ESPÍRITUS EN LA ESCUELA

ESPÍRITUS EN LA ESCUELA

La historia que contaré, además de ser verídica, es por cierto inquietante y jamás adivinarían que sucedió en una escuela.

La tarde en cuestión traía lluvia y viento; los alumnos no habían concurrido, ya que las distancias y las calles de tierra anegadas lo habían impedido. Era un barrio de casas bajas, muy humildes, que se distribuían en dos o tres por cuadra, lo que les daba un aspecto de solitarias aunque estuvieran pobladas por familias numerosas.

La escuela ocupaba una esquina y uno de sus límites era la vía de un ferrocarril, que en forma espantosamente cruel, cada tanto se cobraba la vida de algún vecino, cuando no, la de algún alumno que cruzaba distraídamente y era atropellado por el tren. Los maestros veníamos de muy lejos a ese rincón escondido de la vida urbana, metido como en un pozo, rodeado apenas por una docena de casas.

Las rondas de mates, comentarios y efemérides del lugar ayudaban a pasar el rato; alguna tarea administrativa realizada a desgano también colaboró. Como la cortina de agua no permitía salir al enorme patio de tierra con inmensos nogales, para combatir el aburrimiento nació la sugerencia de organizar algún juego, para hacer más llevadera la jornada. La pregunta era ¿jugar a qué? No había en esa escuela nada entretenido para ayudar a pasar el tiempo, hasta que alguien mencionó que sería divertido jugar al “juego la copa”.

El juego en cuestión tiene sus bemoles, ya que su gracia consiste en evocar espíritus presentes para comunicarse con ellos. En el centro de una mesa se coloca una copa invertida, y a su alrededor se esparcen, formando un círculo, las letras del abecedario, algunos números y las palabras “sí” y “no”. Los participantes deben tocar apenas la copa con la punta de sus dedos mientras realizan preguntas al invisible visitante, quien las responderá a través del inexplicable aunque infalible, según dicen los expertos, movimiento de la copa.

Semejante sugerencia tuvo obviamente diversas respuestas: risas, temores, negaciones y también entusiasmadas aceptaciones. Después de largas deliberaciones, que también ayudaban a pasar el rato, la propuesta contó con seis docentes dispuestos a participar, tres que se negaban contundentemente alegando cuestiones de conciencia, y dos que solo se atrevían a conseguir los elementos necesarios y permanecer cerca como observadores.

La escuela tenía por entonces una incertidumbre institucional: hacía varios meses que sus dos directivos provisionales estaban realizando exámenes de antecedentes, lo que les ayudaría, en caso de rendir bien, a quedarse definitivamente allí como director y vicedirector, respectivamente. Aunque el tema parezca menor, para cualquier maestro resulta imperioso saber quienes serán sus autoridades ya que las hay amigables pasando por las de perfil neutro y llegando a extremos de personalidades que son de temer.

Con seis valientes sentados alrededor de la mesa, que en realidad era el escritorio de un ausente que no debía enterarse de aquel uso indebido, tocando suavemente el borde de la copa y observando el enigmático círculo que la encerraba, alguien invocó la presencia de un ser invisible, pero la copa no se movió ni un milímetro. Preguntas tales como “¿hay algún espíritu de luz que se quiera comunicar?” quedaron sin respuesta, después de dos o tres llamados apelativos.

Entre los participantes estaba yo, que intenté inútilmente reprimir la risa que me causaba la situación, por lo que mis compañeros decidieron unilateralmente desplazarme al grupo de los observadores, siempre y cuando no escucharan ni mi respiración. Me buscaron un reemplazante, pero como no lo consiguieron los cinco intrépidos siguieron con el juego.

De pronto, ante mi mirada incrédula, la copa empezó a moverse, creando un clima de tensa expectativa. El primer espíritu dijo estar incómodo y se fue pronto, por lo que se convocó a otros que estuvieran decididos a colaborar. Preguntas sencillas, como qué día era o cuántos estaban sentados a la mesa, fueron respondidas en forma correcta. Las caras y actitudes variaban desde la carcajada contenida hasta el pánico mal disimulado. Lo único que se escuchaba era la voz del interrogador seguida del chirrido de la copa desplazándose sobre el tablero, mientras el ruido de fondo de la lluvia hacía todo más estremecedor.

Luego vinieron las preguntas candentes, referidas a los nombres de nuestros futuros directivos.

– ¿El actual director aprobará el examen?

– Sí.

– ¿Se quedará en la escuela?

– No.

– ¿El actual vicedirector aprobará el examen?

– No.

– ¿Se quedará en la escuela?

– Sí.

Esta información era absolutamente inverosímil, ¿por qué alguien que aprueba tendría que irse y el que desaprueba podría quedarse? Luego de reflexionar, se consultó sobre el nombre del futuro director, y la copa contestó “Silvia”, agregando que llegaría desde el lejano distrito de Lanús.

Las últimas respuestas hicieron aún más insólita la manifestación, por lo que nuestro espíritu perdió credibilidad. Al final solo quedaron tres personas, que hicieron preguntas en silencio. Una de ellas, luego de que la copa le contestara, tuvo un llanto imprevisto y se fue sin hacer comentarios. Así terminó ese juego, ya que de acuerdo a la opinión de algún experto, no se podía continuar con solo dos participantes. A la hora de retirarnos, a un compañero se le ocurrió grabar con su cortaplumas, en el borde de una ventana, las palabras “Silvia” y “Lanús”, para no olvidarlas y como mínima prueba objetiva de lo que había sucedido.

El año lectivo culminó en diciembre sin que las notas de los exámenes se dieran a conocer. En marzo del siguiente año los resultados fueron como los había pronosticado el misterioso juego. Fue entonces cuando empezaron a sucederse continuas peleas entre ambos directivos y la contienda fue tal que la superioridad decidió separarlos: el vicedirector quedó en su cargo y al director lo trasladaron a otra escuela.

Pero eso no fue todo, al mes siguiente se presentó la nueva directora. Cuando dijo su nombre todos nos miramos estremecidos: se llamaba Silvia. Y ya se pueden imaginar desde qué lejano distrito llegaba.

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