La impermanencia de la realidad

La impermanencia de la realidad

Jairo Radilla

16/05/2018

Lo más curioso que nos puede ocurrir en esta vida, son las situaciones que se nos presentan a diario, lo único cierto en este mundo, es la impermanencia con lo que todo cambia constantemente, y esa, es la única verdad.

Hoy, les quiero contar una historia, ocurrió en la ciudad de Trevor, en la madrugada del 14 de octubre, cuando el cielo ensombrecido, descargaba su odio a torrentes sobre la ciudad, y la luna yacía muerta detrás de las nubes densas que adornaban el cielo.

El doctor «Frank» conducía de prisa por las calles vacías donde reinaba la oscuridad, y no lo podía evitar, una llamada de emergencia a las tres y cuarto de la madrugada lo obligaba a dejar su casa para cumplir con su trabajo, pero, al doctor, no le molestaba en lo más mínimo realizar esa travesía en medio de tan semejante diluvio, al parecer, para él, realizar ese tipo travesías, era una manera de hacer más placentera su estancia en este mundo. Conducía de prisa su Ford Maverick 74, mientras en la radio escuchaba la noticia, sobre la toma de medidas drásticas por parte del gobierno, para que la ciudadanía aguarde en casa, sin embargo, él pisa el acelerador, tenía que llegar lo más pronto posible, a la casa de la señora Meercí, ubicada en la calle Clinton número 15, su esposo, el profesor Dreck, sufría un fuerte ataque al corazón.

Cuarto para las 3, el doctor llegó a su destino, bajó el pie izquierdo del coche y lo dejo atrás para cruzar la calle con paso rápido, hasta la puerta de la señora meercí, los arboles de ficus se movían con fuerza de un lado a otro, como las olas del mar por la fuerza de los vientos huracanados. Limpió su pie derecho con alfombra de la puerta, y dio 3 toques para anunciar su llegada a la esposa del señor Dreck, que esperaba desesperada, para ella era difícil imaginar una vejez sin el hombre al que le entregó su juventud, sus secretos y noches de pasión, pero sobre todo los mejores años de su vida.

– ¡Que alegría!, -grito meercí tras abrir la puerta con lágrimas en sus hermosos ojos azules como el cielo que reflejaban el amor profundo hacia su esposo-. Llego más pronto de lo esperado, pase usted, mi esposo se encuentra en la recamara del segundo piso, perdóneme las molestias, pero Dreck, está a punto de morir, se encuentra demasiado mal, vamos, dese prisa por favor, por noches como las de hoy, seguro que usted debe odiar mucho su trabajo.

-No tiene de que preocuparse, amo mi trabajo más que a nada en esta vida, trabajando se nos escapa el tiempo, como la arena fina del desierto entre las manos. -dijo el doctor Frank, mientras se colocaba el sombrero con la mano izquierda en la cabeza y con la derecha se abrochaba la bata para entrar a la casa-.

Cruzo la sala y en la esquina, se encontraba un cuadro que hizo recordar al doctor, el jarrón que su madre limpiaba todas las mañanas frente al televisor de su casa, allí era donde pasaba sus días cuando el quehacer y la comida de la casa no la mantenían ocupada.

A decir verdad, el señor Frank, no parece en lo más mínimo, a primera vista ser un doctor convencional, era de complexión delgada, usaba pantalones ajustado con camisa aguada, rara vez vestía de blanco y maneja un perfil de bajo conocimiento, aún que, sus premios lo reconocían como el mejor doctor de la ciudad.

– ¿Cómo pueden las personas odiar su trabajo? -se preguntó con voz despampanante-. Escapan de él como la presa que huye de las garras del cazador, que amenaza con acabar su vida, desesperados corren sin sentido tras unas cuantas monedas que jamas les llenaran el vacío que sienten, pero que les importa, no conocen el amor al trabajo y son felices en el camino de la ignorancia que los conduce hacia la perdición.

Llego a la habitación, en efecto, Dreck se encontraba a punto de morir postrado en la cama.

-Sabe doctor, a esta edad, ya nada me da miedo, -le dijo el profesor con una sonrisa-.

– Guarde silencio por favor, -respondió el doctor mientras colocaba una inyección y tomaba sus signos vitales- Tome esto, póngalo debajo de su lengua por favor, esto arreglara la situación, pronto estará mejor.

– Dígame doctor, ¿conoce usted el amor? puedo ver en sus ojos el vació que lo atormenta, cuénteme, ¿es casado?, ¿tiene hijos?

– Claro, lo conozco, es por ello que me encuentro aquí, -respondió con una sonrisa y arrugó el ceño-. No tengo familia, ni soy casado. Pero basta de peguntas, debe descansar, parece ser que su vida se alargará un poco más señor Dreck, tendrá tiempo de sobra para cuidar a la señora meercí.

Después de dar algunas indicaciones a su esposa dejo la casa y salió con sonrisa, sin embargo, la tormenta continuaba y empeoraba con el paso de los minutos, subió a su coche y conducía camino a casa, cuando de pronto justo al cruzar el puente de la ciudad, un destello de luz nublo la vista del doctor y lo hizo perder el control por completo del coche, haciéndolo caer hacia el precipicio.

Paramédicos, ambulancias y luces rojas fueron las ultimas visiones del doctor antes de que su corazón dejara de latir, al parecer la muerte le sonrió después de haber salvado una vida, a cambio de la suya, el sacrificio del puro por los pecados del pagano, esa, es la realidad.

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