¿Y ahora qué pasa?

– Pasa que la señora no se está quieta, Carlos. Es la tercera vez que lo intentamos y no hay manera.

-¿Ésta es la señora del otro día?

-Sí, la misma.

-¡Joder, Clara!, ¿y por qué no la han programado para hacerle la prueba con sedación?

-¿Y a mí qué me cuentas? – contestó la enfermera con un tono que no dejaba dudas de que empezaba ya a estar un poquito harta. ¡Haberle dicho a tus compañeros que la pidieran con sedación!.

Normalmente, Carlos González tenía buen temple. Pero esa mañana no estaba del mejor humor. Habían tenido una tensa reunión a primera hora en la que la conclusión era que se les iba a exigir máximo rendimiento a fin de disminuir las listas de espera y poder facturar a la consejería el coste de esas pruebas exprés. Nada nuevo. Cada vez más, tenía la sensación de estar trabajando en una fábrica y no en un servicio central hospitalario.

A ver señora, intente estarse quieta. Va a ser sólo un momentito, de verdad. Enseguida acabamos – dijo por el micrófono en un intento desesperado de que la paciente colaborara.

¡Es que me ahogo aquí dentro! ,¿No puede entrar mi marido? – oyeron por los altavoces.

Apenas sonó “familiares de Amparo Martínez” por megafonía, como si se hubiera activado un resorte en la isilla de la sala de espera, se levantó un anciano enjuto de pelo blanco.

Soy su marido – dijo el hombre con un hilo de voz.

Por favor, si es tan amable, acompáñeme que el médico quiere hablar con usted.

Las piernas del anciano flaquearon. Clara intuyó la preocupación y se apresuró a asegurarle que no pasaba nada, que su mujer estaba bien, pero que estaban teniendo un problema con la prueba porque no conseguían que se estuviese quieta.

¡Ah! ¡Entonces es como las otras veces!– dijo el anciano – Es que está muy nerviosa, ¿sabe?. Llevamos muchos días en el hospital y lo ha pasado muy mal. Ella siempre ha sido muy echada para adelante, pero ahora se asusta por todo…

– Soy el Doctor González Tenemos un pequeño problema con Amparo. Está muy inquieta y así no hay forma de que podamos hacer la prueba. No sé por qué mis compañeros no han pedido que se le realizara con sedación…Si no colabora, vamos a tener que dejarla para otro día y llevamos ya tres intentos con éste …

– Es que ella no quería que la sedaran, ¿sabe usted. Llevamos unos meses muy malos. Desde que se cayó y se rompió la rodilla hemos ido de mal en peor. Desde entonces tiene miedo a la noche y a dormirse. Lo pasa fatal.

– Ya… me hago una idea.

Era mentira.

El doctor González veía ante sí un anciano consumido que podría ser su abuelo, que le estaba contando una historia, la de los últimos meses de su vida, que se le había marcado en cada arruga y en cada una de las ojeras que lucía y de la que, era consciente de ello, no tenía ni la más remota idea.

En mitad de esa reflexión estaba cuando Fernando le sacó de su ensimismamiento:

-Si quiere, puedo intentar hablar con ella…

– Si, si, ¡claro!. Si le había hecho pasar para eso. Y dicho esto, ayudó al anciano a levantarse de la silla y lo acompañó a la sala de exploraciones donde estaba Amparo, quien dejó de llorar nada más vio a su marido acercarse a ella, tomarle la mano y darle un beso en la frente.

Y tuvo una idea:

-Mire, vamos a hacer una cosa, le dijo al marido de la paciente;¿a usted le importaría estar con Amparo el tiempo que dure la prueba?. Será un poco más de media hora.

– ¿A mi?. ¡Para nada doctor!. Yo encantado de ayudar…

Y sentaron a Fernando con unos cascos a los pies de la camilla, retirándose el personal a la sala de ordenadores y cerrando el búnker donde estaba la máquina.

-¡Estás loco, Carlos!. Como nos vean los jefes se va a liar una buena. Esto debe ir en contra de todas las normas de seguridad – le replicó Clara, una vez se quedaron solos.

No te preocupes, yo asumo la responsabilidad. El señor está feliz de poder ayudar. Seguro que está mucho más tranquilo aquí dentro que fuera imaginándose lo mal que debe estar pasándolo su mujer. Y ella.. ¡fíjate!, ¡si hasta se ha dormido!. Las reglas a veces están para saltárselas, Clara – contestó Carlos con una sonrisa pícara.

Cuarenta minutos después la prueba había transcurrido con normalidad y el personal pudo entrar en la cámara, descubriendo que ambos ancianos se habían dormido, cogidos amorosamente de la mano-pie.

Carlos y Clara se quedaron allí, en mitad del pasillo, viendo cómo el celador los despertaba y se llevaba la cama de Amparo, intentando acoplar su ritmo al paso de Fernando.

– Cada vez pasa menos, pero cuando pasa, es bonito verlo, ¿no crees?– preguntó Clara

¿El qué?- perdona, estaba distraído– contestó Carlos.

Ver un matrimonio de esos que duran toda la vida y que a pesar de eso se siguen queriendo.

Sí, es alucinante. No hay nada que pueda contra eso. ¡Figúrate que no hemos conseguido droga más dura que el “maridozolam” para relajar a la mujer y hacerle la resonancia de marras!– le dijo Carlos en tono guasón a Clara. A veces sienta genial saltarse las reglas, ¿no te parece?

Pues sí, sobretodo cuando nos movemos en un ambiente tan rígido como absurdo a veces, pensó Clara, al tiempo que revisaba la lista para llamar al siguiente paciente.

NOTA: » Maridozolam» es un juego de palabras de Midazolam ( fármaco usado para las sedaciones necesarias para la realización de

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