Lo que paga las facturas

Lo que paga las facturas

Ana Mª Berenguer

26/05/2018

Era inevitable. La rutina lo consumía y no sabía salir de ella. Llegaba al trabajo cabizbajo y arrastrando los pies. Sólo lo animaba que aquél empleo pagaba las facturas. Al entrar saludó con un minúsculo «buenos días» a sus compañeros, que ya estaban en los vestuarios cambiándose de ropa. Abrió su taquilla y colocó el mono de trabajo sobre el banco. Miró con tristeza el color y la placa con su nombre, parecía que iba a entrar en presidio. Su presencia de ánimo caía en picado mientras se cambiaba de ropa. Introdujo la mochila y cerró la puerta despacio.

Se dirigió por el pasillo hacía el lugar donde todos los días fichaba la entrada y la salida. Se sentía como el animal al que llevan al matadero.

Cuatro horas después, cabizbajo y pensativo, volvía, como siempre a su taquilla, para coger de la mochila el bocadillo que se había preparado para el desayuno. Sentado en un banco mascaba lentamente una comida que le sabía a serrín.

Veinte minutos más tarde, sonó la campana y volvieron hileras de zombis a sus puestos de trabajo.

Rodrigo miraba de vez en cuando el reloj. Tenía la sensación de que las agujas no avanzaban y los relojes se derretían como en los cuadros de Dalí, su pintor favorito y el culpable de que estudiase Bellas Artes en lugar de otra carrera más provechosa a la hora de buscar trabajo. Pero no se arrepentía. La pintura era su gran pasión y algún día conseguiría vivir de ella.

Aquél trabajo era sólo lo que pagaba las facturas. Con esa idea germinando en su mente volvió a casa, decidido a tomar las riendas de su vida, y romper el círculo vicioso.

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