Lunes 2:00 am

Las blancas luces del pasillo crean un velo que alivia la situación, temo voltear la mirada para observar las decenas de rostros pálidos que me escrutan con sus ojos suplicantes, confieso que prefiero no mirarlos, su padecimiento se transformaría en mi talón de Aquiles. Recorro este interminable sendero con una celeridad sobrehumana, algunos colegas se acercan a mí con sus pupilas retraídas y sus voces agotadas, lo que me hace pensar que sus espíritus se han retirado al menos por un par de horas.

De Repente, la puerta principal se abrió con suma violencia, dos robustos enfermeros ubicados en cada extremo de la camilla se movían a la velocidad del viento, deduje que había solo un lugar en todo este edificio color nácar donde podrían dirigirse… la sala de emergencias. Asumí eólica forma como ellos y me dirigí a dicho lugar secándome la transpiración en el rostro, mis sentidos comenzaban a latir con mayor frecuencia y las pupilas de mis colegas cobraban la ardiente vitalidad que hasta hacia unas horas se encontraba en reposo. En el instante en que arribo a la sala uno de los enfermeros que trajo al desafortunado, con tono profundo y taciturno dice “accidente automovilístico”, acto seguido hace un gesto a su compañero y ambos se retiran con la misma celeridad con la que llegaron. Detrás de las puertas, quien acompañaba a nuestro protagonista, profería gritos provenientes de lo más profundo de su ser, donde enunciaba una simple pero anhelada sentencia, “Por el amor de dios, sálvenlo”. Rodeamos al desafortunado y nos observamos los unos a los otros ante el panorama carmesí que yacía frente a nosotros, el tiempo mismo cobraba forma material y se acurrucaba como apasionado espectador en un rincón de la sala, para observar el desenlace que tendrá este inmenso desafío. Fui el primero en hablar “manos a la obra señores, tenemos una vida en nuestras manos”, tales palabras rescato del estupor en el que mis colegas se encontraban, pero debo confesar que en todos mis años, nunca había visto a un paciente en tal estado ¿Cómo podría juzgarlos? Detuve esos pensamientos innecesarios y como eficaces autómatas vestidos de impoluto blanco, nos avocamos a la tarea de evitar que el espíritu de este hombre escapara de su cuerpo.

4:40 am

La épica contienda había terminado, Tanatos había sido vencido, salí de la sala de emergencias extenuado, me deje caer en los asientos que se encontraban más próximos a la misma, la blancura de mi uniforme había desaparecido y mi rostro estaba marcado por la intensidad requerida por la tarea. Cerré los ojos en un acto mecánico por el agotamiento, cuando de pronto sentí el tacto de una mano sobre la mía, era la mujer que acompañaba al afortunado sobreviviente, abrí mis ojos, ella estaba mirándome con el dolor de su alma siendo extirpado a través de sus pupilas en formas de gota de lluvia, apretó mi mano a la par que su cálida sonrisa ilumino por completo la fría y estéril sala de emergencias, se levanto con solemnidad y se dirigió a la sala donde se encontraba el afortunado (así lo recordaríamos todos, en especial yo). Me incline hacia adelante y tome mi rostro entre las manos, en un susurro casi imperceptible dije “lo salve, dios mío lo hice”, las gotas cristalinas se deslizaron sobre mis mejillas y una carcajada de júbilo hizo su tan anhelada aparición. Salve la vida de ese hombre y no hay palabras en este mundo que puedan explicar esta sensación… pero sé que aquí los guardianes del templo de Galeno protegimos el tesoro más hermoso que poseen las personas… la vida.

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