– ¡Qué ricos los tamales, Lili! Me los cené como si no hubiese comido nada en todo el día, y eso que el guiso de mediodía también te quedó buenísimo. ¡Me puse morada! Muchas gracias, cari, eres un amor.
– Un gusto, señora. Me alegro mucho de que le gustasen. Otro día que hagamos le vuelvo a traer.
– No hace falta, cariño, no te preocupes, que una comida que traigas aquí es una comida que le quitas a tu hijos. Otro día si quieres compro yo todo y los haces aquí. ¡Qué ricos, por favor! – dice Andrea besando con todo el cariño que tiene la frente de Lili.
– Muchas gracias, señora. Un gusto. Yo se los puedo hacer siempre que quiera. Usted ya sabe que yo estoy aquí para lo que necesite.
– ¡Liliana! ¡Que no me llames señora! – grita con la sonrisa en la boca. – ¡Que no estoy casada! Además, solo tengo cuarenta y siete años…
– ¡Cuarenta y siete años! La hacía a usted más joven, señora. ¡Pues si yo pensé que era de mi edad!
– ¿Y cuántos tienes tú, Lili? Nunca te lo he preguntado…
– Treinta y cuatro, seño… Digo Andrea. Es que tengo costumbre de decir «señora», no lo hago adrede, perdone.
– Ya lo sé, cari, te lo digo de broma. ¡Pobrecita! – y le besa ahora la cabeza. Liliana sonríe enseñando mucho los dientes. – ¡Eres un ser adorable, cariño! Te mereces que te pase todo lo bueno de la vida.
– Usted sí que es buena, Andrea. El patrón más bueno que he tenido es usted, señora. Le estamos muy agradecidos, yo y mi familia, por todo lo que me ha ayudado. Muchas gracias, señora, muchas gracias.
– Muchas gracias a ti, Lili. ¡Qué haría yo sin ti!
– No, señora… Además… Justo tenía que pedirle otro favor. Le juro que será el último, pero es que Jose Alberto…
– ¿Necesitas dinero, Lili? – pregunta Andrea interrumpiéndola.
– Sí, señora… Es que…
– ¡No se hable más! – vuelve a interrumpir Andrea. – ¿Te puedes apañar con trescientos euros hasta que te pague todo la semana que viene? No tengo aquí más.
– No, señora, no necesito tanto. Yo le iba a pedir veinte euros que me faltan para el abono, que se me gasta mañana, y es lo que me falta para poder comprarlo. Es que si no… No voy a poder venir a trabajar.
– Toma los trescientos, cari, no te preocupes. Por cierto, ¡si mañana no trabajamos! ¡Que hay huelga de mujeres! ¿Te apuntas a la manifestación?
– No sé, señora, nunca lo he hecho…
– ¿El qué no has hecho, Liliana? ¿Ir a una manifestación?
– Sí… Eso, huelga, señora, nunca he hecho huelga.
– Pues tú te vienes con nosotras a la mani.
– No sé, señora…
– ¡Dí que sí, tonta! Que tenemos que estar todas unidas mañana, apoyarnos y luchar por nuestros derechos… ¿O no? Además, lo vamos a pasar bien.
– Bueno, señora…
– ¡Que no me llames señora! Jajaja. Mira, hacemos una cosa, si haces el favor, mañana, antes de venir, compras para hacer tamales con el dinero que te he dado, que luego te lo sumo al sueldo la semana que viene, por eso sabes que no hay problema… Y, si quieres, comemos juntas aquí y por la tarde vamos a Sol.
– Muy bien, señora, vale. Muchas gracias por todo… Es usted muy buena. Que Dios le bendiga.
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