Vuelta a la aldea

Querido hijo, he vuelto a la casa de la aldea. Necesitaba reencontrarme con la energía de tu abuela, de tus bisabuelos. Y de tu padrino, mi hermano adorado. Necesitaba recolocar los pies en la tierra. Sólo aquí respiro el aire que nutre lo suficiente para apagar la radio de mi mente. El estruendo en el silencio. Belleza inefable. Lo simple, un paseo, una carta, un libro. Observar las fotos de varias generaciones, tocar las paredes de más de doscientos años. Llorar en silencio el deshielo de tantos momentos encriptados en mi cerebro con un código secreto. Acostarme entre las sábanas de franela que huelen a la abuela. Apoyar la cabeza en la almohada, la misma almohada donde dormía, reía y lloraba de niña. El mismo pijama, que ya era enorme hace treinta años. Sólo en ese momento, en la oscuridad, bajo las mantas, vuelvo a sentir esa sensación de refugio, de espacio donde nunca nada malo puede suceder. Confiar en que cuando despierte, será un nuevo día, la felicidad vendrá a tomar café, y volveremos a vernos y a sentarnos en la mesa de la fiesta, con un plato de caldo gallego que revitaliza el alma.