Más tarde que yo, suele irse Claudia. Se queda y se queda tiempo después de haber terminado todo y pasado la hora pero ella sigue ahí, no siempre, pero casi. Se echa hacia atrás en la silla apoyando el respaldo, el borde superior del respaldo, en la pared que tiene por detrás y allí se queda, los ojos abiertos pero es como si soñara.

Me he quedado por curiosidad y también, porque es linda mujer. Tiene una belleza, para mí, que hace que le excuse todo, incluso, este estar como si no existiera a tres escritorios del suyo, viéndola con prudencia, para no inquietarla, para no incomodarla, para no ofenderla.

Cuando se reclina es como si esa ensoñación las convocara, y un conjunto de maripositas diminutas, como polillitas, suelen salir de los archivos viejos y los armarios de madera. Reverberan lentamente navegando el cielo de la oficina no muy cerca de las luces, y es esa distancia, en la frontera de la oscuridad, que las hace de una delicadeza… Como si soñaran el sueño de Claudia (ese nombre que curiosamente ha titilado ante mí más de una vez entre el horizonte del no y la nada) y es, diría, como si para ella las polillitas entonaran una reservada melodía. Creo que eso es lo que Claudia ve. Lo que percibe. Lo que la retiene horas y horas pensando como si soñara. Una soñadora solitaria para estar allí a esas horas. Una romántica que sueña en la silenciosa, etérea deriva de alitas grises.

En las horas de oficina es como el resto, hace y dice y habla como cualquiera y se comporta casi igual, pero es cuando se pone seria que al escucharla es como oír lo que uno quiere pero no en el sentido de lo que a uno se le antoja –que es lo que hacemos siempre– sino lo que quiere oír a veces de una persona para saber de qué cosa está hecha y algunas de las cosas que dijo, que dice, que piensa, es lo que la hace bella. Le dije una vez –más de una en realidad– “sos para llevarte a casa”, pero halagada no es interesada.

De tanto recostar la silla para oír vaya a saber qué música de las polillas, ha ido dejando una marca en el revoque. Cuando falta porque se toma licencia o se enferma o tiene ganas, sé mirar siempre, tras el escritorio inerte, la marca esa, y pienso, de pura nostalgia nomás, entre otras desviaciones más carnales, en cómo habrá sido de criatura, de chiquita, de los papás cuidándola y ella… antes que las experiencias, como a todos, lo arruinaran todo.

Imagino nomás, porque no sé ¿se acordará alguna vez de cosas como estas? ¿de las cosas que ha olvidado?

Pienso a veces que, cuando terminen nuestros días aquí, esa marca suya, anónima para el resto, seguirá, hasta que rellenen ese pequeño surco y renueven la pintura, y Claudia se haya evanescido para siempre.

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