Sentado frente al escritorio que tiene en su nueva oficina, Robles recordó la época en la que buscaba trabajo. Con su metro ochenta y cinco desparramado en su sillón de gerente, se tomó algunos minutos para reflexionar y hacer memoria.
En aquella época no estaba buscando un trabajo cualquiera. Más allá de haberse recibido de licenciado en administración de empresas, lo que buscaba, en realidad era un empleo del cual pudiera sentirse orgulloso. Había descartado un par de propuestas que no consideraba a la altura de lo que él podía brindar.
A la entrevista llegó vestido de traje. Se sacó los anteojos negros para anunciarse en la recepción.
-Buenos días, tengo una entrevista con la licenciada Cataldo.
-¿De parte de quién?- respondió displicente la recepcionista, sin siquiera mirarlo.
Robles reconoció esa voz. Era la misma que lo había citado telefónicamente dos días atrás. No le gustó que en la entrada no estuvieran al tanto de su llegada.
-Dígale de parte de Robles- respondió con la esperanza de que la licenciada recordara su nombre.
-Tome asiento- ordenó la recepcionista con la mirada fija en su monitor.
Robles se sentó y observó ver como la recepcionista realizaba su tarea con una lentitud admirable y un fuerte desgano. Se imaginó que si lo nombraban gerente de la empresa, iba a tener una seria conversación en su despacho con esa chica.
Luego de unos minutos, la recepcionista se dignó a hablarle.
-Suba al segundo piso. Ahí lo espera la licenciada- le dijo.
-Muchas gracias- respondió Robles.
Entró al ascensor y marcó el segundo piso. Se miró en el espejo y comprobó que su atuendo estuviera impecable. La buena presencia era uno de sus puntos fuertes a la hora de conseguir un empleo. Cuando salió del ascensor , desde adentro de la oficina, una mujer le hizo señas para que entrara, mientras se levantaba de su escritorio y se dirigía hacia la puerta para recibirlo.
-Licenciada Cataldo, mucho gusto- se presentó amablemente.
-Eduardo Robles, encantado- respondió él.
Cataldo acompañó a Robles hacia la sala de reuniones. Allí era donde hacían las entrevistas laborales.
-Por favor, siéntese y aguarde un segundo. Ahora vengo- dijo Cataldo señalando una silla.
Robles empezaba a sentirse cómodo. No le molestaba esperar un poco más, si se lo pedían de buena manera. Se sentó y observó cómo Cataldo salía de la sala y se dirigía nuevamente a su escritorio. A través de la puerta abierta pudo verla agarrar el teléfono. Discutía con alguien. Hablaba en voz baja, pero por los gestos, le debía estar reclamando algo a su interlocutor. Cuando Cataldo cortó, volvió a la sala con Robles y se disculpó.
-Perdón por hacerlo esperar- dijo mientras se sentaba en la silla de enfrente.
-No hay problema ¿Todo bien?- preguntó Robles.
Ella pensó que su discusión telefónica podía haberlo puesto un poco incómodo y creyó conveniente explicarle.
-Sí, es que tengo un problema con la recepcionista. No me presta atención, es distraída, no sé, me llama para preguntarme lo que tiene que hacer.
De repente, Cataldo parecía haber entrado en confianza con Robles, como si lo conociera de toda la vida.
-Por mí no se preocupe, licenciada- agregó Robles. Aunque sabía que tenía razón y que él mismo se había sentido incómodo, no quiso echar más leña al fuego. Prefería mostrarse como alguien comprensivo y minimizar cualquier conflicto.
-Gracias. Igual no es sólo con usted. Lo hace con todo el mundo. Pero no nos desviemos del objetivo- respondió dando por comenzada la entrevista.
La charla duró media hora. Robles salió conforme. Era muy optimista en todo. Había podido desplegar su conocimiento y responder con soltura cada pregunta.
Para Cataldo fue una entrevista más. Robles no le había parecido nada mal para el puesto, pero ya tenía en mente a otro que había entrevistado la semana anterior y a su criterio, todavía nadie lo había superado. Después de despedir a su entrevistado, la licenciada volvió a su escritorio, imprimió una lista con los datos de los candidatos. En total eran diez y Robles figuraba segundo. Le llevó la lista a la recepcionista y le pidió que llamara al primero para citarlo nuevamente y les avisara por correo a los otros aspirantes que no serían tenidos en cuenta por el momento.
El primero tenía un apellido raro, Karczwchevsky. Era difícil de pronunciar y la recepcionista decidió llamar al siguiente. Robles le resultaba más familiar. Le dijo a Cataldo que a Karczuchevsky ya no le interesaba el puesto y que en su lugar había citado a Robles, porque era el segundo.
Cataldo descubrió la maniobra y decidió que la recepcionista fuera despedida. Al mismo tiempo debió conformarse con Robles para el puesto.
Dos años después, Cataldo se jubiló. Robles fue nombrado gerente en su lugar. Estaba realmente orgulloso de heredar el cargo. Si bien conocía la historia de cómo ella lo había elegido, habían logrado entablar una buena relación.
Él siempre se mostró agradecido por aquella oportunidad. Siempre fue un tipo que sabía valorar los favores recibidos y, si se le presentaba la ocasión, también sabía cómo devolverlos oportunamente y con creces. Robles pensaba que un buen rendimiento en la compañía era la mejor manera de agradecer. También era una forma de demostrar que no había sido un error convocarlo para el puesto.
De a poco fue logrando, por méritos propios, tener cada vez más responsabilidades. La empresa y Cataldo le dieron cada vez más lugar para desarrollar toda su capacidad y creatividad.
Ya estaba cómodamente instalado en su escritorio, frente a una ventana con una hermosa vista a un parque lleno de árboles, cuando de pronto una llamada interrumpió su meditación. La recepcionista de la planta baja le avisaba que una persona preguntaba por él e insistía en que tenía una cita.
-Sí, yo mismo la llamé. Dígale que suba- colgó el teléfono y fue a buscar al ascensor a su nueva secretaria. Robles demostraba una vez más lo bueno que era a la hora de devolver favores.
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