El baile de máscaras

El baile de máscaras

Javier Reiriz

09/04/2019

Los últimos rayos del sol se apagaron y dieron paso a una penumbra mortecina que se fue apoderando de la ciudad. La luz eléctrica sustituyó a la del sol y, poco a poco, conforme las lámparas alcanzaban su temperatura idónea, la ciudad volvió a recobrar la vida. Había dejado de llover y decidió dar una vuelta por las calles para ver qué podía encontrar. Tenía la sensación de que hoy podría ser un día fructífero para su actividad, que últimamente y dicho sea de paso, estaba de capa caída. Pasó por delante de un lujoso restaurante y se detuvo al contemplar un cartel que anunciaba: “Hoy ofrecemos gran cena-baile de carnaval. Premios a los mejores disfraces” Le pareció un buen punto de partida y que, aparte de divertido, podía incluso ser hasta rentable. Se acercó a la puerta y entró.

En el hall alguien le quiso coger la capa para guardársela, pero él negó con la cabeza y con cara de pocos amigos dio a entender que formaba parte de su atuendo y que de ninguna manera iba a dejarla en el guardarropa.

Estaban anunciando que la cena empezaría de inmediato, por lo que se sentó en un lugar discreto, sin gente al lado. Aun no se había acomodado del todo cuando una señora bastante entrada en carnes y disfrazada de bruja se sentó a su derecha. No le hizo mucha gracia y pensó en cambiarse de sitio, pero todos estaban ya ocupados y no le quedó más remedio que aceptarlo.

Los camareros irrumpieron en la sala portando el primer plato, que consistía en un apetitoso souffle de cangrejo a las tres salsas. Estaba degustándolo con placer y no se dio cuenta de que la señora del disfraz de bruja le estaba comentando algo.

—Le decía que el soufflé está exquisito. ¿No le parece?

Soltó un gruñido de aprobación pero no dijo nada.

—Verá —volvió a la carga la bruja sin darse por vencida—, confieso que en un principio me entraron hasta escalofríos al verle. Su disfraz es buenísimo. Creo que se llevará de calle el primer premio.

Esta vez no emitió sonido alguno, sonrió y siguió comiendo sin hacerle el menor caso. La bruja suspiró y pareció desistir, entablando conversación con un senador romano que estaba sentado a su derecha. La cena transcurrió tranquila y sin ningún incidente más.

—Señoras, señores, va a comenzar el baile —la voz del animador de la orquesta sonó alta y clara por los altavoces— sean tan amables de pasar a la pista y escoger a sus parejas. El jurado estará observando sus evoluciones y no tardará en emitir su fallo. ¡Mucha suerte a todos!

La música sonó y la gente comenzó a bailar cambiando de pareja continuamente. Otra mujer —esta más joven y esbelta— disfrazada de ¿Eva? se acercó a él y en seguida los dos se encontraron bailando por toda la pista.

—Hacemos buena pareja ¿no? Me quedo asombrada ante su caracterización. Es usted un maestro del maquillaje.

Él soltó una sonora carcajada, pues le divertía mucho la situación.

El baile continuó todavía por espacio de una hora. Transcurrida esta, el animador de la orquesta anunció que el jurado tenía ya decididos los premios y que serían dados de inmediato.

—Bien, —habló el presidente del jurado— la decisión ha sido muy difícil puesto que hay muy buenos disfraces, pero había que decidirse por tres y éste es nuestro fallo. En primer lugar el disfraz que ha obtenido el tercer premio…

(redoble de batería)…

—¡Charles Chaplin!… por su excelente interpretación.

La gente comenzó a aplaudir asintiendo y conforme con la decisión.

—El segundo lugar —continuó el presidente— creemos que debe ser para…

(redoble de batería)…

—¡Pinocho! por su gran trabajo con la madera y la dificultad técnica que entraña.

Más aplausos de conformidad.

—Y por último, en primer lugar y ganador del concurso…

(redoble de batería, esta vez más largo)…

Se encaminó hacia la tarima donde el jurado entregaba los premios, seguro de sí mismo, con el aplomo y la pedantería que le daban el sentirse ganador, porque, ¿acaso no da esa seguridad el saber que uno no lleva disfraz y que es tal cual?, ¿hay mejor disfraz que el no disfraz? Empezó a subir los escalones cuando el presidente dictó:

—¡Dios!… por su gran caracterización y excelente interpretación. Juraríamos que se trata del mismísimo Creador.

Toda la sala se lanzó a una carcajada unánime. Se detuvo en seco a dos escalones del jurado. Paradójicamente, helado. El que venía disfrazado de Dios pasó a su altura y le guiño un ojo diciéndole entre risas “lo siento pero… otra vez ganan los buenos”

Mientras la gente aplaudía a rabiar, bajó las escaleras y tan silenciosamente como había llegado, se dirigió hacia la salida. Muy a su pesar, una mueca de resignación se le dibujó en la cara.

“Hoy no sería capaz de engañar ni a la auténtica Eva”, pensó. Y salió del local.

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