No hace mucho frío en el cuarto, pero yo estoy destemplada. Son las primeras horas de la mañana y no me encuentro bien.

Deseo volver a casa y dormir, pero aún tienen que hacerme preguntas. No puedo negarme.

El policía que se encarga de mí, no está mal, parece buena persona. Me ha ofrecido café y ha ido a buscarlo.

-Si quieres contármelo todo, acabaremos antes -me dice, acercándome el café.

Estoy de acuerdo con él, ¿para qué dar más vueltas al asunto? me digo. Él me pregunta por los motivos.

-El motivo ha sido el despido -contesto-. Me despidieron injustamente. No había derecho. Con esto no quiero decir que fuese la más lista de la empresa, ni la que más trabajaba, pero siempre he cumplido con mi obligación. No pueden tener queja de mí. Soy puntual y responsable. Ya quisieran otras ser como yo.

El policía me mira, acariciándose el mentón. Es muy guapo. Me gusta este policía, como hombre, quiero decir.

-¿Qué cuantos éramos en la oficina? Mujeres, contándome a mí, cuatro, más el interventor y el director. Los más antiguos eran el interventor y Ana, la de la verruga. Los otros entraron después que yo. La última, la putita, la de la minifalda.

-Si. Ya supongo a quién se refiere -comenta el policía, en voz baja.

Yo le explico que lo de la antiguedad no tiene importancia. A mí lo que me jodió es la injusticia. No me lo merecía.

Cuando me llamó el director a su despacho y me lo comunicó, me quedé de piedra. No supe que contestar.

Dentro de una semana vienes a por la liquidación -me dijo. Y como no me movía me indicó que ya me podía retirar. Estaba como una tonta.

Llegué a casa sin saber qué hacer. Me llamó mi novio y le dije que no tenía ganas, que no estaba para guarrerías. Saqué de la nevera un trozo de queso y abrí una botella de vino. Me lo comí viendo la tele.

-¿Como lo decidió? -pregunta el policía.

-En la televisión, hablaron de un americano que había matado a sus compañeros de instituto por venganza, y se me ocurrió que yo podía hacer lo mismo. ¿De qué forma? Deseché varias posibilidades: pistola, bomba, cuchillo… ¿Se imagina, yo con esas cosas? Cuando pensé en el veneno, todo vino rodado, ya sabe, una cosa lleva a la otra, con Internet todo es más sencillo. Compré el veneno y me puse a hacer pasteles. No sabe usted lo bien que me salen.

-Me lo imagino -dice el policía-. ¿Le traigo agua?

Tenía sed. ¡Qué bien! ¡Qué majo es este policía! Me siento a gusto y cómoda, contándele todo.

-Puede seguir -me dice. Y yo sigo.

-Ayer me tocaba ir a por la liquidación y metí los pasteles y una botella de sidra en la bolsa del Carrefour. Llegué poco antes del cierre de la oficina y todos se pusieron muy contentos.

-¡Qué detalle! No tenía que haberse molestado -me dijo el director, abrazándome con sus manos frías. Yo se las retiré. Se lo había dicho muchas veces, cuando me cogía las tetas. No me gusta que me toquen con las manos frías, las manos frías me dan grima-. Pase al despacho del interventor, que él le dará lo suyo -dijo él, dándose la vuelta.

-El interventor siempre quiso darme algo, pero yo nunca accedí. No era mi tipo. Además estaba muy flacucho, parecía tísico. El caso es: que vacié lo de la bolsa sobre una mesa y la de la verruga descolchó la botella de sidra. Todos comenzaron a comer.

-La otra compañera, que se llamaba Casilda y era una solterona gorda, arrimó mas pasteles de la cuenta a su lado y yo le retiré alguno. No era caso de que ella muriese mucho y otro u otra no la palmase.

-Hay que compartir, compañera -y miré para otro lado.

-¿Y tú, no comes? -me preguntó la putita asquerosa.

-Estoy a dieta, guapa.

-¡Huy, pues no se te nota!

-Mejor no digo lo que estuve a punto de contestarle. No merecía la pena. Para el poco tiempo que le quedaba de decir cosas… Total, que poco a poco fueron cayendo al suelo. La de la verruga se agarró a una silla y cayó arrastrándola. La putita murió como había vivido, con la faldita subida, enseñando las bragas. El director parecía un globo sin aire y Casilda, la solterona, aún tenía un trozo de pastel junto a la boca. Vi que el interventor se movía un poco y busqué por allí, junto a la entrada había un paragüero de latón y con él le atice bien en la cabeza. No duró mucho.

-¿Y luego? -me pregunta el policía.

-Luego pasé al baño y me arreglé un poco el pelo. Doblé la bolsa del Carrefour y salí a la calle. Ya era de noche y volví a casa. Eso fue todo, pero con tantas cosas en la cabeza, me dejé olvidado el sobre con la liquidación. Si no, no me pillan.

El policía me mira mientras se levanta y manipula un aparato. Ahora entiendo que me ha grabado. Me coge del codo y salimos a un pasillo. Mientras andamos por el pasillo pienso que hacemos buena pareja, pero no sé a dónde me llevará.

Jesús Oliveira Díaz Playa San Juan -Madrid, merzo del 2018

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