Era la forma exagerada en la que se miraba con atención a través de aquel ventanal. Quizás, lo más inquietante, no era lo que había más allá de aquellos centímetros de cristal, sino la curiosidad innata en los personajes que con gran expectación esperaban el desenlace de una historia sin final a la vista. Una idea general que muchos en aquel piso compartían, pero que no se tomaba como un tema social entre las conversaciones cotidianas de sus congéneres.

Rafael a menudo paseaba por entre aquellos enormes pasillos; mundos engavetados en unos centímetros de pared falsa, llamadas telefónicas y enorme papeleo contaminante del medio ambiente. Al igual que todos, se detenía ante aquel ventanal, incauto ante la posibilidad de algún cambio a la vista o en busca de algo que despertara de nuevo sus esperanzas de libertad.

Había algo que lo diferenciaba de sus compañeros de trabajo: sus jefes. Ellos jamás se ponían de acuerdo en cuando se debía de realizar alguna actividad y, aun peor, cuando debía ser finalizada; esto ocasionaba una gran incertidumbre en Rafael que acababa siempre en una larga jornada de tiempo libre mientras sus dirigentes dialogaban con gran esfuerzo. Para finalizar su calendario, obtenía unos días al mes en los que debía cumplir todo a la medida, sin retrasos y contratiempos. Un grave error o una bendición según algunos.

Se oponía a la idea de dejar todo por su libertad ya descubierta pero atada a unos burócratas. Es por eso que frente aquella ventana sostenía su currículo con grandes dudas en mente. Grandes oportunidades veía con tal de abordar una nueva rutina la próxima semana. No obstante, terminaba en echar todo por la borda y dejar de lado sus grandes sueños para… para la ventana; aquel espejo le devolvía su vida con gran ilusión llena de ocio y diversión alcanzables y posibles, pero a costa de una sola cosa: su actual trabajo.

Es fácil juzgar a Rafael por sus grandes dudas y sus caprichos indecentes. Aunque para aquel entonces si hubiera deseado algo de aquel retrato de su futuro no había encontrado la forma de llevarlo a cabo. El ventanal no tenía otra funcionalidad que mostrar imágenes y nada más. Los aristócratas y gobernantes de esa edificación habían atentado contra la propia psique del trabajador atando su dura realidad a una ilusión. Los medios para cambiar la realidad se veía reflejada a un simple rumor, un mecanismo que hacia cambiar a voluntad la vida de su propietario con solo unos minutos u horas pero no más.

Era de esperarse que se buscara con incesante curiosidad aquel artefacto faltante con la esperanza de que el ventanal cambiara, hablara y hasta creara lo que uno decidiera. Pero la idea se convirtió en leyenda y finalmente desapareció de aquella sociedad como quien canta a un sordo. Una plaga que los dominantes se atrevieron a destruir para el bien de sus intereses. Aun así, el efecto persistía pues de vez en cuando el mismo espejo mostraba con gran orgullo la libertad de algún ser en otro edificios. ¿Cómo lo lograban?

Solo fue hasta que Lilia del segundo piso, que trataba asuntos de administración, se acerco al umbral de la puerta con la esperanza de encontrar a Julio (uno de sus jefes), el cual era requerido en la nueva junta de gerentes en el segundo piso. Un cambio bastante radical desde que se inauguro la sala de ejecutivos en el décimo piso. De seguro un asunto de urgencia para tener que bajar con tanta premura.

Rafael le indico que se encontraban en estos momentos en una discusión sobre los nuevos estados financieros que habían llegado el día anterior y que de ser cierto los números rojos estaban en un grave aprieto. La chica bastante sensual para su edad, unos 40 quizás, no opuso resistencia al asunto y dejo el recado. Solo le pidió que le indicara donde podía tomar un vaso de agua, estaba sedienta después de subir tantos escalones. Al final, no era una mujer muy deportiva que digamos.

Ambos caminaron el gran pasillo que quedaba en dirección opuesta a los ascensores; por alguna extraña razón habían dejado de funcionar hace un par de años y no se habían arreglado desde ese entonces. Tardaron unos minutos en recorrer aquel desorden de puertas descubiertas y los horribles cubículos que daban fe de no ser limpiados desde hace siglos. Y luego la ventana…

La atención de Rafael se desvió como de costumbre; una inmensa plaza abarrotada de gente que se movía hacia los rascacielos en medio de un cálido verano. Todo un espectáculo de ver. La mujer en cambio solo mostró una mueca de agravio y dolor que le causo una gran agonía a su compañero.

– Disculpe mi atrevimiento, pero ¿no le gusta el verano? Es una de las grandes épocas del año. Me agrada como la luz cae entre los edificios del centro…

– Umm, siento interrumpir. Por supuesto que amo el verano, ¿a quién no? Pero… creo que se confunde. Eso que está allí no es el centro. Es un endemoniado monitor con una imagen que cambia todos los días. No había visto uno de estos en años. Horrible era verlo como fondo de pantalla en mi computador, que por cierto ya no se usan desde hace unos 5 años, ya hemos actualizado a otros equipos más complejos. Lástima que este no posea un teclado o un ratón para cambiarlo. Sin duda debe ser algo aburrido de ver todos los días.

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