En la casa de la señora Leonní se recibió la llamada de Don Juve, a eso de las diez y cuarto de la noche. Se conoce que la representación melodramática había durado mucho tiempo, pero durante la misma nadie se dignó a informar nada. Al llegar Leonní, con dos de sus hijos, encontraron un cuadro que difícilmente podría ser más caótico y fatalista; El Agente del Ministerio Público ya había sido informado de los hechos, quien sabe por quién demonios, y subía presurosa y amenazadoramente por la escalera. Lo primero que hizo “Don Juve” al ver a los policías vestidos de civil fue apuntar con su flamígero y mugroso dedo índice a su aterrorizada nuera y escupir la frase: “Ella lo hizo”, “ella lo empujó”, “Ella es la única culpable…”.
Aquél edificio antiguo de la colonia Condesa de la Ciudad de México había estado en litigio durante diez años debido a la ambición desmedida de dos familias de primos hermanos, unos residentes en Checoslovaquia y los otros en México. La propiedad en cuestión no figuraba como parte del encono pero se vio involucrada indirectamente. Cuando por fin ésta llegó a su legítima legataria, pese a las múltiples argucias y reticencias de la albacea y de sus muy envidiosas y tramposas hermanas, presentaba una infinidad de vicios de pésima administración que iban desde magníficos departamentos con unas rentas ínfimas subarrendados y convertidos en verdaderos muladares en donde se llegó a tener a cuatro familias completas dentro de cada uno de ellos.
Los cuartos de servicio, en la azotea ocupados por una pila de gentes que nada tenían que ver con el edificio, deudas del Impuesto Predial, agua y luz, así como un largo y muy pesado etcétera. Entre todos esos problemas, estaba el del viejo portero, quien ya llevaba ahí alrededor de tres décadas “prestando sus valiosos servicios”. Don Juventino ya quería marcharse a su pueblo a descansar , y a continuar echándose sus buenas caguamas, pero como no era nada poco tonto, le pidió a la nueva dueña que por favor dejara a su hijo en su puesto.
Liquidar a Don Juventino habría costado una verdadera mini fortuna, así que no había mucha cancha de acción para negarle aquél “pingüe favorcito” mas el desarrollo de los acontecimientos marcó por sí solo una curiosa y terrible “solución” para aquella encrucijada. Resultaba que al dichoso Juliancito, igual que a su anciano y venerable señor padre, le gustaba también eso del chupe, vicio bien aderezado con otro “gustito”, el de propinarle tremendas golpizas a su joven esposa cada vez se emborrachaba y esto solía ocurrir cada vez que se le terminara de pasar la cruda de la borrachera anterior.¡Bien! Pues es que caso que una buena noche de domingo, en una de tales borracheras, el mentado“Juliancito” se sirvió propinarle otra buena zurra a la joven y, por una de esas cosas raras que a veces ocurren en esta vida a ella se le iluminó el coco decidiendo tomar a sus pequeños hijitos, una par de mochilas repletas de ropa, unos cuántos pesos que tenía por algún lugar muy bien escondidos y abandonar al borracho golpeador de una buena vez y para siempre.
Para qué les cuento, mis muy amables y contados lectores, que el escándalo en aquella azotea fue mayúsculo. Las hermanas del borrachín llenaban de insultos a la pobre esposa gritándole que era “una vulgar puta arrastrada y convenenciera”, entre otras tantas lindezas. La madre, compadeciéndose de su muy sufrido hijito, trataba de que la chica “entrara en razón”, entre tanto “El Juli”, ya se había trepado a la barda de uno de los cuatro cubos de ventilación del edificio y sentado sobre la misma, hacia el precipicio, se columpiaba hacia abajo agachando el cuerpo mientras gritaba “¡Si te vas me mato! ¡Si te vas.. me mato! Y así sucesivamente cualquier cantidad de veces.
La chica no se intimidó ni se dejó chantajear, tomó a sus hijitos de la mano y comenzó el descenso por la escalera para abandonar el que fuera “su hogar”. ¡Bien! Pues he aquí que el tal “Juli” comenzó a gritar más duro sus amenazas al tiempo que se mecía con mayor fuerza y violencia sin tener la menor idea, y mucho menos, conciencia, de que la parte del cuerpo humano que más pesa es precisamente la cabeza y la última amenaza no la alcanzó a decir completa pues se echó un maravilloso e involuntario clavado que el propio Greg Louganis, quien fuera campeón olímpico de clavados por los Estados Unidos de Norteamérica en la plataforma de diez metros habría envidiado, pero lamentablemente quedando, literalmente hablando, hecho pomada despanzurrada en el piso.
A punto estuvo el severo grandulón del Ministerio Público de apresar a la pobre e inocente madre de cuatro hijitos que, siendo prietitos como tizoncitos, estaban más blancos y tiesos que unas piezas de mármol de carrara. El menor de los hermanos de la señora Leonní, dijo al mayor “tú te callas júnior”, déjame esto a mí, el mayor obedeció pues su hermano era abogado y había trabajado muchos años defendiendo a personas inocentes en procesos penales. No se entendió muy bien como estuvo el alegato entre el abogado y los policías pero llegó un momento en que el primero, haciendo caso omiso de las airadas protestas de la familia del estúpido borracho golpeador, dijo a la chica: “Ya empacaste todas tus cosas, tómalas, igual que a tus hijitos y desaparécete de inmediato, no te quiero volver a ver nunca más por aquí”. Ella obedeció sin decir ni pío y el Ministerio Público permaneció impávido, inmóvil viendo cómo se desaparecían mamá e hijitos. El primer objetivo había sido cumplido ¡Ella, y sus niños, estaban a salvo! Don “Juve” quiso reclamarle algo a la propietaria teniendo como fondo musical las voces de su esposa e hijas gritando cuanto improperio se sabían ¡Créanme que eran muchos! Pero el Ministerio Público espetó: «¡No fue culpa de su nuera, sino del gran clavadista!”. Esa noche todos se esfumaron .
FIN.
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