Un día de trabajo

Un día de trabajo

Asier

10/05/2019

Se ha cometido un error, no me explico cómo. He sido transferido al área técnica de la compañía, a mí, que no sé más que finanzas y de libros contables. Cómo ha sido posible esto, no lo sé, tampoco me esfuerzo por saberlo dado que, tal como he podido constatar en la práctica, los traslados ocurren con demasiada frecuencia; los cambios entre departamentos se dan de esta manera, aunque, y aquí yace el error, siempre se respeta el área de trabajo.

Ha debido de deberse a mi nombre de pila, al que confunden con Alonso, que sospecho, además de que se desempeñe como técnico, tenga un cierto parecido, al menos facial, conmigo; tampoco hace falta hacer más, pues, dentro de todo, si se respetan los procedimientos ordinarios, como ha venido ocurriendo, y por lo que no dudo seguirán ocurriendo, en algún momento, probablemente más pronto que tarde, incluso puede que hoy mismo, pues así ha sucedido en las anteriores transferencias, seré retornando a mi departamento inicial. Es por eso que no me esfuerzo, hablo de indagar más en el asunto, y lo que hago, como me corresponde, es trabajar, aunque fuese como técnico, que de técnico no sé nada.

Para desempeñarme de ese modo, sin querer dejar atrás la esperanza de que un superior viniese y explicase que todo esto es un error, cosa improbable, sobre todo por no poder darse en un momento tan inmediato al error, por lo que se asumiese como inexistente, me he detenido a contemplar lo que hacen, hablo de los técnicos; para empezar, y no di cuenta de ello por todo lo anterior, nunca he podido observar a uno por mucho tiempo. Sucede que, para mi fortuna, dado que así no me reconocen como intruso, los corren de las oficinas y los mandan a hacer trabajos de campo, labor por la que, además de mi miedo a abandonar las oficinas, me guarda en total ignorancia. Esta idea no dejó de atormentarme en ese momento, a mí, un empleando del departamento financiero, que por error, ¿por error de quién?, podría encontrase en la situación de abandonar la compañía y emprender labores de campo, cosa por demás impensada, al menos para un empleado que no ejerce labores técnicas. Sin embargo, los que sí se iban, como si dejasen gustosos la comodidad de sus asientos y el clima templado de las oficinas volvían los rostros y me examinaban con una mirada jovial, plácida, alegre, con unos ojos llenos de placeres encontrados en el exterior y que no se pudiesen hallar en la oficina pero qué, muy a pesar de ello, contra su voluntad, comunicaran que tuviesen que volver nuevamente a ella para dar cuenta de esos placeres hacía los demás empleados al mirarlos, y que, en seguida, sin esperar más, como si aquello fuese su verdadero trabajo, nuevamente dispusieran su ida. Así me miraron, por eso supieron que no era colega suyo, mas eso no les importó y se fueron igualmente.

Pasó un momento más hasta que comprendiera que el error me indujo a otro, no sólo había sido derivado al área técnica de la compañía sino que, y ahora lo veía claro, pues mi nombre figuraba en aquella lista sobre la pared principal de la estancia, había sido entreverado entre los técnicos de reparación y adecuación de productos de la compañía.

De esta manera comprendí que mis miedos eran infundados, al menos mis miedos más inmediatos, sin embargo, en esta nueva labor, igual de ajena a mi persona que la anterior, tenía que vestir indumentaria adecuada para el tipo de trabajo que esta clase de técnicos realizaban. Esto no lo esperaba, era un inconveniente, aunque uno menor al de abandonar las oficinas; hablo del inconveniente de dejar las oficinas porque una vez fuera, acaso ido para siempre, no sería posible reconocer el error que se incurría en mi persona, en caso viniese un superior en su inspección de rutina no podría percatarse de mí, y con ello, como tendría que ocurrir si el traslado no se llevaba a cabo con la prontitud que tendría que darse, notaría algo extraño en el ambiente laboral y, lentamente, como si en el camino pensase en que los errores de la compañía son imposibles pero que, a pesar de ello, algo impensado ocurriese, probablemente a expensas de un malentendido, se acercaría y me preguntaría si todo andaba bien, como si en mí, un empleado del área de finanzas de la compañía recayese el juzgar las decisiones administrativas. Esto podría darse, quizás debido más que todo a la preponderancia de los superiores, que les gusta pasear por las oficinas vigilando el orden de la jornada laboral, pero mucho me temo, como sé ahora, que esto no será posible, dado que, como uniformo ahora, con este traje de protección, que además de gafas protectoras lleva una gorra para el cabello, les será completamente imposible diferenciar a un técnico de otro. Así pues, mis opciones de hacer notar a la compañía el malentendido, ya no me atrevo a llamarlo error, disminuyen considerablemente. Claro que todas estas son medidas preventivas, pero que llevo a cabo sin esperar su éxito para paliar las cuitas del trabajo, de uno que no sé realizar, mientras espero nuevamente el traslado, uno más benigno.

He pasado lo que resta del día meditando sus acciones, las de los técnicos que no hacen trabajo de campo, de tratar de comprender la pericia con la que realizan los ensamblajes, el timing con el que nunca se ven rebasados por la cinta transportadora y la maña con la que manipulan esos objetos, objetos que yo, en mi rubro contable, nunca he visto en mi vida, y que, con todo, me resultan tan familiares al momento de manipular; tal vez sea una buena oportunidad para aprender algo el día hoy, mientras, como tendría que estar ocurriendo, espero a que se discutan las condiciones de mi reubicación en las altas esferas y me preparo para el día siguiente donde muy seguramente seré trasladado.

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