Trabajar en una oficina dedicada al sector agrícola es contradictorio, eso de estar encerrado entre cuatro paredes en un monte de papeles mientras el mundo es totalmente abierto afuera. No lo era antiguamente, por los menos eso decía mi abuelo. Decía el que antes era más fácil, el bigote valía más que el papel, e irónicamente se gastaba mucho menos papel para honrar el extinto bigote. Hoy por hoy no lo es así, pero esta es otra historia.
La mía comienza en el interior, donde los años son menos importantes que las temporadas de cosecha. Escuchaba atento a un pequeño agricultor cuyo hijo, un joven muy dedicado tanto en estudios cuanto en sus labores familiares, acababa de ser diagnosticado con tuberculosis.
En el interior, como de costumbre, el Estado es tan presente cuanto aquel padre que salió una noche a comprar unos cigarrillos y jamás volvió.
Eran 300 kilómetros entre su pequeña ciudad y el Hospital público más próximo, pero todos sabemos que la distancia es el menor de los problemas cuando de servicios públicos hablamos. Así que tras las incontables filas, caras nada simpáticas de enfermeras, viajes, buenas y malas noticias; y para remate ella, una sequía…
Disculpen, disculpen, me extendí hablando del caso del hijo de Don Anselmo, pero es justo dado que gracias a el puedo contaros mi historia.
Yo trabajaba analizando los créditos para una multinacional, ocho años de un desempeño impecable y una amistad al borde de ser considerada familiar con todos los habitantes de una pequeña ciudad, esta misma donde Don Anselmo residía.
Don Anselmo poseía un histórico sin equívocos, jamás ha fallado un día con sus compromisos, puedo decir incluso que era uno de esos clientes que optaron por sí mismos ser fieles a una empresa por el mero hecho de siempre jugar a las claras con los negocios.
Sin embargo, los factores que a veces nos llevan al desespero vienen en combo.
Primer acto, el dolor de un padre.
– Hospitales públicos deberían ser gratuitos.
– No existe nada gratuito en la vida don Anselmo, mucho menos si viene del Estado.
– Lo sé, lo sé, es que… se me fue toda mi línea de crédito, está esa sequía maldita y honestamente, ya no queda plata para tratar a mi hijo.
Esta fue la conversación que me ha demostrado una sola cosa: no existe profesionalismo ante el llanto de un padre honesto.
Fin del primer acto.
Segundo acto, mentiras sinceras.
Don Anselmo debía toda su producción, estaba con sus saldos financieros en el rojo debido al tratamiento algo caro de su hijo y para coronar sus desgracias, la sequía comprometía toda su renta venidera. En otras palabras, Don Anselmo estaba con un pie en el precipicio.
En una de esas visitas que me hizo en la empresa, me contó su situación. Habló de todos sus percances financieros, lo que poco me ha tocado; sin embargo, mismo no siendo padre, al escuchar lo qué le costaba tanto a él cuanto a su hijo el tratar su enfermedad, bueno, me hizo reflexionar buen rato…
…Buen rato suficiente para convencerme de meterme en líos por un cliente y amigo.
Al día siguiente, Don Anselmo recibió una llamada mía. Sus cuentas han sido reducidas gracias a un perdón de intereses y algunos descuentos que había obtenido por poseer un buen histórico. No era abrumadora la diferencia, sin embargo era lo suficiente para lidiar con el tratamiento de su hijo.
Gracias a los años de servicios, tenía yo cierta autonomía en toma de decisiones, lo que me permitió manipular un par de números, jamás en mi vida me permití esto, aquel día sin embargo, en mi balanza moral ha pesado el dolor de un buen hombre.
Como dije, al día siguiente, Don Anselmo recibía una llamada.
Al siguiente, yo recibía… Era del departamento legal de la empresa, ya deben imaginar el desenlace.
Acto final, el mundo no gira alrededor del sol.
Dicen que el mundo gira alrededor del sol, pude constatar que esto es mentira la semana que he sido demandado por la empresa que he servido por tantos años.
Amigos, el mundo gira alrededor de los números. Jamás he visto tantos de ellos en torno a mi vida, mi rendimiento, mi equívocos y aciertos. Toda mi vida particular y profesional estaba allá. organizada en números.
No me arrepiento, les cuento sinceramente. He sido despedido, enjuiciado, he perdido mis derechos y escuché algunos reproches. Sin embargo, muy adentro mío, una voz me decía: «ayudaste a salvar una vida».
No sólo una vida, también la dignidad de un buen hombre. Si yo no pecara, un padre en desespero lo haría, quien sabe incluso de una forma más perjudicial, vaya saber.
El final no es de los más felices… Espera, espera… ¿Qué clase de monstruo egocéntrico soy? Claro que fue un final feliz, Don Anselmo dio la vuelta en sus finanzas y su hijo se recuperó plenamente de su enfermedad.
…
Y aquel fulano que dio el golpe a una multinacional, bueno, escribe sus memorias quizás intentando justificar sus elecciones desde una pequeña y fría celda penitenciaria.
Pero está contento, es contando los días que va haciendo las paces con los números, estos a quienes no debes fallar nunca.
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