Las flores del cactus lucen ajenas a todo, como pequeños milagros entre tanta espina.

No sé cómo llevarmelo. Siento apego por las plantas, puedo deshacerme de otras cosas, pero no de mis compañeras de vida.

Recuerdo aún aquel Potos que repartía verdor en nuestra antigua oficina. Cuando nos trasladamos, lo metí en una caja abierta para que respirara, forrada de plástico, por si caía agua de su maceta, y coloqué con cuidado sus ramas. Nunca llegó.

La nueva oficina más pequeña, diáfana e impersonal no nos gustó demasiado al principio. -Los cambios siempre son para bien- nos decía ella muy seria mientras salía y entraba del único despacho cerrado que había, pero su voz no denotaba el temple al que nos tenía acostumbrados.

Habían caído diez de los dieciséis que éramos.

-La crisis.- Se limitó a decirnos con semblante serio cuando supimos el número total de cabezas que rodaron en aquella batalla.

La merma tuvo su razón de ser en base a los resultados que dimos. El miedo a la reina de corazones puso nuestras cabezas al borde de la extenuación, y fuimos cifras imposibles durante cinco años. Seis personas.

-Nos compran- anunció derrocada

Cada uno recoge su puesto, conscientes de estar metiendo nuestro destino en una caja abierta que se perderá porque el Rey Rojo se despertó y no quiso más oponentes en su partida

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