El joven superhéroe sacó su uniforme de la secadora y vio que tenía un roto considerable en la nalga derecha. Miró en su móvil cuando iba a llegar de China el pedido de leotardos brillantes que había hecho hace unos días, suspiró y cogió la caja de galletas danesas llena de hilos y agujas para remendar su único uniforme medio decente.

La radio superheroica dio un aviso, y el joven superhéroe murmuró: joder, otra vez a salvar el mundo con los gayumbos por fuera, parezco gilipollas.

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