Un día cualquiera…

Un día cualquiera…

Rowan du Louvre

19/05/2018

Primer contacto


‘El cuerpo de James Sinclair fue hallado sin vida, después de más de veinte años desaparecido. Sus restos serán trasladados a lo largo de la mañana a las dependencias de investigación policial, para esclarecer los detalles de su muerte. Se cree que pudo ser asesinado y posteriormente depositado en las famosas catacumbas de Roma…

Interrumpí su lectura y pasé dentro de su despacho, sin cita previa, y sin pedir permiso.

–¿Qué es esto? –me preguntó la señorita Blume Tyler, contemplando con la mirada atónita, el maletín de piel marrón que acababa de depositar sobre la mesa de su despacho.

–Acabo de contratar sus servicios, señorita Tyler –concreté sin más dilación–. Desde este momento, todo cuanto yo le explique quedará entre nosotros, y las cuatro paredes de su despacho.

–Antes de pagar por ‘mi servicios’, como usted dice, y acogerse al secreto profesional, yo debo aceptarle como cliente, señor… –se detuvo unos instantes a meditar, antes de seguir hablando. Inmediatamente después, añadió: –No recuerdo haber escuchado su nombre…

–No se lo he dicho –respondí categóricamente.

–Ya veo… –añadió resignada–. ¿Y supongo que tampoco tiene intención ninguna de hacerlo, no?

–Supone bien –alegué tajante–. No me malinterprete. Sencillamente no veo la necesidad de hacerlo, si no voy a ser su cliente…

Dicho esto, me levanté del cómodo sillón en el que hasta ese mismo momento había permanecido sentado, y debía admitir que lo hice con cierta indiferencia, puesto que realmente no me importaba lo más mínimo lo que pensara de mí aquella abogada, a mi parecer, demasiado joven para la profesión que ejercía.

–Bien señor… 65. ¿Puedo llamarle así? –Inquirió la joven retóricamente, pues parecía obvio que no le interesaba mi respuesta, observando el número que lucía en el lateral derecho, a la altura del pecho, del polo que vestía–. Ha sido una conversación breve, pero muy intensa. Gracias por su inoportuna visita, y espero no haberle hecho perder el tiempo.

–No lo ha hecho –apunté con vehemencia.

–Obviamente, tan solo intentaba ser amable –añadió ahora, algo molesta.

–Pues lamento tener que ser yo precisamente quien le comunique que no lo ha conseguido…

Dicho esto recogí mi maletín y me dirigí hacia la puerta de cristal, que tenía xerografiado el nombre de la abogada. Ella no hizo ademán de detenerme, por el contrario, permaneció sentada y aguantó el tipo y la humillación a la que yo acababa de someterle. Debo admitir que no había estado acertado, pero seamos sinceros, a ningún hombre le gustaría ser rechazado por una mujer tan hermosa como la señorita Blume, y menos cuando estás pagando un servicio por adelantado. Evidentemente no la había escogido a ella por su incuestionable belleza, sino por la refutada reputación que la precedía, pero eso ya forma parte mi criterio personal a la hora de escoger a un profesional.

–Adiós ‘Flor’ Tyler –me despedí, haciendo referencia a la traducción del alemán al español de su nombre.

–Mi nombre es Blume Tyler, señor 65…

–Y el mío James Sinclair –decidí presentarme, por fin.

Cerré entonces la puerta de su despacho, tras de mí, sin volverme para contemplar la reacción de aquella joven de ojos oscuros y mirada dulce. Sabía que le había increpado con mis comentarios, poco acertados, pero también sabía que escuchar mi nombre la había desconcertado. A estas alturas de la mañana, con casi toda la prensa vendida, y todos los noticiarios abordando la noticia de actualidad, no creo que nadie se mostrase indiferente al escuchar mi nombre. A pesar de ello, se quedó sentada sin decir nada, y eso todavía llamó más mi atención.

Finalmente me fui. Tenía cosas más importantes en las que centrarme ahora, y no era precisamente buscar a otro abogado, sino conseguir que la señorita Tyler me aceptase como cliente, fuera como fuese; porque si había algo que había aprendido de ella, a pesar de lo escueta que había sido nuestra conversación, era que ella escogía cuidadosamente a sus representados por encima del valor económico o de las posibilidades de cada uno. Blume, incluso me había dejado marchar sin poner más trabas al asunto.

Por otro lado, si algo me había enseñado la vida, es que había que vivirla intensamente, aunque para mi ya fuese demasiado tarde para hacerlo. Yo ya estaba muerto…

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