No todo es lo que parece

No todo es lo que parece

Siempre me pregunté si mi lugar de trabajo es mi refugio o mi cárcel. A veces lo veo como el lugar donde puedo ser yo misma, refugiándome en esos bibliotatos polvorientos o esas pilas de papeles conteniendo números y más números. Otras veces esas mismas cosas me hacen sentir atrapada en esas paredes sin escapatoria posible. A veces duela ver pasar la vida por la ventana, ver el cielo y el sol, no sentir esa brisa que pasa por entre los árboles de la vereda…

Siempre recuerdo con cariño una historia que mi padre nos contaba a mi y a mis hermanas. Caminábamos bien tempranito en la mañana, todos los días rumbo a la escuela, junto a nuestros padres, y pasábamos justo por delante del trabajo de mi papá. Una oficina de cemento gris con grandes ventanas a los costados con barrotes y una puerta de entrada también de color gris. Pasábamos por la vereda y nos señalaba con el dedo justo donde estaba su oficina, aquel lugar donde iba a trabajar todos los días. Y decía que ese era el lugar donde papá estaba encerrado todos los días. Mis hermanas y yo mucho tiempo pensamos que nuestro pobre padre estaba en una cárcel. Mucho tiempo después, entendimos, que ese era el concepto que tenía mi papá del trabajo. Por suerte, dejó ese trabajo que lo ensombrecía y se dedicó a algo que le brindaba mayor satisfacción. .

Pero volviendo ahora a mi trabajo…

Ese lugar donde encuentro satisfacciones es también cuna de desencantos. La naturaleza humana es tan rica y a veces tan perversa que encontramos los perfiles más diversos. Solo he tenido dos trabajos en mi vida pero siempre mi oficina ha sido un lugar donde naturalmente acuden todos, de los más altos jerarcas a los recién ingresados, a realizar las confesiones más abrumadoras, a contar sus desventuras amorosas, a relatar hasta el detalle la desilución más desgarradora o a compartir historias de lo más graciosas y alegres …

Eso a veces es una experiencia gratificante y otras veces abrumadora.

Les contaré una de esas historias.

Todo comenzó cuando Stefani ingresó al cargo de secretaria de uno de los dueños de la empresa familiar donde trabajo. Demasiado buena para ser verdad, debí sospecharlo desde un principio!. Era amable, respetuosa, bonita, de buena presencia, se llevaba bien con todos, se integró de manera sorprendente. Realmente una maravilla. Yo participo habitualmente de las selecciones de personal, así que había ya visto su impecable curriculum vitae. Su trabajo era eficiente y habitualmente se iba fuera de hora para terminar sus tareas. Nada hacía sospechar lo que vendría después.

Un día la vi preocupada y le pregunté que le pasaba. Se mostró al principio reacia a comenzar a hablar pero luego comenzó a relatar poco a poco como su jefe, no se había comportado del todo correcto con ella, haciendo chistes subidos de tono y mirándola de un modo que no sabía definir. Escuché atentamente su relato y le dije que iba a indagar al respecto.

Su jefe era un hombre de unos cincuenta y tantos años, divorciado, que era la primera vez que había decidido tener secretaria, pues ya él no podía manejar su complicada agenda. Era un hombre sencillo, de buen aspecto, un poco cínico en sus comentarios a veces sí hacía algunos chistes difíciles de entender, a los cuales a estaba acostumbrada y no me parecían ofensivos. Lo conocía hace años pero no tenía el nivel de confianza para realizarle una pregunta directa sobre lo que me había contado Stefani.

La oficina del jefe estaba al lado de la mía, así que me limité a observar y a analizar. Un día la vi entrar y salir rápidamente con la cara un poco ruborizada, me miró de reojo y apartó la mirada. Otro día se quedó hasta tarde ayudando en una presentación a su jefe. Yo también estaba en el trabajo terminando no sé qué papeleo. Estaba con la puerta cerrada y ensimismada tratando de terminar por lo que no estaba muy atenta a lo que estuviera pasando en la oficina contigua.

De repente escucho que la puerta de la oficina de al lado se cierra con fuerza y la veo salir corriendo a Stefani, medio con la blusa desabrochada y el pelo despeinado hacia el baño de damas. La sigo y veo que está sollozando al otro lado de la puerta de uno de los baños. Le pregunto si la podía ayudar y me responde que me vaya que no era nada…

Al día siguiente, Stefani no fue a trabajar y no lo hizo en toda la semana. Alegó fiebre alta repentina.

El día que debía reitegrarse llegué al trabajo y en la oficina de al lado estaba el jefe de Stefani junto con el abogado de la familia y la familia a pleno. Habían recibido un citatorio del juzgado pues Stefani había realizado una denuncia de acoso contra su jefe.

Dude mucho pero finalmente me decidí días despúes a confrontar a su jefe. Le dije lo que me había contado Stefani en un tono acusador y él me miraba fijamente, me dejó terminar y me pidió que me calmara y que lo escuchara. Para mi sorpresa todo era una gran puesta en escena, la camisa abierta, el pelo despeinado, los llantos, nuestra convrsación….todo frialmente planteado desde un principio.

Me contó que la familia decidió contratar a un inverstigador para que buscara los antecedentes de la muchacha. El investigador rápidamente encontró la verdadera identidad e Stefani. Se llamaba Carmen y era una estafadora profesional, Las víctimas para no pasar por la humillación de la denuncia y el proceso judicial ofrecían a la denunciante una compensación para que retirara la denuncia y todo quedara olvidado.

Nunca supe porqué me eligió, para hacerme parte de su estafa y hacerme pasar tan malos ratos.

Por eso no todo es lo que parece, hay que ir siempre a la esencia de la persona, no quedarse con la superficie.

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