―LOS ROJIZOS ANHELOS DE LA AGORAFÓBIA―

―LOS ROJIZOS ANHELOS DE LA AGORAFÓBIA―

Desde que la llamaron a trabajar cuando tan solo tenía 20 años, ―gracias a un hermano suyo que llevaba muchos años trabajando en la logística de la fabrica―,a ella le pareció que el sumergirse en aquél mundo de la fábrica, vendría en su ayuda para sacarla de la tristeza, aportándole novedades y así del mismo modo, conocería a gente con la que entablar amistades y conocer algún chico que la hiciera salir de la insignificancia de las cuatro paredes.

Su mundo había sido hasta ese momento tan sólo una curiosidad que le servía de alimento y a la que temía cruzar sus límites por una injusta barrera de complejos,―a pesar de las continuas insistencias de sus padres y hermanos de que saliese a la calle o al parque a tomar el sol―. Por esa razón su enclaustrado contacto con el exterior, se reducía a mirar por el balcón de la casa, sentada en su silla clásica, en la que había permanecido sentada un tercio de su vida. Tenía un gran complejo por su pelo rojizo y el rostro cubierto de pecas que la hacía sentirse fea ante los demás. Desde pequeña en la escuela, fue el blanco de todas las flechas hirientes de sus compañeros, que la veían como un ser extraño por la singularidad de haber venido al mundo con un color de pelo distinto y su cara repleta de pecas. Desde siempre tuvo en su cuarto,―la desdichada joven―, un espejo cubierto con una pañoleta estampada para no verse y sentirse mal.

Cuando llegó su primer día a la fábrica de juguetes, la pusieron en la sección de muñecas, en el sector 2 de montaje, en aquella fría y enorme nave de chapa, en la que desde el piso superior, ―donde tenían las oficinas y el estratégico despacho del Director―, que controlaba desde un ventanal a más de 400 trabajadores tan solo en turnos de mañana.


Alegría,―ése era su nombre―, estuvo en la cadena de montaje, donde la había colocado el encargado de la fábrica. Sólo tenía que unir piezas de Polietileno de las extremidades de las muñecas hasta conformarlas por completo y pasar velozmente a la siguiente, en una cronometrada cinta transportadora que avanzaba con intervalos de 55 segundos. Casi sin mirar a los compañeros,―debido a su gran timidez―, podía oír a las trabajadoras,―que eran ya curtidas veteranas―, sobre los ruidos de las maquinarias, las risitas de burlas hacia Alegría que mostraba cierta torpeza aún de novata. La pobre chica casi ni levantó los ojos para mirar a su alrededor.

En la media hora del descanso,―y ante el toque de la sirena―, todas las chicas jóvenes se sentaron a comer el bocadillo en una enorme mesa dispuesta para los trabajadores y nadie se preocupó en acercarse a la nueva excepto Isaac, un chico que había observado la burla constante de las mujeres hacia Alegría. Dijo entonces el chico:

¡Hola !…, ¿Cómo te va?,―dijo el muchacho con ánimo de entablar amistad con ella―. Alegría se sorprendió que un mozo tan apuesto como aquél, decidiera mantener diálogo con ella; a lo que responde un breve saludo mientras mastica de su bocadillo:

― “¡Hola! …, ¡bien!”,―Y siguió ingiriendo su bocata de mortadela―. Isaac le ofrece gentilmente de su comida, a lo que la chica rehusa con un gesto de cabeza sin mas. Al poco sonó de nuevo la sirena y había que reanudar; ya solo quedaban dos horas para salir. A Alegría no pareció gustarle mucho la experiencia de estar de pie 7 horas poniendo brazos, piernas y cabezas a las muñecas,―a pesar de mantener una colección innumerable de ellas desde que era pequeña―.

Cuando salían de la fábrica en orden para fichar en la máquina de control, la chica se ató bien los cordones de las botas, pues la fábrica estaba en una zona apartada del pueblo y quedaba un largo trecho hasta llegar a casa. Cuando Alegría caminaba después de un día tan agotador en el que no podía sentir sus doloridos pies, oye la voz de Isaac que le dice desde su vieja bicicleta de montaña:

― ¡Espera!, Aún no me has dicho como te llamas …, Yo soy Isaac… ¿Y tú?

Dice la chica sonriendo mientras detiene el paso:

― ¡Ah tú otra vez! ; Yo me llamo Alegría! ,―Dijo la chica esquivando la mirada del chico que junto a ella, le observaba la cara―. Dice sorprendido Isaac:

― ¡Vaya! , un nombre realmente precioso, tanto como el color de tu pelo! ,―Insinuó el joven, rascándose la cabeza, mientras se ruborizaba por tal alegato de sinceridad

La joven pelirroja no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. Ese joven apuesto y alto no podía estar tratando de cortejarla, y más habiendo tantas chicas guapas en la fábrica.

Isaac, al comprobar que la muchacha caminaba algo cansada, le dice:

―¿Porqué no subes a la bicicleta? ;cabemos los dos. La joven accede a subir a la bicicleta y con modesta discreción, le agarra alrededor de su cintura, como Isaac le sugiere.

Esa tarde Alegría no recuerda haberse sentido más dichosa que en ese paseo en bicicleta, sintiéndose libre con el aire del viento en su cara, mientras se embelesa de un paisaje de cielos violetas crepusculares, ―que nada tenían que ver con las vistas rutinarias de su estrecho balcón al mundo―. Estuvieron sentados en la hierba hablando de anécdotas graciosas que Isaac había vivido en la fábrica de muñecas.

Durante la noche, la joven de cabello rojo, durmió en sus mullidas mantas con una sonrisa de satisfacción jamás visto en una criatura como ella; pensando para sí, que por muy amargo y monótono que fuera ese empleo, siempre hay que tamizarle a la vida la valiosa esencia que nos hace dichosos y envasarla como a la más codiciada confitura. Alegría, sobreesbribió su nombre de un sentimiento desconocido hasta entonces para ella. Estaba deseando de que amaneciera para volver a ver a su pretendiente en la vieja fábrica de muñecas.

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