Le da pereza levantarse, pero hoy tiene turno de noche y tiene que vestirse.

Bahir, duerme desnudo sobre la cama mostrando el pene relajado. De buena gana me lo comía otra vez, piensa ella, pero no, mejor cuando lo tenga duro. Dios mío, qué cosas se me ocurren. Estoy loca.

Tan loca está que casi resbala en la ducha. Joder, como para no estarlo. Marta no era virgen, pero casi. Unos cuantos polvos y siempre de mala manera.

Ahora no, esta vez es diferente.

Y no ha sido fácil. Ayer, por fin, cenaron juntos y luego se lo llevó a casa. Ella no tardó en desnudarse. Primero me fumaría un porro, dijo él, mirándola. Y ella dijo que bueno. ¿Y qué iba hacer, dejarlo marchar?

Desde entonces no han dejado de hacer el amor. Sin freno. Hasta la extenuación. Parando lo justo para comer una pizza a punto de caducar. Ahora Bahir, ya es mi novio. Solo mío. Marta se viste deprisa. No puedo perder tiempo.Y Bahir, ¿lo dejo así? Tira de la sábana y lo tapa un poco.

Corre hasta el metro. Demasiado ágil para los años que tiene. Sube al tren que está a punto de irse. ¡Qué carreras! Hay un asiento libre. Menos mal.

Está contenta. Su vida no es como la de antes.

Porque la de antes no era vida. Primero el novio de su madre. Un pederasta hijo de puta. Y luego, cuando se largó, su madre se volvió una neurótica irascible. Un mal bicho. Y una hipocondriaca obsesiva que se atribuye todas las enfermedades.

Marta era explotada como una esclava. Sin salir, sin amigas, ¿y chicos? De eso, mejor no hablar. Y a cambio solo recibía golpes, insultos y desprecio. Hasta el día en que la vieja se lo hizo todo encima y Marta dijo; basta.

-Ya no aguanto tanta mierda.

¿A dónde fue? A casa de su prima, Martita.

Piso grande, luminoso. Muebles caros. ¿De dónde sacaba su prima el dinero?

-¿Ganas mucho de enfermera?

-Soy scort.

Marta, lo comprendió enseguida.

-Quieres decir, que eres puta.

-Joder, prima ¡Qué bruta eres!

Marta, no puede ser chica de compañía como su prima, aunque le gustaría. Pero no tiene las tetas, ni las piernas, ni el culo como Martita. Ni punto de comparación.

Martita es un bombón. En cambio ella…

Ella no puede ser chica de compañía, pero con el título de enfermera que Martita nunca usó, no tardó en econtrar trabajo. Por supuesto, práctica no le falta despés de tantos años de esclava…

Adora su trabajo. La hace libre y le ha dado una vida nueva. Y tengo novio, ¿que más puedo pedir?

Se ha quedado transpuesta. No es la primera vez. Ante ella pasa su vida como en una película. Como una pesadilla. No puede evitarlo. Las líneas de metro tan largas, es lo que tienen, que dan tiempo para todo.

Una joven habla con el móvil y ella saca el suyo. No tiene llamadas ni mensajes. Piensa en Bahir, ¿seguirá durmiendo? No sabe si es argelino o marroquí, ¡Pero es tan guapo!

Mira los selfies que se hicieron juntos.

Solo hay una foto de la cena. De lo que pasó después hay muchas. Los dos besándose. Haciendo guarrerias. Una encima del otro. Revolcones. En todas las posturas. Hay una foto donde ella le agarra el pene… Dios mío, ¡Qué grande lo tiene! Siente que se excita, que se pone colorada. Menos mal que nadie me mira.

No puede ser más feliz. Nadie le quitará su nueva vida.

Guarda el móvil, se atusa el pelo y se baja en la siguiente parada. Llega contenta al hospital. En el cuarto de enfermeras hay dos compañeras cambiándose.

-Hija, que bien se te ve -dice la más bajita.

-Hay novios que hacen milagros -comenta la otra.

-Si yo te contara… Y las tres se ríen.

Cambio de turno. Las que terminan informan a las que llegan. Una compañera se acerca a Marta.

Un día espantoso. Me han dado ganas de asesinar a la vieja de la 315. Es un bicho. Tiene insuficiencia respiratoria.

Marta comienza su turno como todas las noches. Termómetros, apósitos, analgésicos. Cambio de pañales. De vendas. Todo normal hasta la 315.

Lo primero que ve, es la cabeza. Pelo escaso y estropajoso. Sucio. Vías para el suero y la medicación. Una mascarilla de oxígeno. Marta se lleva un susto. Piensa en darse la vuelta, alejarse, pero no obstante se acerca, y ahí están: Unos ojos de hiena que la miran. Los ojos de su madre. En el rostro de la vieja se dibuja una sonrisa. Marta queda paralizada. Se está burlando de mí.

Se tambalea, siente que su mundo se derrumba, que todo era demasiado bonito para ser cierto. Y allí está su madre para recordarle que ella es su esclava, que no tiene derecho a ser feliz y vivir su vida. Su vida nueva.

Sale de la habitación temblando. Entra en el baño, está blanca. Se agarra al lavabo y se refresca la cara. Tengo que tranquilizarme. Que nadie me vea así.

Se entretiene con los otros enfermos para hacer la noche más llevadera.

Cuando falta poco para acabar su turno, entra decidida en la 315. Y otra vez los ojos de hiena.

Pero Marta ya no tiembla. Sustituye la bolsa de suero vacía y tira de la almohada con violencia. La cabeza de la vieja queda torcida, pero no la importa. Arranca la mascarilla de oxígeno y mira a su madre.

-Has venido a joderme, ¿verdad? A quitarme mi vida nueva. Pero no lo vas a conseguir.

La pone la almohada sobre el rostro y aprieta con fuerza.

La vieja no tarda em morir. Asfixiada.

Solo queda poner todo en orden. Que nadie note nada. En el próximo turno descubriran una muerte más. Nadie verá nada extraño. Es lo normal. Sucede con frecuencia.

Jesús Oliveira Díaz Playa San Juan, mayo del 2019

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