LOS TRAPOS SUCIOS YA NO SE LAVAN EN CASA

LOS TRAPOS SUCIOS YA NO SE LAVAN EN CASA

Ana Cañadas

13/03/2018

Susana estaba elaborando la lista de su fiesta de aniversario, 25 años de casada. Creía que podía ser una buena idea para su desgastada relación, celebrar con amigos y familiares, que Daniel y ella seguían juntos y felices. Tenía trece personas en su lista, no podía quitar a nadie, pero no quería arriesgarse a que aquella fiesta salvavidas, se convirtiera en un mal augurio y decidió que el número catorce de la lista sería Elsa, su lánguida y triste prima Elsa.

Cuando Elsa recibió el mail con la invitación a aquella celebración se le vino el mundo encima, no tenía ningunas ganas de ir, estaba agotada, se estaba acabando de instalar en el piso nuevo. Encima había sido una semana horrible en la oficina, la semana trágica, la llamaba ella, cierre de trimestre, cierre de año…Tenía un montón de cajas por deshacer, no tenía que ponerse, no sabía que ponerse, no tenía lavadora…

Alicia hacía siete meses que había inaugurado su hermosa lavandería como ella la llamaba, homenaje a una vieja película que le encantaba. Era un buen sitio para vivir aquel barrio, ruidoso, colorido, lleno de vida, y ella necesitaba vivir, aunque fuera la vida de otros…

Cuándo Elsa entró por la puerta arrastrando dos bolsas de ropa, Alicia ya la estaba esperando con un saquito de detergente con suavizante incorporado. La saludó con una sincera sonrisa y le dio las instrucciones del servicio. En una hora tendría limpia su colada, hora y media si la quería seca. La opción de seca le pareció lo más práctico, en casa no tenía ni tendedero ni pinzas.

A las 19,30h Elsa recogió sus tres bolsas de ropa seca, doblada y oliendo a brisas del mar. Alicia le dijo que el traje chaqueta azul, lo había puesto en una bolsa aparte para que no se arrugara demasiado.

Cuando a las 20.30 Elsa abrió la bolsa que contenía su gastado y aburrido traje chaqueta de las fiestas, le explotó en su mirada gris, un contundente y pasional color rojo. No podía entender que había pasado, “aquello” no era suyo, “aquello” no era su traje, “aquello” ella no se lo podía poner, “aquello” era de su talla…

Susana estaba histérica, maldecía el momento en el que se le había ocurrido montar aquella fiesta, llevaba toda la semana de morros con Daniel, últimamente no soportaba nada de él…ya no recordaba que estaba celebrando…se tomó su tercer gin tónic para olvidarlo del todo.

Cuando el timbre sonó por catorceava vez aquella noche, Daniel abrió la puerta y perdió el mundo de vista. Ante sus ojos estaba la mujer sensual y sugerente que había imaginado en tantos sueños. Aquel vestido rojo parecía estar dibujado en su cuerpo, se podría decir que formaba parte de su piel, y el primer contacto al saludarla ya le produjo una quemadura en el centro de su estomago.

Susana no podía creer que aquella exuberante mujer fuera su prima Elsa, nadie en la sala podía apartar la mirada y “la triste y lánguida prima Elsa” parecía disfrutar con la situación.

Daniel recordó al mirar a Elsa un motón de sensaciones olvidadas y como invadido por una extraña revelación divina, le propuso al oído, mientras le ofrecía uno de los canapés de paté con crujiente de alcachofa, escabullirse de la fiesta, y cometer el último acto de rebeldía de su madurez responsable.

Susana no entendía como su marido y su prima Elsa se habían atrevido a desaparecer de una forma tan evidente , a la vez que intentaba no oír los comentarios del resto de los invitados así como los sonidos cargados de placer que provenían del altillo.

Alicia le entregó a María, sus bolsas de ropa limpia, sabía que ya hacia un tiempo que había dejado de parecerle trepidante la vida que llevaba, ser acompañante de lujo de señores cargados de dinero no era tan divertido como al principio, no era nada divertido haberse quedado colgada de uno de ellos.

Fue al ver aquel traje chaqueta azul dentro de una de sus bolsas, cuando María decidió que podía ser buen momento para empezar a ser otra persona, para vivir otra vida, una vida de color azul cobalto.

Santiago se quedó blanco al verla entrar en su despacho tan elegante y a la vez tan frágil, él tampoco podía vivir sin tenerla cerca, cada dia la necesitaba más y el color azul le quedaba perfecto.

Aquella mañana Alicia intentó abrir sin éxito la persiana de su hermosa lavandería, después de varios intentos fallidos, pensó que lo mejor sería tomarse un café en el Bar de Félix y llamar al cerrajero. Mientras jugaba con la espuma de su cappuccino contempló con satisfacción como Daniel y Elsa se comían a besos mientras salían del portal de la casa de ella, justo en el momento en que María salía del taxi acompañada de Santiago.

Alicia se terminó su café cruzó la calle y colgó en la persiana el papel que acababa de escribir.

Está lavandería permanecerá cerrada por inventario

Perdonen las molestias

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