajo arduo, se logran días felices.

Pero aún no entiendo qué fue lo que le pasó, ¿fue el trabajo?, ¿fue el dinero?, ¿fue el rencor?, detesté al trabajo, porque el trabajo te da dinero, y ese dinero muchas veces logra ennegrecer el alma, ella ganó su libertad con el trabajo, y yo perdí a mi abuela en su búsqueda de su paz, ella me enseñó a trabajar desde pequeña, a forjar mi camino, a saber que en esta vida necesitas un as bajo la manga, necesitas educación.

Hoy trato de seguir ese camino, no sé si me convertiré en aquello que tanto critiqué, no sé si compartiremos el mismo camino de abuso, no sé que me espera, pero recordaré su esencia, sus consejos, su experiencia, y seguiré mi camino con trabajo y educación.

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