–Dónde está mi pasta, bujarrón.

–Llegas tarde. Qué quieres tomar.

–Un poleo.

–Tomás, por favor, ponle un gin-tonic a mi amigo.

–Y rapidito, ¿eh, Tomasín?, que vengo seco.

–¿Nos sentamos?

–A qué mierda de sitio me has traído.

–Siempre has dicho que te gustaría tener un bar de copas. Este no está mal.

–¿Este? ¿Contigo dentro? No tiene futuro… Tomas, Tomasín, ¡ya estás aquí? Así me gusta, muy profesional. Espera, no te vayas, no tardo nada. Por los alemanes, bujarrilla… Tráeme otro, anda, y ponlo a cuenta de mi amigo, que ahora tiene pasta.

–Gracias, Tomás… De un trago, ¿eh?

–Tenía sed.

–Dónde has estado.

–Persiguiendo olas.

–Lo que tú digas.

–Surf, bujarra, que no te enteras.

–¿Surf? ¿Ahora te ha dado por eso?

–El Cantábrico en invierno tiene unas olas increíbles. Hay que aprovecharlas.

–No te has pasado por el despacho en un mes.

–Porque está en buenas manos, me fío de ti… ¡Hombre, Tomás!, me alegro de verte otra vez.

–Han pasado muchas cosas este mes.

–Ahórratelas y vamos a lo que importa: cuánto le has sacado a los alemanes.

–Nada. Nos tumbaron el proyecto en la primera ronda.

–Qué mal mientes, bujarrón, venga, dime, cuánto.

–¿Habrías venido si te hubiese dicho la verdad?

–Déjate de historias, que necesito un todoterreno para llevar las tablas.

–Les impresionó tu trabajo. Llevaban meses buscando una solución para salvar el túnel del metro, y llegas tú y lo arreglas con un simple arco como el que usaban los romanos hace dos mil años. Les impresionó de verdad.

–Y por qué no se han quedado con el proyecto.

–Porque ya no lo necesitan, tienen el arco.

–Pues habrá que denunciar, ¿no te parece, bujarrón?

–En todo caso, los que tendrían que denunciar serían los romanos, fueron ellos los que lo inventaron.

–¿Ves?, ese es tu problema, te rindes enseguida, te faltan cojones para ir a por todas. La vida, a ver si te enteras de una vez, es como el surf, no puedes desaprovechar una ola por miedo a que rompa demasiado cerca de las rocas.

–En la universidad me decías que la vida era como un partido de rugby…

–¡Tomasín, otro aquí!… Mira, esto del despacho no funciona. Creo que me voy a buscar la vida por mi cuenta.

–Me alegra oír eso.

–¿Tú también quieres cerrar? Pues hecho. Me termino el poleo y…

–El despacho lleva cerrado ya tres semanas.

–No tan deprisa, que yo no he firmado nada.

–¿Firmar? No necesito tu firma.

–Cómo que no.

–Solo eras mi empleado. Estábamos esperando a que terminaras la carrera de una vez para crear la sociedad.

–¿Entonces me has despedido?

–Si.

–¿Y el finiquito?

–Seguramente ya te lo has gastado.

–Y una mierda.

–Con qué dinero has pagado la excursión para buscar olas. ¿No te pareció sospechoso encontrar un poco más que de costumbre?

–Estás perdido sin mí.

–No creas, los alemanes quieren que me vaya con ellos a Stuttgart.

–¿Tú? ¿A qué?

–Creen que la idea del arco fue mía.

–¿Tuya? Pero si eres un arquitecto de tercera.

–Puede ser, pero ellos no lo saben, y a ti te faltan cuatro asignaturas y el proyecto final para que puedas firmar tus ideas de arquitecto de primera.

–Tomasín, ¿ves a este tío? Es un cabrón. Pero brindo por él.

–Gracias, Tomás… Al principio les dije que no, pero no te imaginas lo convincentes que pueden llegar a ser. Ponen hasta la casa.

–Y qué pasará cuando descubran que eres una farsa.

–No lo descubrirán, guardo un as en la manga: tengo un buen amigo que sabe mucho de…

–Te vas a comer una mierda.

–Alguien va a tener que pagar tus excursiones al Cantábrico.

–Hablaré con ellos.

–No sé cómo, no sabes alemán. No te dio la gana estudiarlo, y eso que estuviste saliendo con la profesora casi un año.

–¡Rebeca! Gracias por recordármelo, la llamaré, ella me traducirá.

–Hace siglos que rompisteis.

–Y qué, esa hará lo que le pida. Quizá hasta vuelva con ella, ahora que…

–Rebeca está en Stuttgart.

–¿Stuttgart? Qué hace allí. ¿No me digas que ha aprobado lo del Parlamento Europeo?

–¿El Parlamento Europeo, en Stuttgart? Rebeca está arreglando nuestra casa.

–¿Nuestra?

–Se viene conmigo.

–¿En serio? ¿De traductora?

–Yo no necesito traductor.

–No sabía que… Qué callado lo tenías, bujarrón.

–Tampoco has preguntado. Nos casamos este verano.

–Mi proyecto, mi ex, qué va a ser lo próximo… ¿Hacer surf en Alemania?

–Con lo que me van a pagar yo sí podría comprarme un todoterreno para llevar las tablas… Venga, es broma, no me mires así… Solo he aprovechado una ola… Una ola a la que tú no te podías subir… Por cierto, Rebeca quiere que vengas a la boda.

–¿Y tú, bujarrilla? Qué quieres tú. ¿Quieres que vaya a tu boda?

–Tomás, por favor, un gin-tonic para mi amigo.

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