Los intereses que me llevaron al estudio de la interpretación pianística aparecieron muy temprano, recuerdo arrastrarme por el suelo hipnotizado por la música.

Nada me ha fascinado tanto como descifrar el lenguaje de los números, de las notas musicales y de las letras. Cuando tenía dos años jugaba a asociar números realizando filas interminables de cochecitos y componía mis canciones en un pequeño piano.

Los años pasaron y mis intereses se asociaron y completaron entre ellos.

Nunca he tenido dificultades para aprender y entender el lenguaje de una pieza musical. Solía escucharla con toda mi atención y de este momento mágico podía reproducir en mi mente gran parte de la música porque entendía el modelo musical, el contexto. Abstraía una idea general que contenía su esencia como el que hace un resumen de un relato. Había captado lo que se me había transmitido, luego intentaba tocarla sin partitura, empaparme en su melodía, en su armonía. El resultado, fiel en cuanto a la sonoridad. Alguna vez me equivocaba en alguna nota, pero como en todo momento tenía presente el contexto, quedaba en relación con la obra y tan solo los oídos más finos podían darse cuenta del error. A continuación la perfeccionaba con la partitura.

Hace un mes cuando firmé el contrato me puse tan contento. Me oyeron tocar en el concurso María Canals de Barcelona y se pusieron en contacto conmigo. Gané el concurso. Me propusieron una gira por el mundo.

La gira me ha creado inseguridad y no puedo evitar tocar el piano a todas horas con la partitura, incluso cuando estoy comiendo me levanto rápidamente y el plato queda olvidado en la mesa. Los días pasan y solo oigo notas que bien pudiera reproducir un robot. Tengo las partituras totalmente interiorizadas, pero no puedo leerlas bien, no veo sus exclamaciones, sus descripciones, lo que transmiten, sus motivos interrelacionados. De hecho, mi problema es que me fijo en los detalles, me distraen, me impiden gozar de mis facultades musicales y no puedo ver la idea general de la obra. Es como si solo entendiera las palabras por si solas, su definición, pero no entendiera la frase en la que están inmersas y mucho menos el texto. Fíjense ustedes, ni tan solo percibo que se acerca el final de la pieza. Y si a esto añadimos que no siento ni mis sentimientos, ¿cómo voy a expresarlos y contribuir a la riqueza de las piezas?

Me voy a dormir, espero en los sueños encontrar el camino.

Esta noche he soñado que me encontraba solo en un velero. El suave viento empujaba las velas desde popa. Letras encadenadas las unas a las otras sujetaban vestidos y sombreros en una eterna ondulación que dirigía el barco entre las calmadas páginas hacia el graznido de las gaviotas.Quedé un tiempo en estado de ensoñación.

De pronto escuché:

—“Naturalidad y ausencia de esfuerzo”

Miré a mí alrededor, pero no vi a nadie flotando en el pergamino. El barco estaba parado, no soplaba viento.

Pronto aquella voz insistió:

—“Relajación”

Mi mirada se dirigió a la punta del mástil donde una gaviota me observaba.

—¿Eres tú?

—Sí

—¿Cómo es que hablas? ¿Quién eres?

—Debo recordarte las enseñanzas que nunca deberías haber olvidado. Por el camino encontrarás señales que te ayudarán a resolver tus problemas.

Tan pronto terminó sus palabras desapareció entre la multitud de gaviotas.

El viento hinchó de nuevo las velas y seguí navegando. A lo lejos distinguí una montaña por la que descendía un mar esponjoso, las nubes se desparramaron en pentagramas algodonosos en los que corcheas y negras crepitaban y quebraban ante mí. Intentaba unir sus trozos, pero se rompían por otros sitios, no podía dejar de practicar, dejar de unir los fragmentos que cada vez eran más pequeños. En cada instante me alejaba más de lograrlo, el esfuerzo que requería de mí me dejó totalmente extenuado. De pronto me vi sentado al piano totalmente relajado tras un paseo por el bosque, con mis dedos acaricié las teclas y pude oír ese resonar, el del alma de las notas musicales perdidas.

Se acercaba el atardecer, mi velero navegaba entre las letras arreboladas que encendidas con los gritos de los guijarros al chocar iluminaban mi mente, desde la orilla vi como los pequeños hombres sonoros de acero se alejaban. Finalmente, llegué a mi destino: “Chopin vu par ses élèves”.

Desperté de pronto y las frases seguían retumbando en mi mente. Me senté en la mesa y anoté mi sueño. Cómo había podido olvidar al profesor Chopin, fíjense en algunas de sus frases: “Practicar seis o siete horas diarias es un error”. “Puedo asegurar que atrofia la mente y produce interpretación mecánica”. Debo volver a seguir sus enseñanzas, son las que siempre me han hecho vibrar con la musicalidad que llevo dentro.

Decidí compaginar el piano con las prácticas habituales que había abandonado: la natación, el cine, salir a tomar algo con los amigos… recuperé la seguridad.

Hoy es el primer día del concierto, entro en la sala Pleyel, la sala donde Ravel en 1932 estrenó y dirigió su concierto en Sol M. En la misma sala donde Frédéric Chopin y Franz Liszt, entre otros, interpretaron sus obras.

Aplausos. Observo el público, el piano, el banco, la tapa del piano. Saludo.

Mi momento de silencio ante el piano, me concentro, olvido donde estoy. Me transporto a aquella sala antigua en la que el terciopelo, candelabros y bellas lámparas de cristal de bohemia decoraban el lugar, puedo imaginar el público de principios del siglo XX, algunos de pie, sus vestidos, trajes, peinados y… me dejo conducir por la música. La pieza inicia con un monólogo al que mientras escucho con atención voy interiorizando, avanzo por los pentagramas buscando en cada instante el sentido de la música, sintiendo lo que transmite cada frase, cada nota…

Se acerca el final, los sonidos conducen a él.

Aplausos. Como me hubiera gustado captar el desvanecer de la obra en el ambiente. Mientras oigo los aplausos busco su fin.

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