Era un hospital modesto, muchas carencias, pero , como en el anterior, grandes Maestros, que te nutrieron.
Aquel día cumplía un año tu hijo. Festejo familiar, vos… de guardia.
Sí, y guardia rotativa. Entraste temprano el sábado, y continuabas todo el domingo. Una vez por mes era así. Este día no había titulares.
Hacías la guardia junto a un grupo de médicos, entre ellos Eugenio, Jefe y cirujano, y un “pibe” nuevo.
Esa mañana, pensabas en Joaquín y el deseo de sumarte a ese primer festejo. A las 10 lo decidiste:
—Eugenio, mi hijo cumple un año. Quisiera ir a casa a festejar y regresar.
—¡ No Nicolás! Sabés que los mamados de anoche, vienen ahora, a sacarse la resaca, antes del almuerzo. Acordate cómo es la gente. Al medio día es mejor comer pastas que ir al hospital. Las pastas se «pasan», el hospital, siempre abierto.
—Podés irte a las 12. ¡Pero estate atento!
A las 12 en punto partiste. Llegaste justo —¿te acordás? Los sorprendiste y pudiste besar y abrazar a tu pequeño, entre risas y lágrimas.
La mesa estaba puesta, como esperándote. Torta, velitas y las copas para el brindis, todo preparado.
Pero… existía la posibilidad de alguna interrupción. Y ocurrió. El ring del teléfono te hizo dejar la comida a medio terminar.
—¿Hola?
—¡Venite rápido! Entró accidentada, fractura expuesta. Apurate, ya está en quirofáno. “Vampiro”, la está transfundiendo.
Años pasaron pero continúa vívido en tu memoria ese día, ¿verdad?
Casi sin despedirte te subiste al 2CV, y pie a fondo, recorriste los kilómetros que te separaban del hospital. Ingresaste como si tus pies tuvieran alas.
—Lavate, Eugenio ya está operando, agregó Analía, la quirofanera.
Mientras te lavabas, recababas información:
— Mujer, 34 años, tratamiento psiquiátrico. Se tiró de un cuarto piso, explicaba Analía.
Entraste apresurado a la sala. Encontraste a Osvaldo, anestesista, o “gasista” como se los llama en tu jerga. Eugenio, concentrado en la paciente, Francisco, ayudando.
Volviste a preguntar y simplemente se te dijo:
—Estallido del bazo. Vos, Nicolás, ¡ocupate de lo tuyo!
—¡Está inundado! ¡Todo sangre! Analía, aspirador ¡YA!
A los de tu especialidad, traumatólogos, los llaman “carpinteros” y a los cirujanos, “cirujas”. “Vampiro”, estudia y transfunde sangre.
Equipo completo: gasista, cirujas, carpintero, vampiro, y perro ,asi llamados los «nuevos», recién iniciados, que hacen, lo no querido por los viejos.
—¿Te acordás Doc, cuando vos también fuiste último perro? ¡Ni un mendrugo de pan tenían en esos días de guardia!
Miraste la parte que te correspondía y viste esa pierna con fractura expuesta. Con el rabillo del ojo, notaste una figura con gorro, barbijo y camisolín.
—¿Qué hace este “pibe” acá?, preguntaste con tono sorprendido.
—Gustavo te va a ayudar.
—¿Ayudar?, si este perro no sabe un carajo, pensaste mientras deglutías tu estupor. ¿Qué mierda va a hacer este novato, si no sirve para nada?
—Eugenio, ¿hiciste la toilette?, preguntaste, observando la herida limpia.
—Sí, así podía empezar. Sino, vos luego nos bañas a todos.
—¿Estaba muy sucia?
—No, pero seguí el protocolo.
Eugenio no era ningún boludo, confiaste en él.
Mmmm, qué herida de mierda —pensaste, mientras observabas los bordes contusos, “desflecados”. La tibia asomaba, el fragmento distal.
Miraste a tu alrededor.
—¿Esa es la mesa que armaste?, le espetaste al “novato”
—Si Dr. —susurró.
—Alcanzame el bisturí. Y sin dejar de mirarlo, agrandaste la herida.
—No te asustes, así es la técnica, le dijiste, sonriendo con sorna. Ahora tijera.
Abriste más el músculo y volviste a sonreír al ver la cara lívida del “perro”.
—Pinza y bisturí. Y comenzaste a desbridar. A recortar bordes, trozos de piel sucios.
Ahora sonreías internamente, satisfecho con lo que estabas realizando. Veías cómo cambiaba esa terrible herida.
Darías algunos puntos de aproximación. La voz imperativa de Osvaldo te sacó de tus pensamientos.
—¡Apurarse! Hay poca tela.
Ya sabían lo que eso significaba, la vida podía irse en un segundo.
Está en tus retinas ese momento. Ambos equipos, trabajando. Eugenio y Francisco en abdomen, vos y Gustavo en pierna.
Tu espalda y la de Eugenio estaban casi pegadas, trabajando uno en cada lugar. Aún te parece sentir el contacto de esa espalda ¿no?
El clima era tenso. Solo se escuchaba el ruido de pinzas y tijeras y algunas breves indicaciones.
Eugenio trabajaba frente a Osvaldo, notaba la expresión de su rostro. En cambio vos Nicolás, estabas de espaldas, no veías nada.
De pronto se escucharon fuertes puteadas del cirujano. Los gritos retumbaban en la aséptica sala. Vos, concentrado en tu trabajo, no percibiste la situación.
En tono seco, le hablaste a Gustavo:
—Dame un punto, en aguja curva.
Ningún movimiento, solo te miró. Él si se había dado cuenta de lo que ocurría.
Tu ira aumentaba. Estabas a punto de explotar, cuando la voz de Osvaldo te sobresaltó. Tomándote del hombro te dijo:
—Nico, ¡ESTÁS OPERANDO UN CADÁVER! ¡Se nos fue hace un momento!
Tan absorto estabas por salvar esa vida, que no te diste cuenta que ya no existía.
Te quitaste el barbijo, solo escuchabas los latidos de tu corazón.
—Tranquilo Nicolás, dijo Eugenio, yo te cierro.
Lo escuchaste como en una nebulosa. Te acercaste al cadáver, miraste esa cara por primera vez. Antes no habías reparado en ella, abstraído en lo que debías hacer
—Qué joven y bonita era —musitaste, mientras tu voz se ahogaba.
Retrocediste lentamente hasta apoyarte en una pared. El novato te seguía. Te deslizaste hasta quedar sentado en el piso. El perro, hizo lo mismo. Ambos se quitaron los guantes. Tomaste el extremo del camisolín y enjugaste el sudor de tu frente, junto a las lágrimas que rodaban por tus mejillas.
—Perdoname pibe, dijiste.
Él… él también lloraba.
Los médicos luchan por la vida. A veces se gana… otras se pierde. Lo importante: ejercerla con humanismo.
Un día, una guardia. De las indeseadas.
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