Harneando la tierra

Harneando la tierra

Lucas Mostrenco

07/06/2018

¡Y helo aquí! Gotas de sudor recorriendo su rostro hermético, carente de cualquier sentimiento, esos ojos sin brillo clavados en la tierra que harneaba lentamente, desganado. El intenso calor no le impedía llevar a cabo tan dura tarea. Cavando, llevando, trayendo carretillas llenas de tierra fina para hacer la mejor composta de la región.

Había dejado el negocio familiar siendo adolecente, pero uno siempre sigue sus instintos, de regreso a los orígenes, siendo imposible ignorar nuestra naturaleza. Al final, estaba ahí nuevamente, harneando la tierra, limpiándola, quitando aquello que no sirve. Entre paladas, se tomaba unos minutos, limpiándose el sudor, separando y seleccionando los mejores huesos. Se recreaba imaginando lo que podrían ser. Un artista proyectando diversidad de pequeñas esculturas.

Le excitaba transformarse, salir a cazar, desde cachorro odiaba tener que desperdiciar casi por completo los cuerpos, comiendo el corazón, el hígado, algunas zonas con carne, sin desperdiciar gota de sangre, ¿pero, y el resto? No le parecía queterminaran como composta. Fue cuando comenzó su afición a tallar huesos, difícil mirarse como artista, eran más pequeños trofeos por sus habilidades de sigilo y caza.

Nunca quiso cambiar lo que era, pero quería conocer nuevas cosas, salir del rancho, hacer algo diferente, era cansado pasar días enteros en montones de tierra, con el sol montado al lomo, jornadas tormentosas respirando polvo, día tras día. Triste se preguntaba cómo pudo regresar a lo mismo, había logrado grandes cosas en el mundo de los negocios, en poco tiempo demostró talento que cultivaba con estudios, lecturas, aprovechaba los mejores cursos para estar siempre bien actualizado, apoyó a sus compañeros, quienes lo tenían como una gran persona. Creía que amaba lo que hacía, olvidándose de tallar figuras.

Durante años sacrificó su familia, su salud, comiendo corazones de perros callejeros, hígados de animales frescos que robaba del rastro, olvidando su naturaleza salvaje, aunque no cazaba diario para evitar sospechas, cuando quería darse sus gustos iba a los albergues, no perdía de vista a los más enfermos, a los solitarios o a los desconocidos, los ayudaba a terminar su agonía.

Malestares crecían en su interior. Cada palada ahora llevaba una dosis alta de odio y frustración. Repasar las vivencias lo destruían, aunque demostrara indiferencia, dentro de él, no era así. La ansiedad recorría cada palmo de su cuerpo, producida por la traición de la que fue víctima. Entretanto, seguía harneando la tierra, paladas fuertes, el sol inclemente no era tortura como lo eran sus recuerdos. Únicamente sonreía de vez en cuando al mirar la pequeña pila de huesos, lienzos en blanco esperando su próxima creación.

Suspiros contenían las carretillas apelmazando la tierra porosa. Recordaba afligido aquel desdeñable día en el cual sin dar explicaciones irrumpieron en su oficina tres seres despreciables. Arrebatando pertenencias, denigrándolo frente a los demás. Las burlas, más agudas que sus colmillos despertaban al nahual que era. Pero se mantenía en apariencia apacible, tratando de comprender que sucedía. En vano era pedir explicaciones. Esa noche lo único que recogía de la que fuera su oficina, eran diferentes figurillas de hueso que el mismo talló, recordó entonces aquello que le apasionaba, crear, tratar de transmitir vida por medio de huesos inertes. ¡Una sonrisa por fin!, aunque efímera.

¡No daba crédito a lo que le había ocurrido! Mirando por el lugar se sorprendió como todos permanecían con la cabeza abajo, alguno se atrevía a voltear de reojo, sin decir nada. Los rostros burlescos de esos tres miserables le quitaban el aliento. El primero de ellos, un tipo déspota que trataba a todos como sirvientes, de ideas retrogradas, debían agradecerle quienes tenían la fortuna de trabajarle, pues a pesar de sus malos tratos les dio una oportunidad. Sabía tratar a los dueños, llevándolos por exóticos lupanares, poniéndose a sus pies, siendo quien recoja su basura.

La segunda, con estudios de una universidad ilustremente desconocida, portando papeles falsos conseguidos después de ser expulsada al ser encontrada drogándose. Le mordía el saber cómo alguien con tan poco cerebro llegará tan alto sin esfuerzo. Era bien conocida su reputación basada en una moral inexistente, sabía vender sus caderas al mejor postor, sin temor a pedir directamente lo que buscaba siempre en pos de un bienestar económico.

El tercero de ellos, patán sin educación, se jactaba de ser Maestro, pues con quien se presentara lo hacía con este mote. Presumía haber obtenido este grado en dos años, lo que era cierto. Pero nunca mencionaba la manera de adquirirlo, sin estudiar o dando lo mejor de sí. Era conocido por ser oportunista. Una mañana en la cual le pidieron tramitar su baja de la maestría por bajo rendimiento encontró al director en acto ilícito. Sin chistar le ofrecieron una excelente salida graduándolo con honores.

¿De que sirvió esforzarse tanto? Ayudó a todos los que hoy miraban indiferentes como era víctima de acto tan grotesco. ¡Ver a los tres le daba rabia!, mirar cómo le daban la espalda a quienes pensaba eran “amigos” lo sumían en profunda tristeza.

Camino a casa apenas evitó transformarse. Retumbaban en su cabeza las palabras que socarronamente aquel trio le escupían, diciéndole que se dedicara a vender sus figuras debajo de los puentes. A carcajadas le preguntaban el precio de varias de ellas. Inhalando aire calmaba su furia, diciéndose a sí mismo que tendría oportunidad de hacer el ajedrez que tanto quería pero por tiempo nunca lo empezó.

Al terminar el día tomó el harnero con ambas manos mandándolo a volar lo más lejos que pudo. En su taller seleccionaba los mejores huesos, al centro de la mesa de trabajo lucia imponente el tablero hecho de cervicales, algunas piezas mate esperaban a un costado, comenzaba a tallar.

Entrada la madrugada con cuidado ponía sobre el tablero un rey perfectamente pulido sobre los espacios blancos, otro rey mate ocupaba el lugar oscuro.

La sonrisa le volvía al rostro, tallando, puliendo y pintando.

Después de todo, ese taller representaba su verdadera pasión.

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