Todo fue bien en un principio. Los cuervos habían dejado de comerse las semillas del sembrado y yo cumplía con mi trabajo haciendo las funciones propias y aburridas de un espantapájaros. Pasado un tiempo mi ausencia de palabras y mi figura estática con aquel mocho de fregona en la cabeza, les hizo sospechar que no era un tipo peligroso. Todo cambió desde el momento en que me vieron como lo que era: un simple espantapájaros. A partir de entonces, cada noche, bajo la luna, celebraban sus bacanales picoteando las semillas y fornicando, dejando el sembrado patas arriba, para después, con la barriga llena, posarse sobre mí como si fuese la barra de un bar, a urdir sus tramas. Abatido por el destrozo del cultivo, sin poder cumplir con mi función, escuchaba atento aquellas intrigas de corruptelas y sexo salvaje, siempre con el dinero por bandera. Me tragaba los ¡oh! y los ¡menuda panda de cabrones! en mi garganta falsa. Por sus conversaciones descubrí que aquella comunidad de cuervos se extendía peligrosamente y sufrí el dolor de otros espantapájaros que, como yo, soportarían sus burlas.

Mi jefe, desesperado ante la ruina del sembrado, intentó humanizarme con un nuevo atuendo por ver si así los cuervos se ahuyentaban. Fue la primera vez que me puse unos zapatos y ropa decente. Sabía que no era más que un palo, pero me pareció sentir los pies creciendo dentro de aquel par de zapatos. Aquella noche los cuervos volvieron a reunirse en el sembrado a unos metros de mí dudando en un principio si acercarse. El cabecilla se aproximó a observar, el jefe había pasado algo por alto al caracterizarme; seguía teniendo el mismo pelo: un mocho de fregona. El cuervo avanzadilla se percató e hizo un gesto al resto para que se acercaran, asegurando que no había peligro, es el espantapájaros de siempre, dijo. Infinidad de veces había escuchado impasible aquella palabra pero en esta ocasión me dolió. Llevaba puesto un traje nuevo y un par de zapatos; y aun así, aquellos cuervos degenerados seguían viendo en mí un simple espantapájaros. En alguna parte de mi esqueleto de leña se escondía un orgullo herido. Mientras urdían otra barbarie, picoteando sobre mi ropa nueva, noté como los pies recién nacidos solicitaban cooperación a los zapatos. Debía ser zurdo porque levanté el pie izquierdo y me lie a patadas. Cuando los cuervos huían despavoridos, mi voz de madera se inauguró con una frase: Y cuidadito con volver, o cuento todo lo que sé…

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS