No puedo eludir la queja por el exiguo reconocimiento de nuestra labor en tan popular gremio.

Gremio apreciado por tantos que anhelan un estatus de altura para envidia de humildes semejantes, aún a fuerza de embarcarse en una contienda en las que la mayoría de las veces se ven arrastrados junto a una familia subyugada con final lacerante.

Pero es lugar doloroso y sin aprecio para los que intervenimos en la reparación de las deseadas maquinas… –los preciados automóviles– cuando empiezan a mostrar sus inapelables achaques.

Sobria justicia la que en el mundo de los talleres de automóviles se nos hace, aún a sabiendas que del buen o mal discernimiento que hacen nuestros amos del oficio, depende en gran medida la seguridad de quien al volante dibuja la vida a su antojo.

Aunque también es lacerante para los que somos considerados parias ignorados, excluidos del grupo inteligente de la sociedad, relegados al rincón del olvido una vez realizada nuestra labor sin darnos las gracias, ni recompensa humana, obviando nuestra posible alma.

Los motores se gripan por falta de esmero de sus amos, y ellos descargan su ira sin control.

Nuestra labor es actuar, aflojar tuercas y tornillos, levantar la máquina para poder observar desde abajo, apalancar, abrir y cambiar piezas, desmantelar las entrañas maltratadas para volver a rehacerlas hasta dejar cada parte tal cual en procedencia o revisar y cambiar esos neumáticos exprimidos, preludio de un trágico final.

Aún así nos desprecian, descargan su ira contra nosotros, nos apartan a un lado con indiferencia. A veces salimos de nuestra encomienda impregnados, hartos de arañazos o golpes que cuesta recomponer, cuando no arrojados al olvido.

Aún así a pesar de todo nos mantenemos fuertes, siempre nos encontraran resueltos, esperando sin postular, aguantamos los insultos sin demanda, inertes aunque nos rechacen.

Y no es cierto que carezcamos de alma. Así como nuestros amos también fuimos creados por la madre naturaleza. Pacientes en las entrañas fuimos día a día tomando forma, el ojo del universo nos observaba, y una vez avistamos la luz empezamos a cambiar, el calor nos daba forma, fortaleza y resistencia. Por fin adquirimos una imagen definitiva, nos aceptaban y deseaban, nos formaban en grupos de iguales y valoraban.

¿Por qué entonces esa cruel arrogancia una vez iniciamos nuestra labor?

Así como nuestros amos somos igualmente necesarios en la sociedad. En realidad sin nosotros tan solo con su supremacía no serian capaces de realizar las labores instadas.

Somos parcos en ambiciones. Tan solo nos gustaría que de vez en cuando nos llamaran por nuestro nombre, sin insultos, respetándonos.

Todos tenemos nombre, somos Irimo, Palmera, Beta, Bosch… dejar de llamarnos la jodida 12/13, la puta llave inglesa o el maldito gato.

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