Profesión : Escort. Parte I

Profesión : Escort. Parte I

Mónica DP

09/05/2019

Uno de los trabajos más antiguos que existe, y sin duda, minusvalorado…

–¿Por qué cuando se piensa en un trabajo duro se asocia con el agrícola, un trabajo sacrificado con la medicina, un trabajo honrado con la hostelería? Pues que sepas tú que ser prostituta es igual de honrado, sacrificado y duro como cualquier otro –me dijo Carmen, mi compañera de piso, mientras la peinaba. Así me explicó cómo se pagaba sus estudios universitarios.

Era la típica chica rellenita, bajita, con una bonita cara, alegre y cariñosa. Me impactó cuando me contó todo, nunca hubiera imaginado ser amiga de una chica de compañía, o «Escort», como me dijo que se llaman en el gremio.

Tenía veinte años. Yo era tres años mayor que ella y la veía un poco como a una hermana. En nuestros ratos libres íbamos a caminar por la playa, leer un libro, o mirar escaparates. Ella las mañanas las tenía ocupadas en la universidad, estaba estudiando Derecho. Yo trabajaba como peluquera en un salón de belleza no muy lejos de nuestra casa, así que hasta la hora de cenar no nos veíamos.

A simple vista era una estudiante normal, que por las tardes trabajaba de «niñera», o eso me dijo a mí cuando le alquilé una habitación…

–Esta crisis no deja mucho margen a la hora de buscar trabajo, y el no ser agraciada físicamente limita mucho más –seguía contándome.

Me confesó que lo más difícil de todo era mantener una doble identidad, una doble vida, a cara de su familia, compañeros de facultad, amigos… Había días en los que despertaba sin saber muy bien cómo se llamaba, pues utilizaba otro nombre cuando trabajaba. Lola se hacía llamar.

Curiosa de mí, preguntaba por todo lo que le envolvía en su segunda ocupación. No lograba entender cómo una chica de su edad aparentemente «normalita» escondía tanto en su interior.

–Carmen, ¿no tienes miedo a que alguien te haga daño en algún servicio? –se me ponía la piel de gallina imaginándome a esa chica sola, en una habitación con un hombre que le dobla la edad y le ordena qué hacer durante una hora.

–No tengo miedo Elisa, llevo un par de años trabajando en esto y aún no me he arrepentido. Y espero que Dios me siga protegiendo como hasta hoy. Hay días mejores y días peores, como en cualquier trabajo –me respondió encogiéndose de hombros con su sonrisa radiante.

El sonido del timbre interrumpió nuestra conversación, ahora que se estaba poniendo interesante.

Saltó de la silla, dejándome allí con el cepillo en una mano y un bote de laca en la otra. Abrió la puerta y pude ver a su amigo Jorge. Un chico muy «cortito» desde mi punto de vista, era muy tímido. Apenas hablaba delante de mí. Me saludó con un movimiento de cabeza y siguió a Carmen, que me dedicó un guiño y una sonrisa antes de desaparecer por la puerta de su habitación. «Ahora lo entiendo», pensé para mis adentros. En una fracción de segundo mi cabeza empezó a atar cabos sueltos. Cosas que para mí antes no tenían mucho sentido, ahora estaban tan claras como el agua de un manantial… ¡Jorge era un cliente habitual! Estaba tan acostumbrada a verle por allí, que nunca habría cuestionado su relación.

Empecé a sentirme algo incómoda estando bajo el mismo techo, así que decidí salir a comprar unas cervezas. Hoy era viernes y nada me iba a estropear eso.

Salí del piso lo más silenciosa posible, cerré la puerta tras de mí y me di cuenta de que la vecina del segundo tenía la puerta medio abierta. ¿Estaba escondida detrás? Podía ver parte del bajo de su vestido. Reí para mis adentros, y un pensamiento malévolo cruzó por mi mente.

–¡Buenas noches doña Manuela! –pude apreciar cómo daba un salto del susto que se había llevado.

–Buenas noches jovencita. Estaba… limpiando la entrada –claro que sí, pensé.

–Vaya, usted no para ni un segundo. Con las horas que son ya, y aún limpiando. La juventud de hoy en día perdió sin duda esa virtud.

–Desde luego jovencita, vaya con Dios –y cerró la puerta. No pude evitar soltar una risotada mientras esperaba el ascensor.

Salí del portal y miré mi reloj, me llevaría media hora ir y volver del bazar chino.

Me puse a caminar por inercia, sin fijarme mucho en mi alrededor, sólo pensando en ella. Mil preguntas se agolpaban en mi mente. Clasifiqué mentalmente las más importantes, para después hacérselas a Carmen. Ya había llegado al chino; cogí dos cervezas, un par de paquetes de patatas, y una tableta de nuestro chocolate blanco preferido, pagué y salí para regresar a casa.

Ya en el portal volví a mirar el reloj. Habían pasado treinta y cinco minutos desde que me fui. Preferí seguir esperando sentada allí mismo, mientras respondía a mensajes de mi familia.

Estaba tirada en la puerta del portal, así que no vi que iban a abrir la puerta. Y fue entonces cuando me caí de espaldas al suelo. Desde ahí vi a Jorge, con una sonrisa divertida en la cara. Me tendió una mano, me ayudó a levantarme y se fue sin decir una palabra.

–Eeh… Gracias –le dije a sus espaldas. Él solo se limitó a sacudir su mano, sin tan siquiera girarse.

Me costó unos segundos reaccionar, pero me dirigí al ascensor y subí a casa. Carmen me había visto por el balcón y me estaba esperando con la puerta abierta. No me hizo falta decir nada, sólo agarró la bolsa y miró dentro.

–¡Que amiga más buena tengo! – dijo cogiendo el chocolate y haciéndome un bailecito de lo más ridículo. No pude evitar echarme a reír.

–¿Como estás? –ya sentadas le pregunté. Me miró con cara de no saber a qué venía esa pregunta.

–Pues… como siempre –me respondió con la boca llena de chocolate, levantando los hombros de forma despreocupada.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS