Querida niña, tenías unos doce años cuando te conocí, y ahora ¿dónde debes estar? ¿Vives aún? Así lo espero sinceramente, aunque tenías todos los números para quedarte pronto en la cuneta o tirada en cualquier habitación…Yo tenía diecinueve. De maestrita acabada de cocer, llegué nuevecita a hacer las prácticas en tu colegio. De barrio duro. Muy duro. Me impactaste des del momento que te vi… despeinada, con la bata rosa tapando apenas unas bragas incoloras, con una camiseta, sin nada más…pegada de cara a un rincón de la pared sin hacer nada… El profesor, de recio franquismo y católico apostólico y romano, no sabía que hacer contigo y te tenía como ejemplo de lo que hacía el diablo con los “zarapastrosos” como él decía. Todas bajaban los ojos, tenian prohibido hablar contigo, de hecho ninguna quería hacerlo, so pena de ser el blanco de las íras de los adultos. Olías mal y llevabas las manos siempre mojadas, ¡pobrecita!. De espaldas a la pizarra, a las demás alumnas y al mundo ¿que podías hacer sino evadirte con lo único que te daba algo de calor? Recuerdo que me impactaste tanto que en algun momento pensé que si hubiera podido te hubiera adoptado. Sí, yo lo pensé en algun momento, ya ves, ¡yo que nunca he querido tener hijos! Un día me miraste y me dijiste algo, y otroalgo más, y al siguiente… y vaciaste tanto el alma en mí que me dejaste sin aliento. Hasta tu te mareabas de tanto hablar… No tenías costumbre, menos de que te escucharan. Hacías pausas y mirabas lejos, a una lejanía en que solo había una persona: tu madre. Nunca supe si era inventado o cierto, por lo enrevesado parecía lo primero, por la crueldad me lo fuí creyendo a pié juntillas… Aun ahora estoy segura que no era un cuento, que era tu cruda realidad y tus miedos… Hice lo único que se me ocurrió: mirarte, escucharte y tratarte como una persona delante de todos y del profesor, para asombro de los unos y reprobación del otro, ¿qué me habían enseñado a mí en Magisterio? Se te cambió el color de los ojos y en algunos momentos creí que me habías cogido hasta cariño… lo notaba… o quería notarlo. Al final, es lo mismo, la percepción lo es todo.
Las prácticas terminaron en unos meses y te perdí de vista para siempre. Para respiro de tus compañeros y sobretodo del profesor. Supongo que para tí todo volvió a ser como antes, pero no lo sé…. Ni tampoco hice nada para saberlo… Confieso que me perdí en la vorágine de mis propias metas y te olvidé durante décadas enteras..hasta no hace mucho..vete a saber porqué… La edad revuelve los fantasmas, dicen… debe ser verdad…Te recuerdo como si estuviera a tu lado como entonces… y si pudiera cambiaria las cosas que no hice por las que ahora pienso que debí hacer… Ahora tanto da… no hice más….Cuantas veces me he preguntado que había sido de aquella niña… Hace tiempo que te dediqué un microrelato que obviamente nunca supiste que escribí y que -quizá como tus sueños- se quedó en un cajón. Soñabas ser rica, muy rica, ¿te acuerdas? Para que tu madre pudiera estar como una reina ya que la pobre, decías, llora y grita cada noche… tu sabías porqué y me lo contabas…. Te recuerdo tantas veces… aunque no pude hacer nada mas… o… ¿quizá no lo intenté suficiente? No lo se… pero aún me pesa tu recuerdo. He encontrado el microrelato garabateado en una libreta que debí tirar y no tiré. .. Ciento veinte palabras justas, era lo que pedía el concurso al cual, naturalmente, nada envié por vergüenza…. Te lo transcribo como lo escribí… sería bonito que lo leyeras, sería bonito reencontrarte… quién sabe, el mundo da vueltas y es caprichoso como una peonza loca…
“Mama, mírame, ya no me toco. Cada noche llorabas, y quería ser tú para que te dejase; me tocaba y te dejaba, ahora ya no está. Me escondía del maestro, me tocaba, los niños también, y me dolía. Ha venido una seño nueva, rúbia como tú, abre los ojos mama, me cogió las manos, me ayudó a lavarlas… me sienta en el primer banco, dice que diga no, sin miedo; que soy preciosa me dice mama. Me lee un libro, Caperucita, del bosque no, esta vive en Manhattan, cuenta cosas chulas. Lo escribió una tal Carmen, como tu nombre mama, mama… respira, háblame, dime algo… ¿lo leemos juntas?”
Releo a menudo Caperucita en Manhattan, ahora mas que nunca, te lo confieso… y siempre hay algún párrafo que se sale del libro y me evoca, insistente y culpabilizador, tu mirada y tus manos mojadas. Al final, yo también, te abandoné. Lo siento…no es una excusa. Es el peso de la culpabilidad que me aguijona…ahora implacable.
OPINIONES Y COMENTARIOS