De profesión PANADERO

De profesión PANADERO

Cuando todos se rinden al descanso diario, el se afana en su labor iniciando su jornada con alegría en el corazón.

Viste su atuendo blanco, pantalón, casaca, gorro y delantal. Camina, con un silbido enredado en los labios, una melodía que ya conocen de memoria el cielo y las estrellas que lo reciben cada madrugada.

Pasa del azote del frío invierno a la calidez del gigantesco horno de leña. Una temperatura que lo reconforta en cuerpo y alma y aunque pocos lo crean, como suele asegurar, que le agrada aún en las noches de verano.

Una vez allí comenzará con su magia, mezcla harina, agua, levadura y sal con la precisión y seguridad que da el tiempo y la rutina. Luego a esperar que el milagro ocurra, amasar, dar forma y luego hornear. El pan crujiente va saliendo y jamas en tantos años le ha dejado de asombrar.

Es un hombre simple que con poco es feliz, una cosa necesita, saber que su obra de cada día entrará en tu hogar. Así pasa su vida el viejito Tomas, de profecion panadero, desde hace cincuenta años sin parar. El pan debe hacerse a diario y en las mesas no debe faltar. No se hizo rico y no «amaso » una fortuna pero si atesoro todo el amor que recibe desde que al pueblo llegó. Todos saben que si no hay dinero para pagar, el de buena gana te lo va a regalar, es que el pan a nadie le debe faltar.

Lo veo pasar cada día por la vereda de mi casa, cuando todos se levantan, el regresa a descansar. Con la sonrisa presta y devolviendo cada saludo de quien lo cruza al pasar. Así es el buen Tomas, quien trabaja cada día, porque nunca a nadie debe faltarle el pan.

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