Desde el baño de un hotel

Desde el baño de un hotel

Cuando me dijeron que tenía sida me dieron unas ganas vomitivas de convertirme en cristiana, leer y aprenderme la biblia de memoria e irme de rodillas hacia la iglesia. Fue como un castigo bajado por los ángeles, me lo merezco por haber sido una prostituta.

Resultado de imagen para prostituta sentada en camaLa del suéter verde soy yo, a mi lado esta mi amiga, Rosario o «Rosarito» de cariño.

Si supieran cuanto he llorado, llorarían conmigo sin consuelo. Cientos de veces le pedía a dios que parara el sufrimiento que sentía mi cuerpo cuando ya no podía recibir a ningún cliente, pero los ojos hambrientos de mis hijos se me atravesaban como un rayo entre mi mente y eso me impulsaba a fumarme otro cigarrillo y seguir esperando en la esquina.

Recibía golpizas tanto o más como insultos. Me perdonaran el lenguaje, pero me gritaban: Puta, zorra, piruja, cabrona, ramera, mamacita, entre otras obscenidades que lo quisiera o no; tenía que recibirlas y hacer como si nunca hubiera escuchado nada, haciéndome la sorda entre un montón de ruido, un ruido que me dolía en el pecho.

A Rosarito la violaron infinidad de veces. Un día de tantos la subieron a una camioneta, dieron la vuelta y después con hazaña y desventaja la despojaron de su dinero, le rompieron su vestido y le arrebataron su cuerpo. Lloraba conmigo, llorábamos durante horas en la oscuridad de algún cuarto de hotel, abrazadas, llenas de dolor, miseria. Y mientras la noche acababa nos fumábamos un cigarro, nos dormíamos y en la mañana continuábamos por pura inercia de nuestra necesidad.

Resultado de imagen para plaza de la soledad

Veo la mirada de piedad de Jesucristo crucificado en la cruz. Un padre se me acerca con cautela, se sienta a mi lado, siento paz en mi ser. Toca mi mano, lo volteo a ver, me sonríe, le sonrió con confianza, y de la nada me pregunta ¿Cuánto? Me levanto, me alejo y en mi espalda siento la mirada penetrante del padre y la mirada del cristo hecha de mármol. Aquí no encontrare el perdón ni el consuelo hacia mi enfermedad.

Camino por las calles ya retirada de mi profesión, veo los carteles luminosos que anuncian refrescos, las luces de los carros a lo lejos, esta vez los veo pasar siguiendo su camino y no esperando a que alguno se pare enfrente de mí para preguntarme cuanto cobro, y por un momento aunque sea muy pequeño, siento alivio.

Mis dos hijos, una mujer y el otro varón me abandonaron, sabían a lo que me dedicaba, para ser exactos cuando cumplieron 18 años se los dije de frente mientras cenábamos. Me arme de algún tipo de valor humano y les dije: «Soy prostituta. Pueden aceptarlo o rechazarlo». Y seguí comiendo mi pan con leche caliente. No se lo podían creer, pensaban que yo era secretaria de un contador. Les tomo mucho tiempo aceptar que su madre era una prostituta, pero no pudieron aceptar que su madre se le diagnosticara con VIH, me dejaron sola, más sola de lo que ya estaba.

Recuerdo un día de trabajo en donde no había ningún cliente, hacía mucho frió, no era temporada alta. Casi al final del día, sin ningún peso en mi bolsa, se me acerco un jovencito de unos 17 años, tímido, agachado, estaba rojo de los cachetes, tenía vergüenza. ¿Cuanto? Preguntó con voz temblorosa, usaba lentes. A pesar de mi necesidad, le dije con voz cálida que se fuera, que se alejara de mí y de mis compañeras, que era demasiado joven para necesitar un servicio como este, que no faltaría alguna chica que le ofreciera lo que él quería, y gratis. Me miro con unos ojos de triste, y comenzó a llorar enfrente de mí. Lo abrace, nos abrazamos y como si fuera mi hijo, le di el mejor consejo que se me ocurrió en ese instante.

Me estoy haciendo vieja, mi piel parece polvo, y estoy sola en medio de este cuarto obscuro y desolado. Tengo sida, me contagiaron y probablemente contagie a muchos otros sin haberme dado cuenta. Ese fue mi trabajo de día y de noche, dar a hombres lo que buscaban, darles consuelo con un cuerpo inerte, muerto de soledad y necesidad.

No puedo decir que le tengo miedo a la muerte, porque desde que me metí a esto a la edad de 18 años he estado muerta. Morí el día en el que tuve a mi primer cliente, me mataron cuando me violaron por primera vez, fallecí el día en el que no me pagaron. Cuando mis hijos se fueron, cuando fui creciendo y entre a un asilo comunitario. Me morí desde hace mucho tiempo, desde que me acuerdo, desde que me miraron con ojos de asco y sentí vergüenza, vergüenza de estar trabajando en algo que muchas otras mujeres trabajan por necesidad y seguirán trabajando hasta que el hombre deje de ser hombre.

Resultado de imagen para plaza de la soledadFIN














Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS