El despertador sonó a las siete de la tarde. Nicolás, ya estaba listo para trabajar. Su esposa, preparaba el “desayuno”.

— Ya me voy mi amor. –Ella le deseó suerte.

Salió a la banqueta, y esperó fumando.

— ¡Hola Nico! –Era su empleado, que llegaba.

— ¿Cómo te fue?

— Muy bien, ¡llegó un crucero enorme!

— Perfecto, vete a descansar.

En eso, cruzando la plaza, venían dos marinos vestidos de civil.

— ¿Quién trae ese taxi?

— ¿A dónde quieren ir señores?

— A la zona roja.

Cuando llegaron, los marineros se metieron a un bar, y, Nicolás, fue a saludar a un amigo.

De pronto, llegó una mujer joven, y guapa.

— ¡Buenas noches! ¡Nicolás!, ¿podrías llevarme?, voy con mi mamá.

— Por supuesto Alicia, ¡vamos!… ¡nos vemos al rato, licenciado!

— Hasta luego Nicolás.

— ¿Cómo te ha ido «Alice»?

— Bien, Nico, bien.

— ¿Le tocó turno de noche a tu marido?

— Toda la semana.

Al arrancar, la mujer, le indicó, la llevara a otro lado.

— ¿Todavía sigues viendo a Octavio?

— ¿Y qué hago?, mi marido no me cumple.

— Si, entiendo, además es mucho mayor que tú.

—- Mira, mientras no sepa, todos contentos, pero… ¡si lo quiero!, sin embargo, yo también necesito.

— No lo dejes, ahí está tu futuro, pero, cambia de amante, ese Octavio, aparte de padrote, es soberbio.

— Si, ya lo he pensado, pero, ¿quién?, tú eres fiel a tu esposa.

— ¡Eso! Búscate un casado, son discretos.

— Lo voy a intentar.

La bajó enfrente de la plaza.

— ¿Quieres que venga por ti?

— No, él me va a llevar con mamá.

De la plaza, le gritaron tres conocidos.

— ¡Nicolás!… Llévanos a la cenaduría de Casiano… –Le dijo Chemín, tartamudeando.

— ¡Que “clientazos” me trajiste! –Le dijo Casiano.

El Chino, un homosexual de pelo ensortijado, platicaba con Casiano.

De una mesa, le pidieron a Nicolás.

— Me llevas a Santiago!

— Si Medrano, con gusto.

— ¡Nicolás!, oí que vas a Santiago, llévale capirotada a Adán.

Medrano vivía cerca de la cenaduría de Adán.

— ¡Capirotada! –Exclamó Adán. — ¡oye Nico! ¿Has visto a Domingo?

— ¿Sigues enamorado de ese cabrón?

— ¡Es la razón de mi vida!

— Mañana te lo traigo.

— ¿Deveras? ¡Te pago doble la dejada!

Enseguida sonó el teléfono de la cenaduría.

— ¿Nicolás?, unas muchachas, te solicitan.

— ¿Dónde?

— Enfrente del mercado.

— ¿Podrá llevarnos al Manuya, señor?

— Con gusto señoritas.

Entre ellas, subió una mujer rubia, de ojos verde mar, elegante, mayor que las otras dos. Al llegar al bar, le saludó un mesero.

— ¡Quihubo Nico!

— ¡Quihubole Pedrito! ¿Ya te olvidaste de Alicia?

— Ya sabes, prefirió un ingeniero, pero, ya me casé.

— Pero, ¿te aventarías un acostón con Alicia?

— ¡Hasta dos!

—Bueno, voy al baño, cuídame a las muchachas.

Adentro, se encontró con el compadre de Domingo.

— ¿Quihubole Javier?, ¿Y Domingo…?

— Anda bailando, pero ya tengo hambre.

— Si van a cenar, yo los llevo.

Cuando llegó a la mesa, solo estaba la rubia, que al verlo, le sonrió. De pronto.

— ¡Nicolás!, te buscan.

— Nicolás se despidió de la joven, quien no dejaba de mirarlo.

— ¡Amigo, llévanos a Chandiablo!

— Con gusto. -De repente, llegaron Javier y Domingo.

— ¡Dijiste que nos llevabas! Nos dejas en Santiago.

Al llegar a Chandiablo, se encontraron con dos individuos.

— ¡Quihubo cuñado!, ¿a dónde van? -Preguntaron los clientes.

— Vamos a la zona roja. ¿De dónde vienen?

— Fuimos al Manuya.

Cuando Nicolás llegó a la zona roja, disimuladamente se asomó a una casa, y luego, entró.

— ¡Hola Alice!

— ¡¡Hay, me asustaste!!

— ¿Cómo te fue?

— Bien, y mal.

— ¡Cómo!

— Si, me pidió dinero, el muy…gañán, pero ya lo corté.

— Pues que bueno, porque ya te tengo al sustituto.

— ¡Deveras!, ¿quién es?

— Pedro, el mesero.

— ¡Ha, mira, qué bueno! Él siempre quiso andar conmigo, yo lo quería, pero, con él, seguiría pobre.

— ¡Acéptalo!, vas a estar más apoyada. Nicolás se despidió. Al llegar al taxi, estaban tres canadienses.

— ¿Puede llevarnos al muelle, señor?

— ¡Of course!

Al dejarlos, llegaron dos jóvenes tatuados, y presurosos.

— ¡Llévanos al bar de Bachos! ¡Pronto!

Al llegar, oyeron el ulular de una patrulla, los tipos corrieron hacia la playa, y los policías, los siguieron, gritándoles. Nicolás, se encogió de hombros, y se fue al Manuya, al bajar del taxi, descubrió una bolsa en el asiento de atrás, y la guardó.

— ¡Hola señor!, ¿nos lleva de regreso? –Le pidieron las muchachas.

— ¡Por ustedes vine!

Se fueron a Santiago, allí, riéndose, se despidieron, dos de ellas.

— ¿Y, a usted? ¿A dónde la llevo?

— ¿Me invitas a cenar?

Nicolás, entendió, y la llevó a un restaurante elegante, frente al Mar.


El dueño, acomodó una mesa cerca de la playa. Cenaron románticamente. Al pagar, disimuladamente, el dueño le entregó una llave. En la lujosa habitación, empezó a besarle delicadamente, la desnudó, la levantó, la acostó en la cama, se amaron con pasión, y ternura. Nicolás, procuró dejarla satisfecha. Después, ella, cariñosamente, le dijo. — ¿Me llevas a mi casa?

— ¡Claro mi amor! Eres lo mejor que he tenido en cuarenta años.

— ¿Deveras?

— Te lo juro, haz hecho el amor, como nadie. –Ella, rompió en llanto.

— ¿Sabes que has salvado mi matrimonio?… podré volver a verte?

— Cuándo quieras, ya sabes donde me encuentras.

Nicolás, se fue pensativo, y enamorado. Ya en su casa, abrió la bolsa, encontró marihuana, y un sobre, con una buena cantidad de dólares canadienses.

—“Bien dice el refrán”, -Pensó. — “Nadie sabe para quién trabaja”.

Su esposa, aún dormía, vio una nota que decía… —“Te la debo”.

Al acostarse, pensó enamorado, en la muchacha de ojos verde mar. —“Te agradezco Señor, por este día, y, por los que vengan”.

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