Buscar en lo más profundo de tu ser y responderte con toda honestidad, resulta complicado pues no siempre quieres ver la realidad

¿Te atreverías a afirmar viéndote a los ojos que estás satisfecha con la calidad de vida que llevas?

De un tiempo a la fecha Sonia se planteaba este cuestionamiento cada vez que se miraba al espejo buscando una respuesta a la confusión que estaba viviendo. Su entorno, no sólo familiar y social, también el laboral y el económico se habían convertido en un yugo que la tenía paralizada. Se encontraba en un laberinto en el que los diferentes caminos que se le presentaban no eran factibles o no tenían sentido para ella.

Reconoció que la respuesta era negativa. Ella ya lo sabía de tiempo atrás pero se había negado a enfrentarlo y mucho menos a realizar cambios. Una de las principales razones era la codependencia enfermiza que se había generado en torno a su pareja. Otra, que ya no estaba en edad de ser fácilmente contratada en una empresa; no le gustaban las ventas, no era de su interés emprender un negocio. No tenía idea de por dónde empezar, pero lo que sí tenía muy claro era que no podía quedarse estática.

Ante esta innegable y cruda realidad, se propuso encontrar la punta de la madeja para descubrir en dónde se había dejado seducir por el conformismo y la apatía. Tenía que recuperar la paz interior que había perdido en el camino.

Sonia era amante de la naturaleza. El verdor del campo y la majestuosidad de los milenarios amates que adornaban la propiedad que habían adquirido en tiempos de bonanza, seguramente serían el cómplice perfecto y el ambiente adecuado que la ayudarían a dilucidar lo que le devolvería la ilusión. Así que decidió darse una tregua. Empacó lo indispensable y se dispuso a tener un reencuentro consigo misma. Eligió la frondosa sombra de un abeto y se dedicó a escribir cada uno de los recuerdos que llegaban a su mente.


«Empecé a trabajar desde muy joven en una próspera empresa transnacional en donde puse en práctica todos mis conocimientos en administración y aprendí muchísimas actividades relacionadas con este tema. –Escribía Sonia sonriendo al recordar aquella época.

Me desempeñaba con eficiencia y responsabilidad, cualidades que me fueron reconocidas y valoradas dando por resultado importantes ascensos.

Recuerdo que con tenacidad y constancia casi siempre lograba lo que me proponía, como el día que pasé por una oficina que me gustó mucho, y me dije: ‘un día voy a ocupar esa oficina’ y finalmente la conseguí.

Me encantaba tratar con mucha gente, apoyaba a desarrollar nuevos proyectos, organizaba eventos. Me sentía importante y tomada en cuenta.»

Sonia continuó escribiendo hora tras hora, sin darse cuenta del tiempo que transcurrió.

«Por esos días conocí a Eduardo, el que hasta el día de hoy es mi esposo. Era un muchacho muy apuesto y varonil, de acuerdo a mi apreciación. Empezamos a salir y al poco tiempo me enamoré perdidamente. No escuchaba sugerencias, ni opiniones, sólo tenía ojos para él. Un año después nos casamos. Disfrutamos un buen tiempo de una relación estable. Yo seguía trabajando en el mismo lugar donde acumulé gran experiencia.

Las primeras discusiones y diferencias se presentaron cada vez que yo tenía que asistir a algún evento social de la empresa. Me di cuenta que esto no le parecía agradable. Un día recibí una petición de su parte:

-Te voy a pedir que renuncies a tu trabajo porque necesito que me ayudes aquí-.

Sin pensarlo mucho le dije que sí. Era la persona que más amaba y me estaba necesitando. Supuse que quería que pusiese en práctica mi experiencia en la administración del negocio que estaba creciendo.

No dejes ese empleo – Me decían las personas con más edad y experiencia.

Me fue imposible imaginar y prever todo lo que podría conllevar el que una pareja con características de líderes, demandantes y posesivos conviviera las 24 horas del día. Nunca definimos cuál sería mi puesto ni las actividades que iba a desempeñar, así que llegué a tratar de implantar el ritmo acelerado y las condiciones rígidas a las que estaba acostumbrada. Mi esposo, todo lo contrario. No había prisa, puede ser para mañana, me siento a escuchar los problemas de los empleados y los hago míos. Si llegaba un trabajo urgente, muchas veces se negaba a recibirlo. – No tenemos espacio hasta la próxima semana -, obvio, el cliente se iba.

¿Porqué no lo retuviste? Le preguntaba al borde de un colapso nervioso. Nadie le va a cumplir en los tiempos que necesita-. En mi experiencia no tenía razón, pero nunca pude convencerlo de modificar la forma en que dirigía la empresa.

Lloré, supliqué, exigí, me emberrinché, todo fue inútil. Era una guerra de egos, de talentos, de géneros, de competencias y sobre todo de orgullos que nos fueron carcomiendo por años. Ninguno de los dos se movía de lugar.

En ese tiempo él tuvo un terrible accidente automovilístico que gracias a Dios sólo le provocó estar fuera de circulación un mes. Ese mes fue para mí como si todo el peso de su cuerpo lacio me cayera encima y no me dejara respirar.

Qué terrible recordar ese episodio de nuestra vida.’

Al ir acomodando cada pieza de su rompecabezas, Sonia pudo confirmar que la elección equivocada de trabajar juntos casi les cuesta la vida y el matrimonio.

Ahora ya tenía una clara idea de por dónde debía empezar: renunciar a seguir colaborando en el empleo que nunca debío haber aceptado.

Creo que cambiar de trabajo no fue la mejor decisión de mi vida. – concluyó Sonia.

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