Había quedado para conversar con Ramiro Fuentes, periodista de la revista intelectual “Ética”. Me lo había cruzado en un coctel, el día de la inauguración de la muestra de pintura de Anita Figari. Estaba trabajando en mi vlog de culturales, fui a la galería de arte para una nota y haciéndome el que analizaba una pintura, escuche con mucha atención la conversación del grupo de al lado.

-El ser humano está en peligro de extinción. – Dijo un pelado regordete de sesenta años. En el grupo se escucharon risas, Ramiro levantó la copa de vino para pedir silencio. – ¡Créanme! Somos una de las cuatro últimas generaciones de Homo sapiens sapiens sobre la faz de la tierra. – Lo dijo haciendo gala de su natural histrionismo. – Tú y los de tu especie se van a extinguir, muy pronto. – Y las carcajadas se convirtieron en estupor.

En ese mismo momento decidí que debía conversar con él y saber lo que pensaba. Me resultó fácil, llamé por teléfono a la revista, me contestó una practicante de periodismo desde su celular y me facilitó el número privado de Ramiro Fuentes. Me citó en un hotel elegante con la condición de que yo sea quien pague la cuenta. Cuando le hablé me contestó amablemente, preguntó por mis coordenadas y también sobre mi pedigrí. Nos citamos a las seis de la tarde.

Llegué seis y cuarto, crucé las elegantes puertas de vidrio y me recibió una señorita de unos veintipocos años, bien trajeada, oliendo a jabón de hotel caro. Le pregunté sobre mi reserva y me indicó que el doctor Ramiro me esperaba en la barra.

-Yo ya empecé con el aperitivo. – Dijo, efectivamente vi una copa de pisco puro, lo estaba marinando con una ensalada de gambas. – Vicente, arréglanos una mesa por favor. – Y el mozo de al lado, que estaba conversando con él, salió en dirección al Salón. – Señor Escajadillo, un placer conocerlo, se ve más joven de lo que se oye su voz.

Nos dirigimos a la mesa, por el gran ventanal se veían los añejos árboles de olivo distribuidos en el parque, que a su vez estaba rodeado de modernos edificios y antiguas casas señoriales. Empezamos a conversar sobre el tema de la extinción humana. Ramiro me respondió mientras esperábamos los entrantes. Decía que esa observación estaba muy aceptada por círculos científicos y filosóficos, la modificación genética que haría en sí mismo el ser humano, sumado a la colocación de prótesis electrónicas, crearía una o más especies de homínidos nuevas, que rivalizarían con nosotros por la supervivencia en esta roca provinciana, alejada del centro del universo. Al final la ley de la naturaleza se impondría, el más apto prevalecería.

Para el plato de fondo la conversación giraba en torno de temas un poco más vulgares. Ramiro se sorprendía por la reacciones de la gente frente a la política, lo achacaba a dos cosas: En primer lugar a la hipocresía y en segundo al desconocimiento de la naturaleza humana y a su historia como especie. Para él era increíble que la gente pensara en nuestros tiempos que la política era una vocación de servicio. Eso no ha sido así en la historia y por ello mismo no debería ser diferente ahora. El político es básicamente una persona que persigue el poder para mantenerlo lo más posible, si el poder fuese absoluto, mejor. Para ello seduciría, engañaría, prometería y haría todo lo reñido con la idea de moral para favorecer o perjudicar a los grupos que proyecten o entorpezcan su ascenso. En el proceso la vocación política transformaría a la persona haciéndolo pasar de idealista a corrupto. Era todo cuestión de tiempo. El dinero además, afirmaba el doctor Fuentes, era una manera de almacenar poder. De allí la estratificación de la sociedad, y su utilidad únicamente para la compra de conciencias humanas. Uno no podía comprar el ladrido a un perro con dinero, tampoco la demora del invierno o el final de una tormenta.

Vicente nos trajo los cafés y la cuenta. Una vez pagada el simpático hombre de gestos exagerados y verbo infatigable me dijo:

-Usted se ocupó de la cuenta, déjeme que me encargue de la propina. – Estiró el brazo y cogió la bandeja donde estaba mi cambio y se la entregó a Vicente guiñándole el ojo. – No se sienta afligido por lo conversado, recuerde usted que en esencia soy un escritor y lo que digo es puro verso.

Con eso dicho se estiro la corbata, levantó su pantalón y salió satisfecho por el hall. La cena había terminado y me tocaría saborear la sobremesa caminando bajo el perfume de los olivos.

JAP

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