Primavera che a me non piaci

Primavera che a me non piaci

Roberta Parisio

14/05/2018

“Primavera que no me gustas” dice Umberto Saba para quien esta estación no es nada más que un falso despertar, una falsa promesa de goces a la vuelta de la esquina, cuando en realidad todo sigue triste, dolorosamente igual.

Lo mismo piensa Hilaria mientras fuma y observa el tráfico bajo sus pies.

—Para ser primavera el cielo está gris, ¿verdad? —le dice Sole.

—Ya, por la contaminación. Acabará matándonos a todos.

—Siempre positiva, tú. —Sole la mira y le sonríe con indulgencia, apura el cigarrillo y lo ahoga en la arena de un cenicero enorme.

Hilaria sabe cómo interpretar esa sonrisa, conoce bien a su amiga y no se incomoda cuando ésta le dice que sus padres no le hicieron ningún favor en darle un nombre tan poco acorde con su carácter. Sole es la única persona de la empresa a la que Hilaria permite decirle la verdad; lo hace porque le cae bien, porque sabe cómo tratarla o quizás porque todos necesitamos un aliado en el trabajo. Y Sole es una mujer irónica e inteligente, “por encima de la media de estos subnormales”. El entrecomillado, repetido a menudo, desata su risa honda y gutural, de gran fumadora, y el comentario “eres una presuntuosa, tía, no sé por qué me encanta hablar contigo…”. Esta alabanza disfrazada le gusta a Hilaria que se la agradece con una sonrisa a regañadientes.

—¿Bajamos, nena?

A Hilaria no le importa que la llame así, incluso le hace gracia porque ella mide casi un metro y ochenta mientras que su amiga apenas roza el metro y sesenta.

Echa un último vistazo a la azotea, a las palomas grises revoloteando y a las plantas resecas de monóxido de carbono; luego mira el reloj y se le escapa un suspiro.

—¿Qué te pasa? —le pregunta Sole con solicitud.

—Nada, pero me siento inquieta… No, inquieta no… Me siento como molesta…

—La primavera la sangre altera, Reina de las Nieves. —Y Sole se aleja, mandándole una broma de beso en la punta de los dedos; su risa de nicotina se pierde en el pasillo.

Hilaria sigue bajando hasta su despacho con su habitual expresión huraña. Los refranes le han parecido siempre unas idioteces pero debe reconocer que desde hace una semana, con el comienzo de la nueva estación, se siente rara. De hecho se siente alterada, como si estuviera a la espera de algo que no conoce y que es importante.

Qué tontería, seguro que es una coincidencia. Igual estoy empezando otra vez con gastritis”. De todas las relaciones causa-efecto vinculadas con la primavera, ella cree sólo en la que une esta estación a las enfermedades psicosomáticas.

Se sienta a la mesa, levanta el teléfono para escuchar los mensajes, lo deja caer desalentada y se mete en Internet: el nombre del buscador está adornado por flores y pajaritos en homenaje, una vez más, a la estación recién estrenada.

De repente, esta visión la empuja hacia atrás, a un tiempo en el que ella también celebraba su venida con dibujos que regalaba a su madre. La celebraba con lápices, tizas de color y un aleteo en el estomago que la hacía despertar pronto, con el primer sol, y entretenerse contando las rayas de luz que la persiana tatuaba en el techo. Cada raya era una aventura, una promesa que no tardaría en cumplirse.

¡Dios! Cómo quisiera volver a vivir esos momentos. Los momentos en los que todo era posible y todo se cumpliría sencillamente con cerrar fuerte los ojos, hasta ver puntitos colorados, y dejar de respirar mientras esperaba que el tren pasara, lejos. Los momentos en los que era suficiente alargar la mano para agarrar todo lo que quería: el olor a fresa y rosa selvática, el perfil de las montañas, la hierba recién cortada y, alargando la mano un poco más, las vacaciones de verano.

Esa mano ahora le tiembla apoyada en el ratón. Para controlarse, teclea “primavera” y cliquea en “imágenes”. Las fotos que se le despliegan delante resultan anónimas en su lujo de colores e Hilaria vuelve a teclear “primavera en España”. Ahora las imágenes son igual de falsas en la profusión de rosas, verdes y azules pero son conocidas y, de forma tranquilizadora, la llevan por el Valle del Jerte, la Sierra Nevada, el interior de Galicia…

En el margen inferior derecho está la imagen de una chica llamativa y el pie de foto reza: “Miss Primavera en España”. Hilaria siente crecer la curiosidad, entra en la web gayacadiz.es y lee la noticia de un famoso transexual de Berlín, invitado de honor en la fiesta de Cádiz. En la web hay más fotos suyas y es casi imposible intuir que esa belleza escultural sea o haya sido un chico. Hilaria admira su hermosura y elegancia, su uñas cuidadas, sus piernas interminables, sus curvas llenas pero no exageradas, su cara de facciones perfectas… Su cara… de facciones… “¡Joder, pero si ése es Antonio!”, el grito le sale de las entrañas y se estrella contra las mandíbulas apretadas. Moviendo el ratón con la poca soltura que le deja una parálisis momentánea, busca todas las imágenes, las amplía y mira detenidamente cada poro del rostro, pero no hay ninguna duda: Miss Primavera es Antonio, su ex novio; no el primero, pero sí el más guapo, el más “cool”, el más viril y el más cruel de todos. El que la dejó marcada para siempre abandonándola, por teléfono y con palabras escuetas, para seguir las hormas sonoras de David Bowie en Berlín…

Una carcajada serpentea por su garganta, le hincha las mejillas y le sale por la boca en contra de su voluntad. Los cristales de su despacho tiemblan y sus compañeros se vuelven hacia ella; su expresión pasmada no hace más que aumentar el regocijo de Hilaria que, entre lágrimas, coge el teléfono.

—Oye, amiga, ¿todavía sigue en pie tu quedada con los pringados de Finanzas?

—Sí, ¿por? —contesta Sole, sorprendida.

—Espérame, me tomo una caña con vosotros.

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