Héroes desconocidos!

Héroes desconocidos!

Sergio V

27/05/2018

La mañana venía acompañada por una niebla densa y pegajosa que impregnaba con desagradable y fría humedad aquello que tocaba. Era uno de tantos días que hubiera deseado quedarse arropada bajo su manta, en vez de tener que ir al trabajo. Por desgracia la vida la había hecho guapa pero no rica. Primero apañar a sus hijos, desayunos y llevarlos al colegio. Luego conducir a Madrid ¡Cómo odiaba tener que aguantar todos los días ese horrible e interminable atasco! Mientras esperaba, las energías de María se consumían a la misma velocidad que sus nervios. Eran ya más de tres años aguantando cada día los dichosos atascos, su paciencia hacía tiempo había llegado al límite, pero no le quedaba otra opción, como orgullosa madre soltera tenía que tirar del carro.

Aquel día antes de ir a la comisaría necesitaba ir al banco, tenía que hacer una reclamación debido a una extraña e imprevista comisión de más de 100 Euros. La banca, famosa por este tipo de triquiñuelas, ellos te cobran y si no te das cuenta, peor para ti. Así es la vida en España, cuna de corrupción y de apariencias. Da la impresión que desde las posiciones de poder se puede obrar con total impunidad, acogiéndose al imperio de la ley a su propio gusto. ¡Hay qué joderse! María aquella desangelada mañana no esperaba encontrar ningún responsable, como solía pasar, pero sí quería recuperar su pasta, eran muchos años con el sueldo congelado y ese dinero significaba muchas compras, muchos gastos para sus pequeños.

Al pasar al banco, en la zona del detector de metales, el aparato detectó que María llevaba algún objeto metálico. Ella no tenía ni las ganas ni la intención de dejarlo en las cajas fuertes acondicionadas, pero como suele pasar, tras un par de intentos fallidos, un cajero dentro de la entidad bancaria abrió la puerta permitiendo el acceso. ¡Qué seguridad!

Mientras esperaba su turno, intentaba averiguar porqué habrían cobrado la jodida comisión. Estaba cansada de tener que venir año tras año a quejarse por algún cobro indebido. Como no era capaz de encontrar el motivo, se enfadó, cada segundo que pasaba , su ira iba en aumento, hasta cuando llegó su turno. ¡Pobre cajero! Iba a tener que aguantar sus quejas y seguro no tenía ninguna culpa por lo sucedido.

Antes de que llegara a la caja, algo totalmente inesperado, alarmante y atemorizador al mismo tiempo rompió el silencio que imperaba en la oficina.

–¡Todo el mundo quieto! ¡Esto es un atraco!

María quedó inmóvil, paralizada ante lo repentino de la situación. Aquel hombre, con barba, gafas de sol y pelo largo desgreñado estaba caminando justo con dirección a la caja donde se encontraba.

–¡No se muevan y no pasará nada! –volvió a decir mientras se acercaba portando una pistola en su mano derecha. En la otra mano llevaba lo que parecía una bolsa o algo parecido.

Sus pulsaciones se aceleraron de repente, impidieron que alguna reacción coherente pudiera llegar. Dudó entre no hacer nada, quedarse allí paralizada como si fuera otro ciudadano corriente y normal, o en actuar con rapidez e intentar detener a este delincuente. Cuando una decisión tan importante debe ser tomada tan rápido, suelen llegar los errores. Una extraña sensación, una mezcla de miedo y coraje se enfrentaron en su interior. La angustia de no saber, la impotencia de desconocer solo eran comparables al miedo a perder. No había tiempo para pensar ¡o lo hacía o no! Su corazón latía tan fuerte que iba a explotar como si fuera una bomba atómica.

–¡Quieto manos arriba! –exclamó María al sacar su arma y apuntar a este hombre.

En ese preciso instante el tiempo se paró en aquel banco, todo quedó paralizado, María, el cajero, la gente que había dentro y el atracador. Parecía como si aquel momento hubiera pasado a la eternidad, como si fuera a ser representado por el pintor más detallista de la época. Nadia sabía que iba a pasar, como iba a reaccionar aquel hombre. Los segundos se convirtieron en minutos, en horas, en días… Aquel paréntesis fue roto cuando ese individuo se dio la vuelta tratando de apuntar a María, que se tiró al suelo sin dejar de apuntar, gritó desesperada:

–¡Tira el arma!

El atracador, tenía todo perdido, cuando planean este tipo de hechos, nada ni nadie les va a parar, van a seguir hasta el final, con lo que sea, si tienen que llevarse a alguien por delante, les da igual. Pero aquel día por desgracia para él, María estaba allí, y antes de que pudiera apretar el gatillo, ya le habían alcanzado dos proyectiles de plomo a la altura del pecho. Cayó fulminado como un muñeco de trapo, en unos segundos estaba rodeado por un charco de su propia sangre.

La histeria colectiva brotó en el interior de la oficina cuando se escucharon los disparos, todos estaban desolados, petrificados con la violenta y dramática situación, tan solo aliviada al ver desplomarse a este malhechor. María permaneció varios segundos tirada en el suelo, apuntaba al cuerpo sin vida, fue un momento infinito hasta que reaccionó, guardó su arma y se levantó. El contraste de los semblantes de la gente, alegres, extasiados, hasta diría yo alucinados, con los que segundos antes tenían dibujados, fue brutal. Todos los allí presentes comenzaron a elogiarla, a darle la enhorabuena, sin saberlo, sin buscarlo, se había convertido en un heroína inesperada.

Aquel nuevo día iba acompañada de sus queridos pequeños, orgullosa de ellos, de ella misma, de su trabajo, de su labor con la sociedad. Aquella espléndida y soleada mañana iba a ser condecorada con una cruz al mérito policial con distintivo rojo, una condecoración que lleva aparejada una recompensa económica. Ella que iba a reclamar 100 Euros y por sorpresa del súbito destino resultó galardonada con 100 euros más al mes de por vida.

¡Gracias María! Gracias a ti y a todos esos héroes desconocidos que cuidan cada día de nuestra seguridad.

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