El empleo visto por el cine

El empleo visto por el cine

Desde niño era aficionado al cine y a la espectacular caja que vomitaba imágenes todo el día en casa, aún en blanco y negro, hasta que, años después, me sorprendió con que también pudiera mostrar colores, que era como tener una sala cinematográfica en el propio domicilio. La primera tv multicromática que tuve, la compré con el fruto de mi trabajo, o como dijera mi madre, con el sudor de mi frente.

Pero ¿qué veía yo en el doméstico aparato? ¿Cuáles eran los temas de interés de un niño como yo, que había aprendido a leer a los 3 años, cuando frisaba entre los 5 y los 11? No eran, la verdad, los dibujos animados, salvo alguno muy original como el de Los Picapiedra, o que marcara una pauta de acción y aventura, y para eso nada como los superhéroes de la Marvel y la DC.

No, descontado esto de los programas animados, lo que yo veía eran películas y teleseries, porque mi mente, despierta ya por la precoz lectura, veía las cosas en forma más emparentada con la realidad (que era como yo percibía el blanco y negro) que con la fantasía (a la que asociaba los colores, porque los comics a los que tenía acceso sí me mostraban al Capitán América o a Superman con sus clásicos uniformes rojos y azules).

Y así, aunque iba a la escuela primaria, estudiaba, y hacía mis deberes domésticos y escolares, no podía dejar de notar que la vida que yo veía en la pantalla era más interesante, pues las personas de ahí trabajaban. Sí, no eran arreados por sus padres o por alguien a cumplir una obligación. ¡Iban porque querían! ¡Y además les pagaban por pasar tantas horas en un sitio desde el que podían componer los entuertos del mundo, y encima tener una fantástica suerte en el arte amatorio! Bueno, quizás exagero un poco, pero es que así veía yo a James Bond, por ejemplo.

Claro que con el tiempo, vi tristezas también. No todos los trabajos eran divertidos como los de Chaplin, Laurel & Hardy, Abbott & Costello, Jerry Lewis o Peter Sellers. Me conmovieron muchísimo escenas en las que la falta de empleo podía desesperar a un hombre hasta el punto de dejar la tierra donde nació o querer matarse, como Henry Fonda en «Las Uvas de la Ira» o James Stewart en «¡Qué Bello es Vivir!».

Yo quería terminar el colegio para ponerme a trabajar. No me había planteado aún la posibilidad de prepararme más haciendo una carrera universitaria que me formara para, justamente, conseguir uno de esos empleos maravillosos. Creía que era sencillo. Me veía siendo parte de la tripulación que se hundía en busca de aventuras en las profundidades del océano con Richard Basehart (el Almirante Nelson) en «Viaje al Fondo del Mar», como de aquella que esperaba desentrañar los misterios del espacio, acompañando a William Shatner (el Capitán Kirk) y a Leonard Nimoy (el señor Spock) en «Star Trek: Viaje a las Estrellas».

La vida me enseñó después cuán equivocado estaba, pero esa fase del aprendizaje es natural, y tiene que darse pues es parte del proceso de maduración. Con todo, recordar las cintas o series que a lo largo de mi vida, incluso ya adulta, me hicieron reflexionar acerca de la importancia que tiene el trabajo para sentirnos útiles y realizados, es un ejercicio grato a la vez que emotivo. Como reencontrarse con un viejo amigo.

Películas sobre empleo hay muchas, y en todos los géneros. Una que marcó mi adolescencia fue la comedia «El Apartamento», en la que un soberbio Billy Wilder dirige a Jack Lemmon como un oficinista que consigue retener su trabajo solo porque tiene un piso de soltero que le presta a sus compañeros y hasta a alguno de sus patrones.

La escena en que Lemmon encuentra en su habitación a la chica que le gusta, la ascensorista que encarna Shirley MacLaine, dejada ahí por su jefe es de antología, como cuando ella ironiza recordando que le han dicho varias veces que si sale con un casado no use rimmel.

Todo muy gracioso, pero a la vez la mar de emotivo, porque Wilder era así en sus filmes, si no, recordemos al mismo Lemmon y a Tony Curtis consiguiendo empleo como integrantes de una orquesta femenina para no morirse de hambre en «Con Faldas y a lo Loco», o a William Holden, un guionista desempleado a quien no le queda más que hacer de trágico gigoló para una veterana estrella de cine venida a menos en «Sunset Boulevard», conocida también como «El Crepúsculo de los Dioses».

Hay otras películas que han transitado por el camino de mostrarnos cómo es que se debe dejar de lado los escrúpulos para no quedar en el paro. «Margin Call», con un brillante Kevin Spacey moviéndose como pez en el agua en el especulativo mundo de Wall Street (como lo hicieran también colosalmente Michael Douglas en «Wall Street» y Leonardo DiCaprio en «El Lobo de Wall Street»), o «Gracias por Fumar», con Aaron Eckhart sosteniendo el prestigio de las empresas tabacaleras a base de estudiadas visitas de relaciones públicas, son un buen ejemplo.

A veces, perder el trabajo obliga a reinventarse. Y dependiendo de la actitud, puede ser una experiencia enriquecedora. Tom Cruise lo demostró en «Jerry Maguire», Will Smith en «En Busca de la Felicidad», Robert Carlyle y sus amigos en «Full Monty», improvisándose como strippers; George Clooney en «Up in the Air», cuya misión es despedir personas de las compañías, y sobre quien pesa todos los días la misma espada de Damocles; Anne Hathaway en «El Diablo viste de Prada», o Julia Roberts en «Erin Brockovich».

En todo caso, lo que uno espera es que en el empleo le vaya bien. Sería totalmente contraproducente tener ahí una Demi Moore loca como en «Acoso» o un papel esclavizado como el de John Hurt en «1984». Es bueno leer las cláusulas previas, como hicieran los aplicantes de «El Método» (2005), para decidir si aceptar.

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