Cuando el dueño de la tienda me preguntó si me gustaban los animales, le respondí que no. Mejor, dijo, así no les coges cariño. Y se quedó igual, aunque yo era el empleado de su tienda de animales. Se quedó igual. Hay gente que siempre se queda igual haga lo que haga. Yo nunca me quedo igual porque quedarse igual es como si no importase nada y a mí me importan las cosas. A lo mejor él se queda igual, aunque también le importan las cosas, pero otras; no las mismas cosas que a mí y una de las cosas que más me importan es que me despida. No me gustan las despedidas porque significa que alguien se va y alguien se queda. Y si el que se va es porque quiere irse, pues bien. Pero a veces el que se va no quiere irse o el que se queda no quiere quedarse o no quiere que el otro se vaya, y es cuando las despedidas son tristes. Creo que se me entiende bien con esta explicación. Es importante que a uno lo entiendan cuando quiere explicar algo y yo quería que el dueño entendiese que no me gustan los animales. No me gustan. Y es que a quién puede gustarle un ratón o una serpiente, o ver cómo una serpiente aplasta a un ratón vivo hasta que se queda quieto para luego comérselo. O los peces. Qué quiere ¿Que me gusten los peces? Odio los peces. Los chicos, los medianos y los grandes. Los de colores y los otros. Siempre que me acerco para echarles comida, huyen como si me tuviesen miedo. Y es que el miedo es algo muy malo. Muy malo. A mí me dan miedo todos los pájaros. Todos. Los chicos y los grandes, pero más los grandes porque también tienen el pico y las uñas grandes. No me fío de sus ojos redonditos ni de sus plumas de colores. Me dan miedo hasta los que cantan. Creo que es un mensaje secreto para acordar atacarme todos juntos y devorarme a picotazos. Algunos incluso hablan sin saber ni lo que dicen y otros ni siquiera pían, como si estuvieran tramando algo. Aunque puede ser que no píen porque no le gustan los gatos. A mí tampoco. Miran mucho y se mueven sin hacer ningún ruido que los delate. Me gusta el ruido; el ruido de la calle, el de la gente… pero no el que hacen los animales. No el de los animales. Las tortugas no hacen ruido, pero tienen muchos dientes. También miran mucho, pero si no les gusta lo que ven, se esconden. Es una ventaja eso de poder esconderse dentro de un caparazón cuando algo nos disguste. Se evitarían muchas discusiones. A mí no me gusta discutir, ni la gente que discute como si el otro no tuviera ninguna razón. No me gustan los animales y no discuto con nadie. Discutir es perder el tiempo intentando convencer a otro, cuando tú tampoco estás dispuesto a dejarte convencer, y no es que uno tenga mucho tiempo como para perderlo discutiendo. Al dueño de la tienda tampoco le sobra el tiempo y por eso no discute conmigo. Soy el empleado de su tienda de animales y no me gustan los animales. Y qué pasa. No tienen por qué gustarme. A ellos tampoco les gusto yo; eso seguro. A lo mejor yo tampoco le gusto al dueño o a él no le gustan los animales ni a ellos les gusta el dueño y por eso me contrató. Por si acaso no le gusto al dueño, él tampoco me gusta a mí y listo. No me inquieta reconocerlo. Pero sí que me inquietan los monos. Me observan en silencio tomando nota mental de todo lo que hago, como si fuesen espías a sueldo del dueño. Él apenas viene por aquí. Como no le gustamos ni los animales ni yo, ni a los animales les gusta él, ni a mí tampoco, no hace ninguna falta que venga. En otros negocios, los empleados pueden robar si no son vigilados. Conmigo puede estar tranquilo. Nunca le robaría un animal, y tampoco comida ya que no tengo ninguna mascota. Los que tienen mascotas suelen ser buenas personas porque aman a los animales. No es que yo sea mala persona porque no tenga mascota ni ame a los animales, ni que lo sean otros que tampoco tienen mascotas. Eso no tiene nada que ver. Mi jefe no tiene mascota y no creo que sea buena persona, pero puede ser solo una casualidad. A lo mejor es buena persona y por eso debería tener mascota o puede ser que no sea buena persona y por eso no tiene mascota. No tiene. Y si no le gustan los animales, por qué tiene una tienda de animales. Yo qué sé. Será por lo mismo que yo trabajo aquí y tampoco me gustan. Hay muchas cosas que uno hace aunque no le gusten, como sonreír a los que vienen a comprar una mascota o comida, aunque en ese momento no tenga ganas. No es fácil sonreír sin ganas, sin que se note que uno está fingiendo. No es fácil. Pero son tantas veces, que la sonrisa sale ya de forma mecánica, como pedalear en bicicleta sin darse uno cuenta de que lo está haciendo. Nunca se me había ocurrido antes, que pedalear fuese igual que sonreír, porque aunque aprendí a sonreír sin ganas, apenas sé montar en bicicleta, y eso que yo tengo una y mi jefe otra, y tampoco sabe. Tampoco sabe. Los animales no montan en bicicleta. No montan. Puede que los conejos sí, que también sonríen sin ganas y nunca discuten conmigo ni con el jefe. En eso nos parecemos mucho los conejos, mi jefe y yo. Un día, nosotros tres, sin discutir, hablaremos de esto durante un paseo en bicicleta. Un conejo en bicicleta… no sé si hay bicicletas para conejos. Puede que haya, pero no aquí. Aquí solo hay animales.

—Fin—

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